El reloj sigue su curso igual que siempre. Yo estoy en mi casa haciéndome estas preguntas sobre el paradero de El Viajero a través del Tiempo. Posiblemente haya muerto; no creo que se quedase tres años en el futuro. A pesar de tener la mirada perdida en las agujas, ahora me doy cuenta de que son las cinco... Saldré a pasear.
Mi mente está siendo comida por la curiosidad, aunque esta está aumentando; enfrente de la casa del Viajero, he visto sangre. El corazón se me ha disparado. ¿Puede ser él que ha regresado? Voy a ver. Doy unos pasos más y me adentro; la puerta está entreabierta. Tengo mucho miedo, no sé si podré ir a ver que ocurre...
–—¿Estás bien? –corro hacia lo que parece ser un cadáver, pero juraría que se ha movido...– ¡Eh!
De repente, se voltea hacia mí, y su cara pálida me mira. Soy consciente de que El Viajero a través del Tiempo tenía el rostro blancuzco... Pero no tanto como hoy...
—¿Qué te pasa? –me está aterrando esta situación... Mejor intento curarlo.
—No te preocupes por mí... Estoy bien... –dice, mientras ando con él en brazos– Tan solo me encuentro un poco mal... No me hacen falta tantos cuidados...
Comienzo a notar que su cuerpo se enfría... Tendría que dejarlo en ese sofá y echarle una manta por encima.
—Vete... –no para de repetir lo mismo.
—No, me quedaré aquí hasta que te recuperes...
—¡Vete maldita sea...! –interrumpe forcejeando un poco, sin lograr infligirme miedo.
No voy a abandonarlo; diga lo que diga. Tampoco quiero gastar más voz, por lo que tan solo me limito a negar con al cabeza.
—Bien... Ya que insistes en quedarte, te contaré cómo llegué aquí...
—Vale... Eso puede darme alguna pista a la hora de salvarte... Porque te estás muriendo ¿no?
—Esto será lo último que puede que haga en esta vida, por lo que la Máquina del Tiempo, te la dejo a ti como herencia –indica él, sin responder a mi pregunta–. Bueno, me remonto tres años atrás, cuando regresé al futuro. Esta vez, los marcadores de los días no fueron tan lejos, pues la Máquina me llevó al año 2.740. Al llegar me encontré con algo inverosímil: la niebla no se disipaba. Me pareció extraño. Salté del sillín. Di una mirada circular, esperando divisar algún edificio, pero todo estaba destruido. Comencé a sentirme mareado y débil, posiblemente por culpa de las sustancias tóxicas del aire. Caí al suelo de bruces. Entonces comprendí que no podía permanecer allí, que debía irme, pero, de repente, unas manos me taparon la nariz y la boca. Eso fue lo último que recuerdo antes de desmayarme.
Cuando volví a abrir los ojos me habían atado de manos y piernas, y encerrado en una habitación oscura. Grité para ver si llamaba la atención. A los cuatro chillidos, alguien acudió a mí... Aunque prefiero que no lo hubiera hecho. Era un hombre alto, fuerte, vestido con ropas extrañas y oscuras. Solo pude verle los ojos, grises y de mirada burlesca; llevaba una prenda en la cara. Cuando se la quitó, pude observar que poseía una cicatriz que le atravesaba el rostro.
—Te has despertado... –me saludó con un tono chistoso.
—¿Quién eres y qué hago yo aquí?
—Soy alguien que no tienes que conocer y estás aquí para responder a mis preguntas, si no quieres perder el trasto que venía contigo... O incluso tu vida...
—¿Qué? No pienso hacer nada de lo que...
—Hay un veneno que recorre tu sistema y que te matará en una hora... –su voz interrumpió mis quejas.
Se me heló la sangre. Aunque luego pensé que las preguntas podrían no ser muy difíciles... ¡Qué equivocado estaba!
—Lo primero... ¿Quién te envía? –quiso saber.
—¡Nadie! Yo tan solo vine y... –mi mandíbula recibió un fuerte puñetazo– ¿Por qué me pegas?
—Mientes.
—¡Yo te digo la verdad! –me defendí.
Preferí callarme, pues el individuo sacaba de una funda lo que parecía ser una pistola, pero mucho más compleja y, posiblemente, mortífera que las de hoy en día. Apuntó a uno de mis pies y posó la yema de su dedo sobre el gatillo.
