Tras acabar la carta, Utterson se quedó mirando hacia ninguna parte, asimilando toda la información que se había incrustado en su mente en solo veinte minutos. Cuando pareció poner los pies sobre la tierra de nuevo, miró a Poole que tenía la boca abierta. Este, sin pensárselo, agarró con la mano el teléfono más cercano.
-¡Hay que avisar a la prensa! - exclamaba mientras marcaba el número de una de las agencias. - Esto es un hallazgo casi irreal, pero es cierto. El nombre de Henry Jekyll pasará a la historia y... - se interrumpió, pues el abogado había posado una mano sobre su hombro.
-Querido Poole, ¿en serio crees todas las patrañas que tu amo ha escrito sobre ese papel? - preguntó mirándolo con sarcasmo.
El ilusionado mayordomo asintió inseguro. Utterson se volvió para mirar el papel, pero en sus ojos había cierta incredulidad.
-Ambos sabemos que Jekyll es astuto y al igual que mintió y ocultó su identidad hablando, ¿por qué no lo haría escribiendo?.
Al escuchar esto, Poole frunció el ceño.
-Además, - prosiguió - ¿quién dice que esto no pueda ser un maniquí del laboratorio con las ropas de Hyde?
-En mi humilde opinión señor Utterson, - intervino - el rostro el cadáver es semejante al del doble de Jekyll. Por otra parte, no creo que haya escapado por la ventana en el caso de que siguiera con vida, pues está cerrada con pestillo.
El abogado se agachó al lado del muerto. Puso una mano en su mejilla y la otra la llevó a su frente. Comparó las temperaturas, y la del difunto estaba un poco más fría que la suya; era un cuerpo sin vida. Esto empezó a preocuparle. Henry fue uno de sus amigos del alma y había fallecido o, mejor dicho, se había suicidado. El pobre de Lanyon también vio la luz tiempo atrás por una fiebre natural..., ¿o provocada? Se asustó cuando se percató de que él podría ser el siguiente en morir. Pero si esta hipótesis era cierta... ¿quién acabaría con su vida?, ¿cómo lo haría? Esas eran las preguntas que le rondaban por la cabeza aquella noche. Aunque había otra posibilidad, no muy tranquilizadora: Jekyll podría haber envenenado a Hastie por haber averiguado su secreto, y luego haberse arrepentido e inmolado. Fue fácil deducir que él era el siguiente en la lista de Henry... o de un enviado por él.
-Tienes razón amigo, pero... ¿no te parece extraño que me lo haya confesado a mí nada más? Es decir, que a mi parecer no entrabas en sus planes. - el mayordomo arqueó una ceja extrañado - Por si no estás enterado, Hastie Lanyon murió hace unas semanas y, como habrás leído en la carta, él sabía el secreto de Jekyll. Luego este se suicidó, dándome vía libre para leer su confesión. Puede que ahora mi destino sea morir a manos de un asesino contratado por tu amo. Así que si yo caigo de esa forma, quiero que cuentes esto a la policía y a la prensa si quieres. Pero por ahora no digas ni una palabra de esto a nadie. ¿Entendido?
Poole movió al cabeza y le estrechó la mano a Utterson para sellar el trato.
-Aunque, aún no sabemos si esa poción funciona realmente. Por lo tanto, habrá que comprobar que es cierto. - razonó mientras buscaba en los cajones del escritorio. De uno de ellos sacó un papel donde estaban indicada una receta para, posiblemente, crear la pócima. Empezó a leer mentalmente - Vale, tenemos todo. Tan solo falta esa droga que tato demandaba mi amo.
Utterson se dirigió hacia lo que antes era la puerta, se volteó y dijo:
-Ya estás tardando Poole, vamos a la farmacia donde solían venderla.
Una gota más y ya estaría todo listo para beber. Aquel extraño elixir burbujeaba en frente de sus ojos. "Todo depende de este momento: si funciona, mi vida corre peligro; si no, estaré libre de acechos", se decía Utterson mientras Poole se acercaba a la mesa.
-No... no estoy seguro... - titubeó el mayordomo - Sé que fui yo a quién se le ocurrió probarla, pero he cambiado de idea... ¿La puedes beber tú?
