Cuando desperté supuse que Manolo había estado allí ya que me había dejado una nota. Decía así:
Luis Mary, necesito verte y que me expliques que cojones pasaba el día de la persecución. Quedamos a las 11h en la buhardilla, donde siempre.
Me vestí rápidamente y me fui directamente hacia allá. Cuando me puse la chaqueta olí el perfume de Carolina. Hace dos noches fue estupendo, sin recordar que tenía al enemigo en casa. Cogí el coche y me dirigí hacia nuestra antigua buhardilla. Este sitio lo utilizábamos para resguardarnos de la realidad. Recuerdo que cuando había muchos exámenes, todo nuestro grupo de amigos, solíamos ir allí y nos los pasábamos realmente bien. Manolo siempre quiso ser un escritor y allí bromeaba diciendo que sería el escenario perfecto de un crimen sin resolver. Ahora, sólo lo visitamos él y yo para beber y fumar.
Cuando llegué ya estaba allí, sentado donde siempre se colocaba Teresa.
—Hola –dije, sabiendo que no me correspondería otro como respuesta.
Se levantó bruscamente y se puso muy cerca de mí. Me miró con actitud desafiante y cabreado.
—Dime, ¿qué pasaba el otro día cuando estuvimos persiguiendo al duendecillo aquel? ¿Por qué razón nos esperaban dos matones?
Lo miré a los ojos con infinita envidia y repugnancia.
—Mira, si quieres ayudarme hazlo. Pero no vengas reclamando querer saber nada, porque no tienes el derecho. Si quieres ser útil, lo único que tienes que hacer es guardarme esa cartera negra en tu casa.
Hubo un incómodo silencio. Dije mis palabras con bastante tranquilidad y quizás fue una de las cosas que hizo que el ambiente estuviera más tenso.
—No sé, déjame pensarlo. Si te soy sincero y tú lo sabes bien, yo nunca he sido un tío muy valiente, pero no me gustaría dejarte solo en esta situación difícil... –y dicho esto, se desplomó en el sofá. Al hacerlo, miles de partículas saltaron en el aire. La luz de la mañana calentaba aquel lugar y se estaba a gusto– Por cierto, una pregunta ¿qué es aquella libreta? La estuve ojeando antes de que vinieses, pero no he visto gran cosa.
—Estoy... escribiendo una novela –respondí con resignación–, pero más que eso, es un diario. Apenas sigo ya, no tengo el tiempo necesario, pero he decidido dejarlo por aquí por si en un futuro... me apetece echarme unas risas.
—Um... Me voy Luis Mary. Y pensándolo mejor, no quiero que me involucres en nada de ese tema. -dijo dándome la espalda y dirigiéndose a las escaleras–. Es más, no quiero que contactes conmigo en ningún momento.
Me quedé callado, no hice ningún comentario al respecto, en realidad, me esperaba esa respuesta por parte de Manolo.
Días después del encuentro en la buhardilla, oí a Carolina hablando por teléfono. Hablaba sobre Campuzano. Estaban quedando para poder verse y era cerca de mi casa, donde mantuvimos la conversación. No lo dudé mi un minuto, me hice el dormido y, como todas las noches, Carolina salió sigilosamente del cuarto, no sin antes darme un pequeño y ligero beso. Cuando lo consideré oportuno, me levanté y me vestí.
Al llegar a la calle, pensé que el lugar ideal de poder quedar para hacer trámites ilegales era un bar. Entré al local, tenía un aspecto fúnebre. En la esquina más escondida del local se hallaba ella, Carolina, y un hombre bajo y relleno. Me incliné el sombrero de modo que hacía sombra en mi cara y me dirigí a una mesa cerca de la de ellos, lo suficiente para poder escuchar pero lo suficientemente alejada como para que no me reconocieran. Pedí un café y puse el oído.
—[...], pero aún así creo que la cartera negra que tiré en la montaña no sigue allí. Sinceramente, Luis Mary hubiera podido ir más tarde y cogerla.
—No entiendo por qué piensas eso. Yo misma he intentado sacarle el tema muy sutílmente, sabía de que cartera hablábamos pero no sabía donde estaba.
—Eres consciente de que si quién lo tenga impone resistencia... tendríamos que ejercer la violencia, ¿lo sabes verdad? Venga Carolina, no querrás que algo malo le ocurra a Luis María, ¿me equivoco?
—Bueno... hay un sitio que todavía no he registrado a fondo. La buhardilla de la casa de Luis Mary...
No me hizo falta más. Me levanté disimuladamente para no levantar sospechas. Pagué la cuenta y me dirigí a la buhardilla susurrando una sola frase: Tengo que dárselo a Teresa, tengo que dárselo a Teresa..."
Subí las escaleras de mi casa que llevaba a la parte superior de ésta. Incluso con las luces apagadas me sabía de memoria aquel recorrido. Cuando llegué, lo primero que vi fue la pequeña cristalera, que dejaba pasar la mayoría de la luz que reflejaba la Luna. Unos segundos más tardes, me percaté de una presencia oculta tras las sombras.
—¿Quién está ahí?
Después, pensé mejor mi pregunta y yo mismo me dí la respuesta. Era Manolo, el único que tiene una copia de la llave de esta casa.
—Manolo, tío, me has acojonado. Pensé que era un ladrón.
—No. ¿No me considerarás tu amigo, verdad? Sabes muy bien que siempre he estado a tu sombra. Además, no me puedo creer que empezases a hacer una novela. ¿Sabes? Me la voy a quedar yo. Pero, necesito un protagonista. ¿Te acuerdas de las bromas que yo hacía de joven? ¡Las pretendía cumplir, joder! –dijo mientras sacaba una pistola de su chaqueta.
Lo último que pude escuchar fue un gran estruendo.
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