ÉL: Hace ya varios meses presentamos un experimento. Con él queríamos conseguir que las personas de nuestro siglo llegaran a comprender que la vida nunca ha sido fácil. Para llegar a la paz de la que ahora gozamos, la población tuvo que sufrir mucho.
ELLA: Durante la Guerra Civil española murieron entre seiscientas cincuenta y ochocientas mil personas, incluidos soldados y ciudadanos no militares. Miles de víctimas fueron niños, que fallecieron a causa del hambre. ¿Creen ustedes que la mayoría de estas personas eran culpables de lo que estaba sucediendo en el país?
ÉL: Claramente, no. Sólo era gente que estaba en el sitio equivocado, en el momento erróneo. Nuestro experimento pretendía que todos fuéramos conocedores de estas desfachateces, que lo único que hacen es ensuciar el nombre de la raza humana.
ELLA: Ahora, vamos a ver cómo continuó la historia. ¿Qué ocurrió después? Dejamos el relato en el momento en que el padre había ingresado en prisión por el asesinato de su hijo mayor. Mario y Encarna iban a casarse, mientras que la madre aún no podía asimilar bien todo lo que estaba ocurriendo.
ÉL: Disfruten de lo que va a suceder a continuación:
MARIO: ¡Encarna! El niño está llorando y no sé qué hacer.
ENCARNA: Ya voy. Vicentito, tienes que dejar de llorar todo el día.
MARIO: Por cierto, esta tarde voy a acompañar a mi madre a la cárcel. Vamos a hacerle una visita a mi padre.
ENCARNA: Pero, él sigue bien ¿no?
MARIO: Sí, pero iremos a verle para pasar con él un rato. Desde que está allí se siente muy solo.
ENCARNA: Comprendo. No te preocupes, ve sin problemas. Mientras, yo iré a casa de la señora Gabriela para charlar un poco.
MARIO: Como quieras. Después iremos al cementerio para llevar flores a la tumba de Vicente. ¿Te apetece venir?
ENCARNA: No sé. No me parece bien llevar allí al niño.
MARIO: Déjalo esta tarde con la señora Gabriela. Así te despejarás. Además, a ella le encanta tener visitas.
ENCARNA: Está bien, iré con vosotros.
(Se apagan las luces. Cuando vuelven a encenderse, aparecen Mario y su madre entrando en la cárcel. El padre está sentado, con una postal en la mano y una lupa.)
MADRE: Hola, cariño. ¿Cómo estás?
PADRE: Miren lo que he encontrado en la postal. Este chiquillo que está aquí, en la esquina, parece Vicentito.
MARIO: (Dirigiéndose a su madre.) Creo que sigue igual de paranoico.
MADRE: Ya lo veo. (Dirigiéndose a su esposo.) Querido, ese no es Vicente.
PADRE: Sí lo es y sostiene en sus brazos a Elvirita. Hay que ir a buscarlos antes de que suban al tren. ¡Rápido! Hay que salir de aquí.
MARIO: Padre, ya es tarde. Vicente y Elvirita se han ido y no volverán. Ese de la foto puede ser cualquiera que pasara por allí. Quizás es el hijo del señor del bigote que está junto a él.
PADRE: No. Estoy seguro. Es Vicentito. voy a buscar mis tijeras para recortarlo. ¿Dónde estarán?
MADRE: Querido, aquí no te permiten coger las tijeras. Mira, te he traído ensaimadas, para que te sientas como en casa.
(Después de la merienda.)
MARIO: Madre, será mejor que nos vayamos. Se está haciendo tarde.
MADRE: De acuerdo. Ahora, vamos a ver a tu hermano.
(Aparecen Mario, su madre y Encarna. El decorado es un cementerio. La madre sostiene un ramo de flores.)
MADRE: Vicente, aquí estamos, tu hermano, Encarna y yo. Venimos a visitarte y te traemos un ramo de tus flores favoritas, aquellas que siempre tenías en tu oficina. (Rompe a llorar.)
MARIO: Encarna, acompaña a mi madre al coche. Yo enseguida os alcanzo.
ENCARNA: Claro. Vamos doña Remedios.
(Encarna y la madre abandonan la escena.)
MARIO: Buenas tardes, Vicente. He venido para acompañar a mamá. Ella tenía muchas ganas de traerte flores y hablar un rato contigo. Encarna también ha venido. ¿Sabes?, nuestro hijo se llama como tú; para que veas que ninguno de los dos te guardamos rencor. Estás siempre presente en nuestras oraciones y no hay un solo día en el que no pensemos en tí. Espero que llegues a perdonarme. Por mi culpa, ahora estás bajo tierra. Las personas no apreciamos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Yo tenía al mejor hermano del mundo. Nos costaba ponernos de acuerdo, lo reconozco; es más, rara vez opinábamos igual. Siempre discutíamos, nos desafiábamos; pero, a pesar de nuestras diferencias, no he querido ni querré a nadie como a tí. ¿Me perdonarás algún día?
(En ese momento, dos desconocidos pasan por el lugar, entretenidos en una conversación.)
HOMBRE: Pues, después de todo, terminaron perdonándose.
MUJER: Era de esperar. Se querían mucho.
(Después de oírlos, Mario siente que su hermano le ha perdonado. Mira al cielo con una sonrisa y abandona la escena.)
ÉL: La representación ha terminado.
ELLA: Como moraleja, podemos concluir que uno de los regalos más grandes que te puede dar la vida es tener un hermano a tu lado.
ÉL: No vas a conseguir mayor tesoro. Guárdalo, protégelo y quiérelo hasta el fin de tus días.
ELLA: De lo contrario, si él no está, te sentirás vacío, porque se habrá ido una parte de tí.
(Baja el telón.)
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