El abogado trató de convencerlo durante varios minutos, pero no había forma.
-Poole, mi paciencia tiene un límite... - advertía - Como ya te he dicho varias veces, no me la beberé yo porque no quiero tener doble personalidad...
-¡Puedes suplicar cuánto quieras, pero eso no pasará por mi boca! Además, ¡tú no eres nadie para obligarme a hacer nada! - de repente paró de hablar, pues Utterson le puso un bisturí en la garganta.
-O te lo bebes, o te lo bebes. - le amenazó mientras le hundía la lanceta en el cuello.
-Vale, lo haré pero... no me mates. - rogó Poole asustado.
Este tragó saliva, respiró hondo y se llevó la poción a su boca.
-Parece que no funciona - rió nervioso. Luego posó la mano en su estómago, con una mueca de dolor en el rostro. Comenzó a gritar, a revolverse y convulsionar por el suelo mientras tosía salvajemente algo de sangre.
Utterson sintió que le fallaban las piernas, aquella imagen no era para nada agradable de ver. Estaba pálido, con náuseas y paralizado. No sabía que hacer: acercarse, huir, ver lo que pasaba... Cerró los ojos bruscamente para no mirar, pero seguía escuchando los gritos del mayordomo que hacían estremecer los cimientos de la casa. Cuando reunió el valor suficiente para observar el resultado de la pócima, dejó que la luz volviese a pasar por sus pupilas. Se reparó en que el Sol se había ido, que era ya de noche; se había quedado dormido. Pensó en ir a su casa, pero antes comprobó que nadie había muerto. Bajó la vista hacia el suelo. Se alarmó al no ver a nadie allí, donde se supone que debería estar Poole. No se fiaba de los efectos que la poción podría haber causado al mayordomo. Por lo tanto, decidió emprender una búsqueda exhaustiva hasta dar con él.
Tras una larga caminata por los pasillos, llegó a una oscura azotea. No había encontrado a Poole por ningún lado, pero estaba agotado, necesitaba descansar. Se sentó en una cómoda silla de mimbre y cerró los ojos. Su mente reprodujo una desagradable secuencia de imágenes relacionadas con el sufrimiento que vivió el mayordomo. Sacudió la cabeza intentando sellar con llave, contraseña y barricadas esas puertas en su pensamiento. Perdió la mirada en el cielo y se dejó llevar por la melodía de la suave brisa, mientras un manto de estrellas lo arropaba y la Luna brillante lo guardaba y lo vigilaba.
El olor, el tacto, la sensación de tranquilidad y la incomodidad hicieron que despertara; estaba en una silla de madera atado con una soga por las muñecas. Entreabrió los ojos somnoliento, con la cabeza martilleándole, respirando con fuerza y una impresión de odio irrefrenable. Ese último sentimiento le traía recuerdos. De repente lo relacionó con lo que experimentó al conocer al señor Hyde.
-Buenos días Utterson... ¿Cómo hemos dormido? - el abogado, como un resorte, miró hacia atrás - Perdona si te he asustado, pero no te preocupes, no me he sentido ofendido; muchas otras personas reaccionan así al verme.
Detrás de sí, se encontraba un hombre de pequeña estatura, rechoncho, y con un rostro que producía una cólera irrazonable.
-Hyde... - fue lo único que pudo tartamudear, debido al miedo - ¡Tu estabas muerto! ¡No puedes haber revivido!
-Tranquilo... No he resucitado ni nada por el estilo - se rió el individuo - soy Hoode, el doble de Poole. Por cierto, no es a mí a quien debes mirar.
Utterson se volvió hacia delante y vio una figura alta, delgada, de ojos brillantes y vestida con un esmoquin negro. Este personaje lo observaba cautelosamente. Cuando por fin dejó que la tenue luz de una vela le iluminara la cara, el abogado pudo ver con claridad el rostro de su amigo de toda la vida: Henry Jekyll.
