miércoles, 30 de octubre de 2013

Rebeldes.

Estuve escribiendo durante horas y horas. La mano me dolía. Podía sentir el pulso en ella. Así que decidí descansar. Me tumbé en la cama y cogí un cigarrillo. La mano me dolía tanto que hasta tuve que sostenerlo con la otra. Que bien me sentó. Parecía un cigarrillo mejor. Un cigarrillo especial. A los dos segundos ya se había desvanecido. No quedaba nada de él, solo su aroma. Estaba cansado, y los ojos se me cerraban solos. Pensé que lo mejor sería dormir un rato.

Me desperté, un ruido enorme retumbó por toda la casa. Pensé que sería Sodapop o Darry. Y me relajé. Pero entonces recordé que ellos se habían ido. Salí de la habitación y bajé. Me asomé lentamente al salón. Vi la mesa de café, los sillones y todo tirado por el suelo, todos los cajones abiertos, y todo más desordenado de lo habitual. La puerta estaba abierta de para en par. Así que salí corriendo a la calle. Dos chavales iban apresurados calle abajo, cargados con dos sacos a la espalda. Fui detrás de ellos pero eran muy rápidos.

- Jamás les alcanzaré.- Dije en voz baja, casi insonora.

Pero entonces cogí fuerzas. No podía dejar que se escapasen. Soy un greaser, y los greaser nunca tienen miedo a nada. Tenía que atraparles. Mi paso se aceleró y fui cogiéndoles ventaja. Ya estaban cerca. Muy cerca. Tan cerca que hasta sentía sus respiraciones en mi pecho. Era el momento. Me agaché y agarré el pie de uno. "¡PUM!". Menudo batacazo había metido. Por un momento hasta pensé que el suelo se había podido romper. Su compañero al oír el golpe y ver que su amigo no le seguía se paró. Mientras él venía, yo me agaché a coger la bolsa que llevaba el otro a la espalda. La abrí. Miré su interior, y que sorpresa la mía al no encontrar nada valioso. Solo libros. Libros de poesía, libros de literatura griega, libros de cuentos chinos, libros clásicos... libros, y solo libros. Hubo uno que me llamó la atención en especial. Al ver el interior de la bolsa la solté a un lado y miré al chaval del suelo. Era muy moreno, con el pelo engominado. Me recordaba a Johnny. La nariz y la boca no paraban de sangrarle. Tenía toda la cara manchada. Quizás algún diente roto, y tal vez la nariz también. Le pedí perdón muchas veces. Pero ni si quiera sé si se enteró. Su amigo acababa de llegar a nuestro lado. Enrabietado, furioso, colérico, violento y desesperado. Me empujó y caí al suelo. Me levanté y me limpié las manos.

- Perdón - Le dije - os he confundido... Perdón por tu compañero. Os ayudaré...-Antes de poder terminar la frase me pegó un puñetazo en el esternón que me dejó sin respiración durante unos segundos.

- ¿Te crees que con pedir perdón puedes arreglarle el daño que le has hecho a mi amigo? Encima eres un enano. No sabes nada de la vida ¿eh? . ¿Piensas que puedes ir así? - Me metió otro puñetazo, esta vez en el costado y más fuerte que el anterior.- Ya te dejaré yo como tú le has dejado a él. - Sacó un libro de su bolsa, y de él una navaja. - Te enseñaré a no meterte con los mayores, niñato.

Sentí un fuerte golpe en la cabeza. Acto seguido, caí al suelo.

Cuándo me desperté estaba en una habitación desconocida. Me senté en el sucio piso. Me toqué por todas partes y no noté ninguna marca de navaja. A mi lado había una cama con el chaval al que había tirado antes al suelo. Le observé. Tenía la boca hecha polvo y la nariz rota. Pensé en aquel libro. 'Lo que el viento se llevó' que casualidad. Mientras le miraba imaginaba que él era Johnny. Recordaba los cinco días pasados en aquella iglesia. A su lado. Leyendo aquel libro. Y luego como él me lo dejó a mi al morir...

