domingo, 2 de marzo de 2014

El misterio Velázquez

Pasaron varios meses tras la muerte de Velázquez y su mujer Juana Pacheco. Cada uno seguía con su misma vida de siempre, en cambio, Nicolás no se podía olvidar de lo sucedido. Por más que se quería olvidar de todo no podía. Su amigo y cómplice, Juan Pareja, había regresado a su casa, ya que en palacio no tenía nada más que hacer, sus dueños habían muerto. Él se podía ir de aquel lugar y empezar de cero, en cambio Nicolás no. 
Un día, cuando él se encontraba en le patio de palacio, pensando en lo sucedido, Maribárbola fue a verlo. La preocupación se le veía en la cara. Tras la muerte del pintor, Nicolás no había vuelto a ser el mismo. Necesitaba contárselo a alguien, pero había prometido que no, pero él no aguantaba más. Así que decidió contárselo a su gran amiga.
- Mi querida Maribárbola, ¿qué te trae por esta parte de palacio?
- Oh Nicolasillo, vengo a verte. Tras la muerte de nuestro pintor, pareces distinto, ¿qué te aturde la cabeza?- preguntó con un tono preocupado.
-Algo muy escalofriante, algo difícil de contar..- contestó con una tristeza en su voz.
-¿Tan malo es eso qué no me lo puedes ni contar a mi? 
-Maribárbola.. si fuera tan fácil.. si te lo cuento, me tendrás que prometer que no contarás nada.- insitió .
-Claro que no amigo, claro que no.
Tras una larga hora, pude explicar todo lo sucedido que paso durante los tres meses que me encontraba viviendo en casa de Velázquez y un día antes de su muerte. Maribárbola estaba asombrada a lo que le había contado. Por su rostro no parecía creerme, pero tras enseñarle el pergamino con la cruz que siempre llevaba encima, me creyó. Desde aquel día en el que le conté todo, nuestra amistad se volvió más fuerte. Parábamos siempre juntos, ya que aparte de lo que le había contado, ambos éramos enanos y nos sentíamos más a gusto él uno con él otro.
Un día mi  padrino, Diego de Acedo, volvió a visitarme a palacio. Yo estaba tan entusiasmado ya que no lo había visto desde un largo tiempo, para ser más exactos desde aquel día que volvió avisarme sobre el cuadro de Velázquez.
- Padrino- grité entusiasmado al verlo.
- Nicolasillo, cada día estás más alto.
- No diga tonterías, más no puedo crecer.- sonreí.
-Bueno, ¿cómo va todo? A mi todo me va muy bien por Sevilla, por fin conquiste a la mujer que quería.
-Que alegría, a mi todo muy bien por aquí, no me siento solo, tengo una gran amiga que me ayuda en todo, Maribárbola.
-Es muy buena chica, deberías casarte con ella.-me dijo.
-¡Qué locura! es solo una gran amiga.-respondí riéndome.
Nos pasamos horas hablando sobre como iba todo, pero no le conté sucedido, no podía contárselo a más nadie. Tras irse, ya había oscurecido, así que me fui directamente a mi estancia, sin antes pensar en la conversación que había tenido con mi padrino. Pensando sobre el tema de Maribárbola me quedé dormido en un profundo sueño.
Al día siguiente me levanté y fui al patio donde me encontré a Maribárbola. Se le veía tan feliz, como siempre. Me acerqué y empezamos hablar como todos los días. 
Pasaban los días y cada vez me gustaba más, así que me reprantié  la idea que me propuso mi tío. Decidí casarme con ella.
Un día cualquiera, cuando ambos nos encontrábamos en el parque se lo propuse y ella aceptó encantada. Decidimos comunicarlo a todos nuestros familiares, ya que la boda se iba a celebrar en palacio.Tardamos meses en prepararlo todo, hasta que finalmente un 2 de Septiembre de 1665 nos casamos. Fue una boda sencilla, donde acudieron todos nuestro conocidos. Fue un gran día y gracias a ello podré empezar de cero y olvidar todo lo sucedido.