- Puedes llamarme doctor Henry Hyde. Y si aún estás en duda... yo nunca he muerto. - añadió con una torva sonrisa - Lo que pasó realmente fue simple:
» El alma de Hyde me poseyó por completo. Se adueñó tanto de mí, que mi apariencia y manera de ser eran ya de mi parte negativa, por así llamarlo. Además, se me agotó una sal impura, que era el ingrediente clave de la pócima. Debido a esto, tan solo podía permanecer y actuar como Hyde. Claro está que prefiero ser el doctor, así que decidí acabar con todo. Asesiné a mi cuerpo de Hyde, pensando que ya sería Jekyll para siempre. - en ese momento rió diabólicamente. - ¡Qué ingenuo fui! Al final nada de eso ocurrió, es más, pasó algo mejor. Ya podría ser yo libremente, sin necesidad de tener una horrenda cara, ni un achatado cuerpo. Había cumplido diez años de repente, pero no me importaba, me sentía fuerte y sin cadena que valiese. Divisé mi cuerpo anterior, muerto a mis nuevos pies y os escuché golpear la puerta. Silenciosa y rápidamente me escabullí por la ventana, dejando cerrado el pestillo para que pensaseis que no habría podido salir. Una vez en el callejón al que ésta daba, busqué un cristal para ver reflejado mi nuevo rostro. Me dí cuenta de que era el doctor otra vez, pero tenía la osadía y la maldad de Hyde. - se acercó al abogado tanto que este podía sentir se respiración. Se alejó solo un poco de él. - Luego me puse a pensar y recordé que dejé la receta de la poción arriba, por un momento me asusté. Aunque me percaté de que eso no sería tan malo, que si alguno de vosotros tomaba la pócima, se aliaría conmigo y entonces sería un dos contra uno. Esta hipótesis fue cierta, pues unas semanas después conocí a Hoode, que sin problemas se unió a mi propósito. Él no dirá nada, pues no dejaré que vuelva a su forma original. Si lo hace, no serán buenas las consecuencias... - advirtió mientras miraba a lo que antes había sido Poole, que contemplaba la escena con una perturbadora sonrisa en el rostro.
Jekyll se ponía serio a medida que se acercaba al abogado. Utterson sintió como los ojos del doctor buceaban en los suyos, haciendo que se estremeciera.
- Si te asocias a nuestro proyecto vivirás bajo mis órdenes y serás premiado cuando yo haya destronado a la realeza. Y si esto pasa, juro que en la nueva era de oro que verá Inglaterra bajo mi mando, tú y Poole seréis importantes. Podréis controlar a los civiles, que estarán aterrados debido al poder de un ejército de hombres que hayan bebido mi poción y sean como fieras sin domar.
- ¡Henry! ¡Basta ya! ¡Estás perdiendo la cordura! ¡Jamás podrás hacer eso! Por favor, si eres humano dime que esto es solo una broma... Por favor... - Jekyll se limitó a mirarlo fríamente.
-¿Crees que todo esto es un montaje? ¡He creado un elixir que es la llave para una nueva civilización! y ¿tú dices que si es una broma?... ¿Acaso tengo cara de juego? Tómate esto seriamente Utterson. Es más, voy a dejar que te lo pienses hasta la hora de tu muerte.
Al decir esto, el doctor le golpeó con fuerza.
Utterson abrió los ojos, deseando que todo hubiese sido un sueño, aunque eso estaba muy lejos de la cruda realidad. Se encontraba en el suelo de una habitación abandonada. Estaba todo oscuro y sucio. No muy nítidamente divisó a alguien a su lado que lo observaba. Era la nueva versión de Henry Jekyll, que parecía ser inhumana.
- Bien, como antes no te decidías, me he decantado por presionarte. Como puedes contemplar, estás en el sótano de una casa perdida en el campo; por mucho que grites nadie te oirá. No hay comida ni bebida... Bueno, eso último no es verdad. Lo único que puedes beber es esa poción de ahí. - señaló a una mesa lejana - Tienes dos objetivos: buscar la forma de beber eso y salir, o morir aquí de hambre. No esperaré mucho, así que ya puedes darte prisa. ¡Ah, por cierto! Si sigues indeciso, - le arrojó un revólver - ya sabes.