—Repito: ¿quién te envía? –cuestionó de nuevo, mirándome a los ojos de un modo amenazador.
Tragué saliva. La situación me daba miedo. No quería que disparase, pero no sabía qué responder. Gracias a mi capacidad de deducción, me percaté de que estaba en medio de una guerra, en la que había dos o más bandos. Tiempo después descubriría que esta hipótesis era falsa. En ese instante, se me ocurrió suplicarle, pero tal vez me quedaría cojo de por vida. Entonces se me vino a la mente una idea... ¿Llevaba tres años inconsciente? Traté de contenerme y mantener mis labios pegados, pero no pude.
—¿Cuánto tiempo llevo sin sentido? –en ese momento escuché un estruendo– ¡Aaaahh!
En efecto, pasó lo que usted está pensando ahora mismo: una bala me alcanzó el pie. A pesar de lo que me dolía aquello, insistí en mi pregunta, lo cual llevó a recibir más tiros en el mismo lugar. Cuando fue a accionar el arma otra vez no ocurrió nada porque, milagrosamente, se había quedado sin munición. Me examinó sorprendido y con odio ardiendo en sus pupilas. Se agachó a mi lado, me cogió el pelo y me dio un cabezazo contra la pared. Acercó su boca a mi oreja.
—Llevas aquí tres años, pues entraste en coma. Te he estado cuidando en la medida de lo posible para que me dijeras cómo funcionaba tu Máquina del Tiempo. Sí, sé para qué es. No eres el único listo en esta sala ¿sabes? Vi en unos recuadros muchos números y pensé que se correspondían con días... También sé que eres del pasado... Del siglo XIX, si no me equivoco... –tras una breve pausa siguió hablando– De no ser por mí serías un saco de huesos roídos por ratas de cloaca... Y ahora... ¿Así me lo agradeces? ¿Sin contestar?
No estoy seguro de si era responsable de lo que hizo, pero agarró mi cuello, ahogándome. Sentí cómo sus uñas se clavaban en mi carne, desgarrando mi piel. Después, como un resorte, se levantó y se dirigió hacia la puerta. Colocó la mano sobre ella, y se quedó con la vista perdida. Tras unos minutos así, volvió a mí su cabeza.
—Odio a las personas como tú. Tan egocéntricas, tan avariciosas... Por algo he matado a la mayoría de la gente y no me remuerde la conciencia.
Cerró con estrépito y me abandonó en la oscuridad, el silencio y la soledad.
Estuve un rato razonando y barajando las formas de escapar que tenía a mi disposición. Eché en falta mi bolsa con provisiones; me la robó el desconocido. Me di cuenta de algo en mi bolsillo: una caja de cerillas. No supe por qué me las dejó, posiblemente no sabía que estaban ahí. Encendí una y me arrastré con esfuerzo hacia la puerta; uno de mis pies estaba destrozado. Iluminé la cerradura y, para mi sorpresa, era un simple picaporte. La abrí, aún con las manos atadas, y me largué de allí. A pesar de que pasaba por unos pasillos oscuros sin más, a mí me parecía que yo era un personaje de un relato de terror. De repente, sentí cómo la llama de la cerilla llegaba a mis dedos. Me quemó, por lo que la dejé caer al suelo sobre un líquido inflamable. Seguro que eso fue preparado así, por si intentaba escapar. Vi que el fuego ardía ante mí, pero no se extendía. Traté de ponerme recto y así atravesar la llamarada. No sé que se me pasaba por la cabeza. Salté para llegar al otro lado y, con algo de suerte, tan solo me quemé un poco el pie herido. Sin voltear la mirada atrás, proseguí con mi huida. Entré por un pórtico a una sala en la que estaban mi secuestrador y la Máquina del Tiempo. Este percató mi presencia y se giró. Llevaba la misma pistola de antes, cargada. Se acercó a mí, me cogió por el cuello de la camisa y me estampó contra la pared, de nuevo.
—Haz funcionar la máquina –me ordenó.
—¿Por qué iba a hacerlo?
—Porque te mataré si no lo haces.
—Si me matas no podrás usarla... –le advertí con una sonrisa.
Volvió a golpearme. Esta vez, me reparé en que la parte de atrás de mi cabeza sangraba debido a los impactos que había recibido.
—Mira, por si no lo sabes, soy, quizás, el último humano vivo. Tan solo te pido el favor de volver al pasado y de arreglar esto... No quiero seguir con esta soledad... Ponte en mi situación al menos...