Continuación: "Otra vuelta de tuerca"


Todos los caminos conduce a Roma, y hay ocasiones en las que algún tema de conversación da lugar a otro que nos resulta incómodo, tal vez nos puede llevar a la resurrección de los muertos. Me levanté. Me fijé en la figura que había al lado de la puerta, era un niño, era Miles, no podía ser, un escalofrío perturbador me recorrió la espalda a lo largo de la columna, mi cara pálida reflejaba todo mi ser, mi expresión lo decía todo. Él me miraba, quieto, serio, erguido no se movía, me preguntaba si solo sería una pesadilla, pero me equivocaba era la realidad. Sin temor me lancé y tartamudeando le dije:
  • Mi... Miles ¿Qué haces usted aquí?-- No me respondió, seguía sin mover un dedo.
Llamé a mi marido Antonio, y acudió a mi llamada con una sonrisa, como siempre, entró al cuarto con una bandeja, el desayuno, me miró, lo miré y me miró.
  • ¿Qué pasa, cariño¿?-- señalé justo donde estaba Miles, no se había movido. Dejó caer la bandeja al suelo, estaba atónito.
  • Es Miles, el niño del que tanto me has hablado... Estaba muerto... ¿No?-- no sabía como lo había reconocido, supongo que le habré hablado tantas veces de él.
De repente se escuchó:
  • Gracias-- una palabra muy significativa para mí, y más viniendo de él, era lo que menos me esperaba oír, me extrañaba que alguien bajara de ahí arriba para esto, derramé dos lágrimas y se esfumó.
Lo que pasó aquel día me marcaría el resto de mi vida.

Julio Cortázar. Relatos (1)

Fin de etapa.
Desde la mesa Diana tumbada veía cantar los pájaros y olía los colores que entraban por el tragaluz. Fueron tan bellos y efímeros momentos de sentir burbujas en sus adentros que cuando quiso levantar la cabeza ya volvió a tener carros humeantes rozándole las pantorrillas y la el lado izquierdo de su cara rojo por el sol de coche del mediodía. Junto al vaso de plástico blanco con restos de café encima de la mesa estaba Abril, impertinente y con tarjetas de alguna turra en el bolsillo de la camisa, dejándose marear por el humo de los puros habanos que ya sólo quedaban dos. Diez minutos después, Diana disculpándose por no haber llamado a la puerta y viendo a María y Guido coger encima del escritorio con un tamango perdido, le dio pena. Corría hacia el despacho de Abril dando por perdido su puesto cuando lo único que perdió fue un cigarrillo y gas de su encendedor, estuvieron platicando de cómo le ha ido el viaje y del poco tabaco que le quedaba en la bolsa, tenía que comprar más. Fue a su mesita entre Alexis y Nacho y cogió los papeluchos de facturas, publicidades de bares recién abiertos -una línea de esperanza entre las tabernas del dominó por las tardes y el vino por la noche-, felicitaciones por el veinticinco aniversario de Abril... todo al mismo cubo de basura. Se levantó y bajó por las escaleras encontrándose con pendejos que no sabían hablar más que del último gol que paró de penalti el portero o de lo rica que está la amiga de su hija. Fue hacia la entrada del edificio para apurar el tabaco y rebuscar papel de liar en el bolso.
"No queda luz en la cuidad, -dijo mientras el guarda escuchaba- no quedan lienzos por pintar ni pibes sin sus zapatos negros bien amarrados. Ya no queda luz en la cuidad, y lo peor es que la cuidad somos cada uno de nosotros"

Metamorfosis.

Gregor muere y tras este suceso sienten una liberación sus padres, aunque la Sra. Samsa sufre por dentro. Estos deciden hacer un viaje al extranjero. Cuando tan solo quedaban tres días en el cuarto de Gregor se empiezan a oír extraños ruidos.

Grete recogió fuerza y con mucha rabia entro en el cuarto de su hermano, al entrar su cara de asombro decía mucho.¿Qué vio?

El cuerpo de su hermano se levantaba y le decía:

-Hola de nuevo

-Hermano, que haces aquí, vivo, si ...

-No digas más, parecía que estaba muerto pero no lo estoy ¿no?

Juntos se unieron en un fuerte abrazo.

-Lo siento- dijo llorando la joven.