Se separó de él y se marchó por la puerta de hierro de la sala. Utterson tragó saliva. Si quería vivir tendría que tomar la pócima. No era justo. Henry le ofrecía una vida que él no deseaba, pero que sería la que poseería si sobrevivía. Por otro lado, no quería poner punto y final así. Aferró el arma y la levantó en el aire. Con el corazón latiéndole con fuerza y un pulso acelerado, hizo el ademán de apretar el gatillo. Pero no pudo. Era demasiado. Miró la botella con grima. Empezó a meditar profundamente. Pasó así varias horas hasta que se dio por vencido. Comenzó a llorar y a gritar, aunque era consciente de que nadie le socorrería. Maldijo su impotencia y con lágrimas corriendo por sus mejillas, cogió el revólver. Ahora sí estaba dispuesto a terminar con el sufrimiento.
Al escuchar esto, Poole frunció el ceño.
-Además, - prosiguió - ¿quién dice que esto no pueda ser un maniquí del laboratorio con las ropas de Hyde?
-En mi humilde opinión señor Utterson, - intervino - el rostro el cadáver es semejante al del doble de Jekyll. Por otra parte, no creo que haya escapado por la ventana en el caso de que siguiera con vida, pues está cerrada con pestillo.
El abogado se agachó al lado del muerto. Puso una mano en su mejilla y la otra la llevó a su frente. Comparó las temperaturas, y la del difunto estaba un poco más fría que la suya; era un cuerpo sin vida. Esto empezó a preocuparle. Henry fue uno de sus amigos del alma y había fallecido o, mejor dicho, se había suicidado. El pobre de Lanyon también vio la luz tiempo atrás por una fiebre natural..., ¿o provocada? Se asustó cuando se percató de que él podría ser el siguiente en morir. Pero si esta hipótesis era cierta... ¿quién acabaría con su vida?, ¿cómo lo haría? Esas eran las preguntas que le rondaban por la cabeza aquella noche. Aunque había otra posibilidad, no muy tranquilizadora: Jekyll podría haber envenenado a Hastie por haber averiguado su secreto, y luego haberse arrepentido e inmolado. Fue fácil deducir que él era el siguiente en la lista de Henry... o de un enviado por él.
-Tienes razón amigo, pero... ¿no te parece extraño que me lo haya confesado a mí nada más? Es decir, que a mi parecer no entrabas en sus planes. - el mayordomo arqueó una ceja extrañado - Por si no estás enterado, Hastie Lanyon murió hace unas semanas y, como habrás leído en la carta, él sabía el secreto de Jekyll. Luego este se suicidó, dándome vía libre para leer su confesión. Puede que ahora mi destino sea morir a manos de un asesino contratado por tu amo. Así que si yo caigo de esa forma, quiero que cuentes esto a la policía y a la prensa si quieres. Pero por ahora no digas ni una palabra de esto a nadie. ¿Entendido?
Poole movió al cabeza y le estrechó la mano a Utterson para sellar el trato.
-Aunque, aún no sabemos si esa poción funciona realmente. Por lo tanto, habrá que comprobar que es cierto. - razonó mientras buscaba en los cajones del escritorio. De uno de ellos sacó un papel donde estaban indicada una receta para, posiblemente, crear la pócima. Empezó a leer mentalmente - Vale, tenemos todo. Tan solo falta esa droga que tato demandaba mi amo.
Utterson se dirigió hacia lo que antes era la puerta, se volteó y dijo:
-Ya estás tardando Poole, vamos a la farmacia donde solían venderla.
Una gota más y ya estaría todo listo para beber. Aquel extraño elixir burbujeaba en frente de sus ojos. "Todo depende de este momento: si funciona, mi vida corre peligro; si no, estaré libre de acechos", se decía Utterson mientras Poole se acercaba a la mesa.
-No... no estoy seguro... - titubeó el mayordomo - Sé que fui yo a quién se le ocurrió probarla, pero he cambiado de idea... ¿La puedes beber tú?
El abogado trató de convencerlo durante varios minutos, pero no había forma.
-Poole, mi paciencia tiene un límite... - advertía - Como ya te he dicho varias veces, no me la beberé yo porque no quiero tener doble personalidad...
-¡Puedes suplicar cuánto quieras, pero eso no pasará por mi boca! Además, ¡tú no eres nadie para obligarme a hacer nada! - de repente paró de hablar, pues Utterson le puso un bisturí en la garganta.
-O te lo bebes, o te lo bebes. - le amenazó mientras le hundía la lanceta en el cuello.
