viernes, 17 de enero de 2014

Historia de dos ciudades

      De ese modo, llegaron a Inglaterra sobre las diez de la noche.

     Ya en su cama, Lucie se puso a pensar. No entendía porqué Carton había tomado esa decisión. De pronto, las palabras que su amigo le había dirigido la última vez que se vieron resonaron en su cabeza: "Cuando usted sea una esposa y una madre feliz, no olvide que yo sería capaz de cualquier cosa por usted o por sus seres queridos." Entonces, una sensación que nunca había experimentado la recorrió de arriba a abajo, desde la cabeza hasta los pies, una gran tristeza  unida a una enorme gratitud.

     A la mañana siguiente, todo volvió a la normalidad en casa de los Manette. Todos se comportaban como si nada hubiera pasado, como si nunca hubiera existido ese viaje a Francia para rescatar a Darnay, ni la revolución, ni ningún otro recuerdo de aquella terrible historia. Hicieron lo correcto, era mejor olvidar.

     Una noche de invierno, ya pasados varios años, una carta le llegó al señor Manette. La revolución había acabado, la gente del pueblo había ganado y los reyes habían muerto, al igual que muchos otros nobles. Ahora, una república gobernaba Francia. En realidad, la carta tampoco les importó mucho, no pensaban regresar a Francia, ocurriese lo que ocurriese.
    
     A los pocos días, un mensajero llegó a casa de los Manette con una buenísima noticia:

      - ¿Podría hablar con el doctor Manette, por favor?.

      - Sí, soy yo.

      - ¿Conoce usted a un tal Sydney Carton?

    - Sí, por supuesto, era amigo de la familia. Desgraciadamente, murió hace algunos años.

    - Me temo que no fue así. Se hizo pasar por un miembro de la familia de Saint-Evrémonde, poco querida en Francia, y condenado a la guillotina en su lugar. Pero, justo antes de que la cuchilla atravesase su cuello, alguien lo impidió. Él contó la verdad y fue liberado. ¿No conocen la historia?

     - No, no éramos conscientes de nada. ¿Dónde está Carton?

   - Eso es un misterio. Huyó del país hace algunos meses, por eso estoy aquí. Necesitamos encontrarle, para averiguar dónde está Charles Darnay. La república quiere acabar con él, cueste lo que cueste.

    - Siento no poder ayudarle. No sé el paradero de los señores Carton y Darnay. Si me disculpa, tengo cosas que hacer. Buenas tardes.

      Entonces, cerró la puerta ante la mirada atónita del mensajero.

     Esa misma noche, en medio de una tormenta, alguien llamó a la puerta. Lucie fue a abrir.

     - ¡Carton! Pensábamos que nunca volveríamos a verte.- dijo Lucie llorando.

     - Yo también lo creía.

     - Vamos, pasa y cuéntanos lo ocurrido.

       Carton se sentó junto a la chimenea y comenzó a relatar:

  - Me taparon la cabeza y aquel artilugio empezó a hacer unos ruidos muy desagradables. Justo cuando creía que había llegado el fin, alguien apareció y gritó: "¡Alto! Ese no es Darnay." Me quitaron la capucha y comprobaron mi verdadera identidad. Nadie en la plaza daba crédito. Finalmente, me llevaron frente a Defarge. "¡Carton!- gritó. ¿Cómo puedes haber hecho eso? Íbamos a matar a ese traidor de una vez por todas. Por tu culpa, ese bribón habrá huido ya de Francia. Yo no contesté, no iba a gastar saliva con alguien como él, un ruín asesino. Así, me sometieron a cinco meses de trabajos forzados. Cuando me liberaron, huí del país y... aquí estoy.

    - Pero, ¿quién fue la persona que descubrió tu verdadera identidad?- preguntó el doctor.

    - Fue Barsad. Ese espía averiguó lo que tramábamos.

    - Bueno, lo importante es que estamos todos a salvo.

    - No del todo. ¿Recordáis a la señora Defarge?

    - Sí, ¿cómo la íbamos a olvidar?

   - Pues apareció muerta, justo en el lugar donde os alojásteis durante vuestra estancia en Francia. Ahora todo el país os busca.

    - Pero, ¿cómo es posible? Esta mañana vino un mensajero francés a preguntar por tí, Carton, y no nos dijo nada de eso.

   - Recordad que se tardan varios días en llegar hasta Inglaterra. Cuando ese hombre partió hacia Londres, aún no se había descubierto el cadáver. Por ese motivo estoy aquí. Mañana huiremos a España y viviremos en adelante, con otra identidad, en un pequeño pueblo del sur llamado Alcalá del Río.

   .... Y el apellido Pérez de Molina se mantuvo en la localidad durante varias generaciones.




























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