- Eh... ¿me puedes dar agua? -El chaval de la cama había hablado. Tenía la voz rota y apagada.

Me levanté y cogí el vaso que él tenía al lado.

- Oye... perdón, me confundí, yo no suelo pegar, y mucho menos a inocentes... -Le dije mientras le daba el vaso.

- No pasa nada chaval. Todos nos equivocamos.

- Yo me llamo Ponyboy, ¿y tú?

- Yo soy George.

- ¿Dónde estamos?

- No te lo puedo decir Ponyboy. -Su voz se iba apagando y tenía unos ojos tristes.- Es un secreto. Si te lo digo....

El chaval que me había pegado entró por la puerta. Traía comida.

- Toma George tómatelo cuando tengas hambre. Que este basurilla te lo dé. -Me miró con cara de asco. Noté el odio en su mirada.

Se fue dando un portazo. Y escuché como echaba un candado.

Pasaron dos días, y hasta ahora no había comido nada, solo lo poco que George me daba de su comida. Agua solo me traían un vaso diario que me bebía nada más levantarme. El resto del día él me daba del suyo. A él le daban todo el agua que quisiera y no le importaba darme a mi. En esos dos días estuvimos hablando bastante y conociéndonos muy bien, pero él jamás me contó donde estábamos. Sabía que él se arriesgaba al darme agua y comida, aunque nunca me lo dijo. Había varios temas prohibidos de los que hablar, como, a dónde iba cuando le tiré al suelo, por qué los libros tenían navajas dentro, cómo llegamos hasta allí y dónde estábamos. Pero siempre teníamos de que hablar. A veces nos inventábamos cuentos e historias, y otras veces hablábamos de cualquier tontería que se nos ocurriese.

Llegó la noche. Odiaba la noche en aquel lugar. Se me hacía fría y larga. Cuando George se dormía empezaba a pensar en muchas cosas. Infinitas cosas. Pensaba que me iba a morir, que me querían matar. Estaba muy delgado, hasta se me notaban los huesos. Pensaba en Soda y Darry... cada vez que pensaba en ellos lloraba. Les echaba mucho de menos. Quería volver a casa y estar con ellos. También pensaba en papá y mamá. Mamá siempre me relajaba. Pensaba en Johnny, George se le parecía bastante... Mientras pensaba y lloraba congelado, me dormía. Todas las noches igual, pero en esta última había caído frito.

Cuando me desperté, el joven que me había golpeado estaba dentro de la habitación, discutiendo con George. No hablé. Delante de aquel monstruo no me permitían hablar, solo podía mirar, a veces asentir o negar con la cabeza, pero jamás abrir la boca. Observé como se llevaba a George... era lo único que me quedaba. Escuché que se lo llevaban porque tenía que ver al médico, así que pensé que volvería.

Nunca volvió. Yo cada vez estaba más delgado. El único movimiento que hacía al día era el de sentarme en la cama, tumbarme y coger el vaso. Ahora tenía que administrar bien la dosis de agua diaria. Los días y las noches eran ya igual de largos. Llevaba allí más o menos 120 horas y sabía que dentro de poco me iba a morir. El poco agua que tenía lo derrochaba meando. Algún día en el que administré mal el agua, al orinar lo hice en el vaso. Y me lo bebí. Era lo único que me podía mantener. Allí nunca nadie me encontraría, iba a morir. Morir, morir, morir, morir. Esa idea me rondaba la cabeza siempre. Iba a morir. Iba a ir con mamá y papá, iba a ir con Johnny. Pero dejaría atrás a Soda, a Darry, a... dejaría atrás todo.

Esa noche me pesaban mucho los ojos. Los ojos... los ojos...los ojos se cerraron con la fuerza de un huracán y nunca más se abrieron.

'¡RIIIIIIIIIIIIING!' Sonó el despertador, me levanté.

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