-No tienes por que sentirlo. La verdad yo hubiera hecho lo mismo. He sido muy costoso para esta familia.

Salieron juntos de la habitación, la siguiente persona que le vio fue su madre.

-Hijo- asombrada no se esperaba aquello.

-No tienes porque decir más.

Otro abrazo. Pero al ver a su padre eso no fue posible.

-Papa no quiero cruzarme más contigo ni una palabra, eres un cobarde querer olvidar un hijo en su habitación muerto ...

Con las lagrimas saltadas- No quise hacerlo pero me lo pedía el corazón. Sí soy un cobarde pero lo siento.

Pasaron los meses y la familia vivía feliz Gregor olvido su trabajo como viajante comercial y empezó a publicar libros sobre su experiencia como un bicho raro.

Memorias de Alice Liddle

Introducción


-Vamos, Alice, solo es un sueño.

-No es un sueño, es... un recuerdo. ¡Y me pone enferma con tan solo evocarlo!

-No pesas, concéntrate...

-¡No! Eso es el infierno... ¡El infierno!

-Olvída ese recuerdo. ¡Es improductivo! Concéntrate, Alice. Ve al País ... de las Maravillas.

-No puedo... estoy atrapada en mi pasado.

"-Sargento, esta niña tiene graves quemaduras. ¡Llame a un médico!

-¿Se pondrá bien?"

-No Alice, descarta esa falsa ilusión. Ve al País de las Maravillas.

-Preferiría no ir Doctor. Mi País de las Maravillas está roto. Para mí está muerto.

                                                                             ***

Capítulo 1

-Bien Alice, ¿Dónde estás?

Ciertamente mi País de las Maravillas estaba roto. Eran como un universo brillante con muchas islas separadas. Todo era tan distinto de cuando fui por primera vez. Una sola tierra, más o menos pacífica... Ahora mismo me encontraba en un río, en una barca de palos de bambú. Estaba rodeada de muchos árboles dispersos. Junto a mí se encontraba un personaje que me resultaba muy familiar. Sostenía en su mano una taza de café.

-Estoy dando un paseo con un amigo. ¡Me parece que le conozco! Es un poco distinto. Mmmm, las cosas han cambiado.

-Muy bien Alice, el cambio es bueno. Es el primer eslabón de la cadena del olvido.

Miré fijamente a quien me acompañaba. Era una liebre con un sombrero en la cabeza. Tenía los ojos saltones y los dientes delanteros largos y amarillos. De repente, en sus ojos comenzó un tic nervioso, que pronto se extendió a toda la cabeza.

-¿Qué te ocurre? -pregunté dirigiéndome al conejo.- ¿Estás loco?- dudé llevándome instintivamente las manos hacia mi cara.

El conejo no respondió. Solo empezó a echar sangre por la boca y su tic nervioso en la cabeza empeoró.

-No estoy loco- dijo el doctor sin saber que no me dirigía a él. Tampoco sabía que por muy alto que hablase en esos instantes no me iba a enterar.- Aquí todo está perfectamente.

- ¿Un conejo? ¿Loco? - dije incrédula.- ¿Va todo bien?

Al conejo ya le faltaba un ojo. Cada vez emanaba más líquido de la boca, ahora también por el hueco del miembro, espeso y de un color escarlata.
-¿Ocurre algo malo? Quizás...- habló con una voz ronca y aguda, realmente nunca me hubiera parado a pensar cómo sería la voz de un conejo.


En el momento que dijo esto, la cabeza del animal salió disparada y una fuente de plasma salió de su cuello. Todo se tornó. El pacífico río por donde habíamos estado circulando era ahora un torrente de agua negra, sinceramente no sé si era agua negra o una cantidad de sangre horrible. De este salían manos intentando cogerme. Los árboles estaban en llamas y en vez de gorriones había cuervos volando.

-¡No, otra vez no!- dije gritando horrorizada.- ¡Mi mundo de las Maravillas ensangrentado!

- Tranquilizate niña, no te resistas. Deja que el País de las Maravillas salga a la luz.- Yo seguía sin poder oírle.

- ¡Corrupción! ¡Esto me está matando! ¡Mi País de las Maravillas asolado! ¡Mi mente está destrozada!