—Hagas lo que hagas en el pasado, no cambiará el futuro. Además, no eres el último superviviente; hay más, solo que ya no son como tú. Están evolucionando a seres gráciles o a seres inmundos, por lo que la especie humana como la conocemos, se extinguirá contigo.
—¿Cómo sabes el paradero del mundo?
—Porque ya lo he visto –respondí, con un nudo en la garganta.
Me soltó. Iba a correr hacia la Máquina pero me retuvo por el brazo. Sus ojos me miraron, no hacían falta palabras para saber qué quería decirme. Aquel desdichado hombre pretendía volver a mi siglo, con o sin mí. Se lo negué. Me miró con odio. Pensé que me dispararía, pero, en vez de eso, cogió un frasco que guardaba en el bolsillo y lo tiró, derramando el líquido que había dentro de él.
—Eso era tu antídoto –susurró.
Entonces, mi corazón se olvidó de latir. No me creía que por el simple hecho de no llevarle conmigo me condenase a morir. No era justo, y sigue sin parecérmelo. Fui a descargar mi ira a puñetazos, pero las piernas me fallaron y caí al suelo. Con lágrimas, me subí a la Máquina. Divisé a aquel ser que cargaba sobre su espalda el fin de la humanidad.
—Si yo muero por tu culpa, tú morirás por mi culpa.
Cuando sus palabras terminaron, la inmensa niebla me volvió a invadir.
—Y, de esta forma, he llegado aquí.
—No te ofendas, pero... No me parece muy creíble...
En este momento he parado de hablar debido a que el Viajero a través del Tiempo está convulsionando y vomitando sangre por la boca. Las cuerdas vocales no me funcionan, no puedo gritar y, sin ningún porqué, mis ojos no quieren parar de contemplar aquello. Creo que los cerraré... No lo soporto más.
Parece que ya no se escucha nada... Veo que el pobre hombre yace muerto, con toda su cara y el suelo de color rojo. Miro hacia la puerta del laboratorio. Ese maldito artefacto ha causado ya demasiados males, es hora de acabar con él.
—Mira, por si no lo sabes, soy, quizás, el último humano vivo. Tan solo te pido el favor de volver al pasado y de arreglar esto... No quiero seguir con esta soledad... Ponte en mi situación al menos...
—Hagas lo que hagas en el pasado, no cambiará el futuro. Además, no eres el último superviviente; hay más, solo que ya no son como tú. Están evolucionando a seres gráciles o a seres inmundos, por lo que la especie humana como la conocemos, se extinguirá contigo.
—¿Cómo sabes el paradero del mundo?
—Porque ya lo he visto –respondí, con un nudo en la garganta.
Me soltó. Iba a correr hacia la Máquina pero me retuvo por el brazo. Sus ojos me miraron, no hacían falta palabras para saber qué quería decirme. Aquel desdichado hombre pretendía volver a mi siglo, con o sin mí. Se lo negué. Me miró con odio. Pensé que me dispararía, pero, en vez de eso, cogió un frasco que guardaba en el bolsillo y lo tiró, derramando el líquido que había dentro de él.
—Eso era tu antídoto –susurró.
Entonces, mi corazón se olvidó de latir. No me creía que por el simple hecho de no llevarle conmigo me condenase a morir. No era justo, y sigue sin parecérmelo. Fui a descargar mi ira a puñetazos, pero las piernas me fallaron y caí al suelo. Con lágrimas, me subí a la Máquina. Divisé a aquel ser que cargaba sobre su espalda el fin de la humanidad.
—Si yo muero por tu culpa, tú morirás por mi culpa.
Cuando sus palabras terminaron, la inmensa niebla me volvió a invadir.
—Y, de esta forma, he llegado aquí.
—No te ofendas, pero... No me parece muy creíble...
En este momento he parado de hablar debido a que el Viajero a través del Tiempo está convulsionando y vomitando sangre por la boca. Las cuerdas vocales no me funcionan, no puedo gritar y, sin ningún porqué, mis ojos no quieren parar de contemplar aquello. Creo que los cerraré... No lo soporto más.
Parece que ya no se escucha nada... Veo que el pobre hombre yace muerto, con toda su cara y el suelo de color rojo. Miro hacia la puerta del laboratorio. Ese maldito artefacto ha causado ya demasiados males, es hora de acabar con él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario