domingo, 2 de marzo de 2014

No pidas sardinas fuera de temporada.

Gracias a aquel crimen fui conocido por muchas personas. Los policías no se creían que yo lo hubiese podido resolver todo aquello solo, por lo que me premiaron con una medalla y un título honorífico. Decían que era una gran apuesta para el futuro. Satisfecho volví mi casa, pero por mi cabeza empezaron a rondar unas cosas horribles: ¿qué pasará cuando salgan de la cárcel, me matarán, me secuestrarán...? No lo sabía. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Dejando mis pensamientos lejanos a un lado me dirigí al hospital a visitar a Elías.

Seguía en aquella cama, pero ya tenía conocimiento y podía hablar con otras personas.
-Gracias, de verdad no sé cómo agradecertelo- me dijo nada más llegué.
-De nada- le contesté un poco sonrojado-. ¿Cómo estás?
-Ya me encuentro mejor, me sacaron de la UCI la noche pasada.
-¿Qué vas a hacer cuando salgas de aquí?
-Visitaré todo el mundo con mi moto, fotografiaré cada momento. Te mandaré las fotos más alucinantes.
-Que bien. Felicidades por tu decisión. Yo no sé que haré- contestó con pausa e inseguridad-. Seguramente que monte un negocio de espionaje. ¡Me han dado un título honorífico!

Nada más terminar esta frase una enfermera entró en la habitación, y le comunicó:
-Elías, ¿estás preparado para ir a ver al médico?
-Sí- le respondió-. Tío me voy, deseame suerte. Adiós, Juan- me dijo riéndose.

Esas últimas palabras paralizaron mi corazón, recordé la última vez que vi a Clara.
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 Me desperté sobresaltado. Miré la alarma. Llegaba tarde. Me vestí apresurado. Sin desayunar me monté en el coche y me dirigí a mi trabajo. Entré.
-Señor Flanagan- me saludó mi secretaria-. Ha llegado un nuevo caso, está en su oficina.
-Vale, gracias- le contesté con una sonrisa.

Mi despacho era muy poca cosa. Tenía unas cortinas roídas por abajo, una mesa y unas sillas de un oferta de IKEA, un ordenador antiguo y le faltaban objetos decorativos. Encima de mi escritorio estaba el informe que lo cogí inquieto. Empecé a leer: "Ha desaparceido una chica de 28 años. Vivía en el pueblo Zarzalejo." Ha continuación venía un detallada descripción seguida de una imagen actual. "No puede ser" pensé. Era Clara. Leí y releí todas las pruebas que tenía la policía. Llevaba más de tres semanas desaparecida.

Me dirigí al pueblo a una dirección que venía en la ficha policial. Era muy pequeño y tenía una distribución muy dispersa. La casa era muy sencilla y austera. Llamé a la puerta.
-¿Quién es?- Preguntaron desde el otro lado de la puerta.
-Soy Juan Anguera, también conocido como Flanagan. Soy el detective que lleva el caso de su hija.

La puerta se abrió y la mujer me abrazó llorando.
-La policía se ha rendido, y necesitaba ayuda, me aconsejaron que fuera a ti.
-Has hecho bien- le sonreí.

Aquella mujer desesperada me contó todos los avances de la policía, pero ninguno me parecía el correcto. La palabra "venganza" de repente recorrió mi mente. Me despedí de Amelia. Con rapidez me dirigí a los archivos policiales penitenciarios.

Casi tuve un accidente de tráfico pero, al fin, llegué. Entré ne la comisaría del pueblo. Me identifiqué y pude acceder a todos sus documentos. Empecé a leer. Hace algo más de un mes un criminal se había dado a la fuga. El Pantasma estaba libre. Pedí permiso para visitar la celda del individuo, pero ya era demasiado tarde. Aunque me cocedieron un pase para mañana a primera hora. Desilusionado fui a mi casa dónde trataría de nuevo todas mis dudas con mi almohada.

El despertador sonó, pero yo me había adelantado. No concilié el sueño en toda la noche, pero se me habían ocurrido algunos lugares donde podría estar secuestrada Clara. Aunque, antes de nada, fui a buscar más pistas a la cárcel.

Al llegar enseñé mi permiso, por lo que me admitieron el paso. Aquel mugriento lugar daba asco. Tenía un ambiente frío y seco. Nadie estaba con nadie, cada uno tenía sus propios problemas. Me acompañaron por un pasillo muy poco ilumidado y estrecho en el que en ambas paredes tenían grandes puertas de metal. Al final de la calle había una última celda, pero esa no era la de mi destino sino la que estaba a su izquierda. El guardia abrió la puerta, esta chirrió con gran fuerza. Su interior se encontraba vacío. Tenía un olor respugnante, había una única cama, que se encontraba totalmente destrozada; no había ventanas, solo una bombilla que parpadeaba.
-No...
-Hostia- grité asustado.
-No han tocado nada- terminó de contarme el guardia.
-Perdón por el sobresalto, pero es que no me lo esperaba.
-No pasa nada- empezó a reirse-. Le dejo solo para que lo investigue.
-Vale. Gracias.

No sabía por dónde empezar, estaba todo muy desordenado. En las paredes no había nada, debajo de la cama tampoco. Busqué en el interior de los colchones, de las almohadas.... Nada. Me tiré al suelo, llevaba más de tres horas buscando, estaba exahusto. Giré la cabeza y percibí algo extraño. Había garabatos grabados en las vigas de madera de la cama. Me acerqué. Era mi nombre. Acompañados de unas "dulces" palabras: muerte, maldito, demonio... Me aterrorizé, yo era la verdadera víctima.
-Es hora de que te vayas.
Me volvió a asustar, y más en mi nuevo estado de ánimo.
Acepté y me fui.

De camino a mi casa, tuve una idea. Sin pensármelo dos veces me dirigí a aquel lugar. Parecía que hubiese estado inhabitado durante años. Entré, todo estaba recubierto de polvo, el Pantasma no volvió a entrar en su casa. Fui a la cocina para fijarme en el interior del frigorífico. Me quedé paralizado, había una foto de Clara, tenía la cara destrozada con un gran moratón en el ojo. Empecé a llorar. Había una nota: "Te espero en la casa del Lejía". Me apropié de un cuchillo y salí corriendo.

Desde el descampado, pude ver un tragaluz cuyo interior estaba iluminado. Entré a hurtadillas por la ventana de la cocina. En la sala alumbrada no había nadie. Mis piernas empezaron a temblar, la respiración se me entrecortaba y alzé el cuchillo en modo ataque. Registré la casa, solo quedaba una habitación, me traía muy malos recuerdos y por eso lo dejé para la última, allí me tuvieron retenido durante un día. Escuché un ruido en el interior y sin pensar quien estaría detrás, abrí la puerta.
Era Clara, ambos empezamos a llorar de emoción. La abrazé, no me importaba si alguien me atacaba por la espalda. La desaté, tenía rasgos por todo el cuerpo de haber sufrido una pelea. Le acaricié la cara. Ella me miraba a los ojos, yo la miré. Finalmente me besó, esos fueron los mejores instantes de mi vida. Pero todo lo bueno se acaba.
-¡Nooo!- Gritó desesperada.

Sentí una gran punzada en mi espalda. Todo se volvió borroso. Caí hacia atrás. Ella lloraba, yo me desangraba, él se quedó paralizado. Me empezó a besar, como si con eso me fuese a salvar. Era la pura y fría realidad.






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