domingo, 27 de abril de 2014

            Durante los siguientes días el ambiente se fue normalizando un poco. Un día, tía Emma me mandó ordeñar la única vaca que tenemos, porque me habían enseñado hace poco, aunque me resultaba complicado. Cuando acabé, era ya muy tarde, y vi una parte del establo con un montoncito de paja. “Sólo un ratito”, pensó. Se tumbó en la improvisada cama y, poco a poco, notó como sus ojos se cerraban.

            Cuando los volvió a abrir, se encontraba en un sitio diferente. Pero esta vez sabía cuál era. Ya lo había visto antes: era la ciudad de Porcelana. Dorotea caminó dos o tres calles abajo y se extrañó de no haber encontrado a nadie todavía. La última vez que estuvo aquí, había gente por doquier, pese a que huyeran de ella. Entonces, cuando estaba pasando al lado de una pequeña casa, escuchó dos vocecitas muy agudas y le pareció reconocer una:

-        ¿Hola? - dijo Dorotea, esperando una respuesta –. Soy Dorotea.

            Las voces cesaron. Dorotea esperó unos segundos, tras los cuales una cabecita perteneciente a un ratón apareció de una ventana.

-        ¡Es ella! ¡Es ella de verdad! - gritó, de repente, el pequeño ser - ¡Es ella, majestad!
-        ¡Dorotea! - dijo la ratita con corona - ¡Estás aquí!
-        ¿Qué ha pasado? - preguntó Dorotea - ¿Es algo malo?

            Todos tomaron un momento para tranquilizarse. Tras el descanso, la Reina le contó a Dorotea todo lo sucedido.

-        Desde que te fuiste, el Espantapájaros, el Leñador de Hojalata y el León han estado disputando cuál de los tres dones era el mejor hasta llegar al punto de pelearse. ¡Tienes que hacer algo! Todos son muy poderosos y las brujas del Norte y el Sur no saben qué hacer.

            Personalmente, Dorotea tampoco sabía qué hacer

-        ¿Aún tienes a tu ejército? - cuestionó Dorotea - ¿Podrían llevarme al castillo de Glinda?
-        Mi número de súbditos ha disminuido, pero creo que te podrán llevar en un santiamén.

            Así, Dorotea y los ratones pusieron rumbo hacia el castillo de Glinda.

            Cuando llegaron, encontraron el castillo casi vacío. Sólo había una persona en el lugar y era Glinda. Cuando se encontraron, ésta le contó a Dorotea lo que había sucedido  en su castillo.

-        Todos, por temor, se han escondido en diversos lugares, y ni yo ni la bruja del Norte sabemos qué hacer.
-        Tú eres quien mejor los conoces – le dijo la reina a Dorotea -. Debe de haber alguna forma de pararles...
-        Podemos ir a la Ciudad Esmeralda e intentar tranquilizarlos – pensó Dorotea, como último recurso


            Tan pronto como lo dijo, Glinda usó un hechizo y todos fueron transportados a la Ciudad Esmeralda. Allí encontraron a tres personajes muy conocidos, discutiendo entre sí.

-        ¿Para qué quieres un corazón sin saber usarlo? - gritaba el espantapájaros
-        Los sesos no dan la felicidad, y la felicidad es lo mejor del mundo – respondía el leñador de hojalata
-        Podréis amar y pensar, pero si encontráis un peligro, ambos deberéis correr – dijo el León
-        ¿Qué ocurre? - les interrumpió Dorotea
-        ¡Dicen que los deseos que pidieron son mejores al mio! - gritaron los tres al unísono
-         ¿Y quién empezó todo esto? - preguntó Dorotea, que ya estaba actuando de mediadora
-         Fue el espantapájaros
-         No, fue el León
-         Es mentira, fue el Leñador de Hojalata
-         Creo que se quien causo todo esto - dijo Gilda

         Sólo ella se había percatado de que les observaban. Sólo tuvo que nombrar al individuo para que saliera el culpable: el Rey de los Monos Alados. Poco a poco, el lugar se fue llenando de risas tras entender lo sucedido, no solo de los propios Monos, sino también de los engañados.

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