-Vale, lo haré pero... no me mates. - rogó Poole asustado.
Este tragó saliva, respiró hondo y se llevó la poción a su boca.
-Parece que no funciona - rió nervioso. Luego posó la mano en su estómago, con una mueca de dolor en el rostro. Comenzó a gritar, a revolverse y convulsionar por el suelo mientras tosía salvajemente algo de sangre.
Utterson sintió que le fallaban las piernas, aquella imagen no era para nada agradable de ver. Estaba pálido, con náuseas y paralizado. No sabía que hacer: acercarse, huir, ver lo que pasaba... Cerró los ojos bruscamente para no mirar, pero seguía escuchando los gritos del mayordomo que hacían estremecer los cimientos de la casa. Cuando reunió el valor suficiente para observar el resultado de la pócima, dejó que la luz volviese a pasar por sus pupilas. Se reparó en que el Sol se había ido, que era ya de noche; se había quedado dormido. Pensó en ir a su casa, pero antes comprobó que nadie había muerto. Bajó la vista hacia el suelo. Se alarmó al no ver a nadie allí, donde se supone que debería estar Poole. No se fiaba de los efectos que la poción podría haber causado al mayordomo. Por lo tanto, decidió emprender una búsqueda exhaustiva hasta dar con él.
Tras una larga caminata por los pasillos, llegó a una oscura azotea. No había encontrado a Poole por ningún lado, pero estaba agotado, necesitaba descansar. Se sentó en una cómoda silla de mimbre y cerró los ojos. Su mente reprodujo una desagradable secuencia de imágenes relacionadas con el sufrimiento que vivió el mayordomo. Sacudió la cabeza intentando sellar con llave, contraseña y barricadas esas puertas en su pensamiento. Perdió la mirada en el cielo y se dejó llevar por la melodía de la suave brisa, mientras un manto de estrellas lo arropaba y la Luna brillante lo guardaba y lo vigilaba.
El olor, el tacto, la sensación de tranquilidad y la incomodidad hicieron que despertara; estaba en una silla de madera atado con una soga por las muñecas. Entreabrió los ojos somnoliento, con la cabeza martilleándole, respirando con fuerza y una impresión de odio irrefrenable. Ese último sentimiento le traía recuerdos. De repente lo relacionó con lo que experimentó al conocer al señor Hyde.
-Buenos días Utterson... ¿Cómo hemos dormido? - el abogado, como un resorte, miró hacia atrás - Perdona si te he asustado, pero no te preocupes, no me he sentido ofendido; muchas otras personas reaccionan así al verme.
Detrás de sí, se encontraba un hombre de pequeña estatura, rechoncho, y con un rostro que producía una cólera irrazonable.
-Hyde... - fue lo único que pudo tartamudear, debido al miedo - ¡Tu estabas muerto! ¡No puedes haber revivido!
-Tranquilo... No he resucitado ni nada por el estilo - se rió el individuo - soy Hoode, el doble de Poole. Por cierto, no es a mí a quien debes mirar.
Utterson se volvió hacia delante y vio una figura alta, delgada, de ojos brillantes y vestida con un esmoquin negro. Este personaje lo observaba cautelosamente. Cuando por fin dejó que la tenue luz de una vela le iluminara la cara, el abogado pudo ver con claridad el rostro de su amigo de toda la vida: Henry Jekyll.
- Puedes llamarme doctor Henry Hyde. Y si aún estás en duda... yo nunca he muerto. - añadió con una torva sonrisa - Lo que pasó realmente fue simple:
» El alma de Hyde me poseyó por completo. Se adueñó tanto de mí, que mi apariencia y manera de ser eran ya de mi parte negativa, por así llamarlo. Además, se me agotó una sal impura, que era el ingrediente clave de la pócima. Debido a esto, tan solo podía permanecer y actuar como Hyde. Claro está que prefiero ser el doctor, así que decidí acabar con todo. Asesiné a mi cuerpo de Hyde, pensando que ya sería Jekyll para siempre. - en ese momento rió diabólicamente. - ¡Qué ingenuo fui! Al final nada de eso ocurrió, es más, pasó algo mejor. Ya podría ser yo libremente, sin necesidad de tener una horrenda cara, ni un achatado cuerpo. Había cumplido diez años de repente, pero no me importaba, me sentía fuerte y sin cadena que valiese. Divisé mi cuerpo anterior, muerto a mis nuevos pies y os escuché golpear la puerta. Silenciosa y rápidamente me escabullí por la ventana, dejando cerrado el pestillo para que pensaseis que no habría podido salir. Una vez en el callejón al que ésta daba, busqué un cristal para ver reflejado mi nuevo rostro. Me dí cuenta de que era el doctor otra vez, pero tenía la osadía y la maldad de Hyde. - se acercó al abogado tanto que este podía sentir se respiración. Se alejó solo un poco de él. - Luego me puse a pensar y recordé que dejé la receta de la poción arriba, por un momento me asusté. Aunque me percaté de que eso no sería tan malo, que si alguno de vosotros tomaba la pócima, se aliaría conmigo y entonces sería un dos contra uno. Esta hipótesis fue cierta, pues unas semanas después conocí a Hoode, que sin problemas se unió a mi propósito. Él no dirá nada, pues no dejaré que vuelva a su forma original. Si lo hace, no serán buenas las consecuencias... - advirtió mientras miraba a lo que antes había sido Poole, que contemplaba la escena con una perturbadora sonrisa en el rostro.
Jekyll se ponía serio a medida que se acercaba al abogado. Utterson sintió como los ojos del doctor buceaban en los suyos, haciendo que se estremeciera.
- Si te asocias a nuestro proyecto vivirás bajo mis órdenes y serás premiado cuando yo haya destronado a la realeza. Y si esto pasa, juro que en la nueva era de oro que verá Inglaterra bajo mi mando, tú y Poole seréis importantes. Podréis controlar a los civiles, que estarán aterrados debido al poder de un ejército de hombres que hayan bebido mi poción y sean como fieras sin domar.
- ¡Henry! ¡Basta ya! ¡Estás perdiendo la cordura! ¡Jamás podrás hacer eso! Por favor, si eres humano dime que esto es solo una broma... Por favor... - Jekyll se limitó a mirarlo fríamente.
-¿Crees que todo esto es un montaje? ¡He creado un elixir que es la llave para una nueva civilización! y ¿tú dices que si es una broma?... ¿Acaso tengo cara de juego? Tómate esto seriamente Utterson. Es más, voy a dejar que te lo pienses hasta la hora de tu muerte.
Al decir esto, el doctor le golpeó con fuerza.
Utterson abrió los ojos, deseando que todo hubiese sido un sueño, aunque eso estaba muy lejos de la cruda realidad. Se encontraba en el suelo de una habitación abandonada. Estaba todo oscuro y sucio. No muy nítidamente divisó a alguien a su lado que lo observaba. Era la nueva versión de Henry Jekyll, que parecía ser inhumana.
- Bien, como antes no te decidías, me he decantado por presionarte. Como puedes contemplar, estás en el sótano de una casa perdida en el campo; por mucho que grites nadie te oirá. No hay comida ni bebida... Bueno, eso último no es verdad. Lo único que puedes beber es esa poción de ahí. - señaló a una mesa lejana - Tienes dos objetivos: buscar la forma de beber eso y salir, o morir aquí de hambre. No esperaré mucho, así que ya puedes darte prisa. ¡Ah, por cierto! Si sigues indeciso, - le arrojó un revólver - ya sabes.
Se separó de él y se marchó por la puerta de hierro de la sala. Utterson tragó saliva. Si quería vivir tendría que tomar la pócima. No era justo. Henry le ofrecía una vida que él no deseaba, pero que sería la que poseería si sobrevivía. Por otro lado, no quería poner punto y final así. Aferró el arma y la levantó en el aire. Con el corazón latiéndole con fuerza y un pulso acelerado, hizo el ademán de apretar el gatillo. Pero no pudo. Era demasiado. Miró la botella con grima. Empezó a meditar profundamente. Pasó así varias horas hasta que se dio por vencido. Comenzó a llorar y a gritar, aunque era consciente de que nadie le socorrería. Maldijo su impotencia y con lágrimas corriendo por sus mejillas, cogió el revólver. Ahora sí estaba dispuesto a terminar con el sufrimiento.
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