Todo a mi alrededor estaba rojo. Impregnado de la sangre del conejo. Estaba empezando a volvelrme loca en aquel universo, cuando finalmente pude oír al Doctor.

-¡Olvídalo, Alice! Interrumpe ese sueño. Despertarás cuando oigas el sonido...

Antes de irme pude ver una mariposa azul cielo... Desperté. Me hallaba en la consulta del Doctor del psiquiatrico.

-Muy bien Alice. ¿Estás mejor?- preguntó. No estaba muy preocupado. Más bien parecía su rutina, un diálogo que, seguramente, ya lo habría hecho con algún otro niño.

-No. Ahora me podría estallar la cabeza y es poco para poder mostrar el dolor tan fuerte que siento. Esto sin contar la fuerte presión que siento en el pecho cada vez que hago memoria.- dije masajeando mis sienes. Estaba muy cansada.

-Bueno, el precio por olvidar sentimientos, vivencias y hechos ocurridos, el pasado en general es alto. La memoria suele ser una maldición, más que una bendición- comentó mirando por la ventana. El mundo despreocupado vivía en esas calles sin preocuparse por los problemas de los demás. También pienso que cada uno debe ya de por sí, tener sus propios problemas, pero aún así...- La siguiente vez que tengamos consulta, es decir mañana, ve al boticario y recoge unas píldoras de la Calle Menor.

-De acuerdo- dije con recelo. No me gustaba salir mucho porque oía el murmullo de la gente: que si Alice por allí, que si Alice por allá... eso me desquiciaba.

Salí de la consulta del  doctor. El manicomio era lúgubre y deprimente. Los niños que andaban por allí me miraban con recelo.

-¿Entreteniendo al doctor, Alice? -dijo envidiosa una niña.

-¿Qué? ¿No tengo derecho a llorar por mi pasado? -dije un tanto ofendida. Aunque eran niños más pequeños que yo no me guardaban ningún respeto.

Llegué hasta el portón del edificio. Había niños jugando al pique y dibujando. Escuché que uno de ellos susurraba al otro:

-Demasiado buena para el manicomio... Desde luego está como una cabra, pero sin su encanto... -espetó con una voz aguda y graciosa.

-Normal, ¿quién le quiere? Quemó su casa y mató a su familia. Es una desdichada. -replicó el otro arrugando su pequeña nariz.

Yo seguía normalmente al pie de la letra el refrán que dice "a palabras necias oídos sordos." Si les seguía el juego, seguramente perdería yo. Todo el mundo estaba contra mí y lo descubrí en la poca vida que tenía recorrida.

El día, precisamente, no era soleado. Una capa de nubes grises cubría el cielo. Sin embargo, un bullicio de personas, sobre todo mujeres, se encontraban en la calle. Algunas charlaban entre sí; otras andaban rápidamente, temiendo que en los comercios hubiera demasiada muchedumbre. Yo no tenía prisa. Me paré en una esquina a escuchar  a un hombre tocando un acordeón. Era ciego, pero podía ver su música. Movía la cabeza de un lado para otro, con los ojos cerrados. Sus dedos correteaban por el teclado del instrumento y su cara mostraba con total siceridad lo que él estaba sintiendo.
Mientras que escuchaba la triste canción del hombre, un gato blanco se frotó en mis tobillos. Era delgado, con unas orejas caídas y uñas afiladas. Me encantaban los felinos. Olvidé por completo mi objetivo, las píldoras, e intenté coger al gato:

-Minino, misi misi...- le susurré agachándome lentamente. El gato entendió esto de otro modo: juego. Se deslizó entre las piernas de algunas personas y se adentró a un callejón.
Yo, como no tenía nada mejor que hacer, decidí seguirle. "Espero no aficionarme a perseguir animales peludos hacia lugares tenebrosos y oscuros. Primero el conejo, después el gato..." Mientras pensaba esto, el animal me estaba guiando hasta un callejón muy sombrío y sin salida. No me gustó nada. Parecía de noche, cuando realmente serían las doce de la mañana.Todo era oscuridad. El ambiente estaba cargado de un olor pestilente. A mi alrededor, podía ver casas abandonadas y animales muertos a sus pies. Posiblemente esto era la causa de aquel raro hedor. Lo estaba mirando todo horrorizada, sin advertir que alguien se situaba detrás mí. Al escuchar su respiración me volví y tras ver al monstruo, me quedé sin habla. El cuerpo era de una persona totalmente normal. Pero lo que no encajaba era su cabeza. Parecía una mezcla de la cara de un conejo y de una hormiga. Largas orejas y afilados dientes. Sus pupilas cubrían enteramente sus ojos de un color brillante, quizás amarillo. Las manos intentaban cogerme, pero yo avanzaba lentamente hacia atrás. Eso era lo que quería la bestia. No me di cuenta de que más engendros de su misma especie me iban acorralando, tropecé y me caí. Cerré los ojos esperando lo peor. Sentí una mano en mi espalda. Miré hacia atrás y vi a la vieja Melow.

-Querida ¿otra vez tú por los barrios bajos? -dijo amablemente.

-Enfermera Melow. ¡Que suerte! -dije con la mayor ironía que pude sacar. En aquellos momentos estaba temblando.

-Alice ¿has salido tú sola? ¿Te encuentras bien? -dijo con mucha dulzura. Era un poco más baja que yo. Creo que medía menos de metro y medio. El estar jorobada tampoco ayudaba. Su nariz muy picuda servía de apoyo a unas pequeñas gafas. Aún siendo sus lentes muy diminutas, sus ojos eran enormes y ya apagados por el paso del tiempo. Su cara estaba cubierta de arrugas. Criaba aves, entre ellos, patos mandarines. Muy comunes en Londres.- ¿Quieres venir a ver a mis preciosas aves? Son unos pájaros hermosos... como tú.

-La última vez que fui no conseguí nada. Solo gastarme unas libras que las debería de haber gastado en mis pastillas. -espeté muy enfadada.

- A lo mejor puedo recordar dónde está tu conejo raído... E incluso contarte un poco más sobre aquel día. Sabes la fecha a la que me refiero, ¿verdad Alice? Vamos niña, no hay tiempo que perder.

Le seguí. Quería saber más sobre mi pasado. No me acordaba de nada y Melow, que según ella estaba allí cuando todo ocurrió, podría aclararme todo los hechos. En realidad, no tenía nada que perder. Nunca compraba las malditas píldoras.

 ***

La enfermera criaba sus aves en dos azoteas de pisos continuos, unidos por un inestable puente de madera. Ciertamente, era arriesgado pasar por aquella pasarela. Tuve que subir por unas escaleras muy estrechas para poder llegar al lugar. Aparecí en la terraza contraria en la que se encontraba Melow, de modo que hice un amago de valor y pasé por la plataforma. Me quede un momento a contemplar las vistas desde allí. Si me colocaba justo en medio del pontón podía ver las siluetas de los edificios y la construcción más significativa de Londres. Aunque era de día, el cielo estaba nublado y la luz llegaba a la ciudad de un anaranjado. De todas las chimeneas salía un humo negro, que daba un aspecto fúnebre a la capital. Estaba anonadada. La belleza de la corrupción, pero a la vez el daño que producía...
Reaccioné y fui  hasta donde se encontraba la anciana:

-Enfermera Melow, ¿me hará daño? ¿me devolverá al psiquiátrico? -dudé. Estaba un poco asustada, no sabía porqué, pero aquella señora no me gustaba nada.

-No, te aseguro que no. Tengo tanta hambre y sed que se puede cortar un cuchillo  -la última palabra la había medio escupido. No entendía de donde podía sacar el dinero para alimentar a sus aves y no a ella misma.- Necesito un trago, tengo el garguero seco... -mientras había ido diciendo esto, se había colocado de espaldas a mí.
Empezó a convulsionar. De su espalda salieron dos pequeñas alas de murciélagos y cuando se volvió a mirarme no era la misma. Tenía el rostro muy parecido, ¿o quizás igual?, a aquellos monstruos con la cara mitad conejo, mitad hormiga pero todavía más espeluznante. La piel era rojiza y tanto de la barbilla como de las sienes salían varias asquerosas antenas. