Tras pasar
unas amargas semanas en casa, recibí una llamada de mi hermano, si, mi hermano,
ese hombre del que no sabía nada desde hacía 10 años aunque viviese en la misma
ciudad que yo, cosas de herencia, ustedes ya comprenden.
Al colgar el
teléfono casi no podía creer lo que acaba de oír. Trasladaban a mi hermano al
servicio militar a Rusia, y como su esposa había fallecido recientemente, su
hijo quedaría huérfano.
En definitiva, era mi deber quedarme a su cargo, pues
era su única familia.
La verdad es
que ni sabía del nacimiento de este niño ni de la muerte de la madre, cuando
estás alejado de los tuyos, es como si no tuvieses familia alguna. No te
enteras de los problemas de los otros ni ellos de los tuyos.
Una fría
mañana de enero, a eso de las 7:00 de la mañana, el timbre de mi casa en la Rue
de Rivoli sonó tres veces seguidas, sin duda ése era mi hermano. Allí estaba,
tal y como lo recordaba, esbelto y muy delgado, algo dejado y con el rostro
abatido, tenía el semblante destrozado, y a su lado, agarrándole la mano, un
pequeño flaco de apenas ocho años de edad con ojos tristes que me miraban y
calaban hasta lo más profundo de mi alma.
No pude
evitar sentir lástima por ese niño que perdió a su madre y estaba a punto de
perder a su padre. Mi hermano sólo me dijo que lo disculpase por estos diez
años y que me dejaba lo más importante que tenía en su vida, su hijo, que lo
criase como si fuese mío.
Ciertamente,
la llegada de Jean Michel me cambió la vida por completo, al principio me venía
grande la tarea, no sabía Cómo ser padre, si apenas podía conmigo mismo, ¿cómo
se supone que me encargaría de un niño? Fueron unos meses difíciles al
principio, adaptarme al cambio, a vivir con otra persona que estaba bajo mi
responsabilidad.
Pero con el
paso del tiempo cambió mi forma de ver las cosas, quería ser bueno para ese
niño porque él me necesitaba y yo era su única familia. Al poco tiempo conseguí
un empleo a media jornada en una cafetería cerca de casa, y con ese sueldo
íbamos subsistiendo y pagando una educación para mi sobrino. El chico era
bastante inteligente, muy parecido a mi hermano con su misma edad, era como
volver a mi infancia, como algo que ya había vivido antes.
Fue en ese justo
momento cuando Luc volvió a mi mente, cuando volví a recordar todo lo ocurrido
un tiempo atrás. Me di cuenta de que gracias a la llegada de Jean Michel, había
superado la pérdida de Luc, que era mi vivo reflejo.
Me convertí
en un hombre nuevo, en un ejemplo a seguir, un padre para Jean Michel y él, el
mejor regalo, un hijo para mí. El mejor de todos.
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