lunes, 20 de enero de 2014

Continuación de "Una flor amarilla".

Tras pasar unas amargas semanas en casa, recibí una llamada de mi hermano, si, mi hermano, ese hombre del que no sabía nada desde hacía 10 años aunque viviese en la misma ciudad que yo, cosas de herencia, ustedes ya comprenden.

Al colgar el teléfono casi no podía creer lo que acaba de oír. Trasladaban a mi hermano al servicio militar a Rusia, y como su esposa había fallecido recientemente, su hijo quedaría huérfano. 

En definitiva, era mi deber quedarme a su cargo, pues era su única familia.
La verdad es que ni sabía del nacimiento de este niño ni de la muerte de la madre, cuando estás alejado de los tuyos, es como si no tuvieses familia alguna. No te enteras de los problemas de los otros ni ellos de los tuyos.

Una fría mañana de enero, a eso de las 7:00 de la mañana, el timbre de mi casa en la Rue de Rivoli sonó tres veces seguidas, sin duda ése era mi hermano. Allí estaba, tal y como lo recordaba, esbelto y muy delgado, algo dejado y con el rostro abatido, tenía el semblante destrozado, y a su lado, agarrándole la mano, un pequeño flaco de apenas ocho años de edad con ojos tristes que me miraban y calaban hasta lo más profundo de mi alma.
No pude evitar sentir lástima por ese niño que perdió a su madre y estaba a punto de perder a su padre. Mi hermano sólo me dijo que lo disculpase por estos diez años y que me dejaba lo más importante que tenía en su vida, su hijo, que lo criase como si fuese mío.

Ciertamente, la llegada de Jean Michel me cambió la vida por completo, al principio me venía grande la tarea, no sabía Cómo ser padre, si apenas podía conmigo mismo, ¿cómo se supone que me encargaría de un niño? Fueron unos meses difíciles al principio, adaptarme al cambio, a vivir con otra persona que estaba bajo mi responsabilidad.


 Pero con el paso del tiempo cambió mi forma de ver las cosas, quería ser bueno para ese niño porque él me necesitaba y yo era su única familia. Al poco tiempo conseguí un empleo a media jornada en una cafetería cerca de casa, y con ese sueldo íbamos subsistiendo y pagando una educación para mi sobrino. El chico era bastante inteligente, muy parecido a mi hermano con su misma edad, era como volver a mi infancia, como algo que ya había vivido antes. 

Fue en ese justo momento cuando Luc volvió a mi mente, cuando volví a recordar todo lo ocurrido un tiempo atrás. Me di cuenta de que gracias a la llegada de Jean Michel, había superado la pérdida de Luc, que era mi vivo reflejo.

Me convertí en un hombre nuevo, en un ejemplo a seguir, un padre para Jean Michel y él, el mejor regalo, un hijo para mí. El mejor de todos.

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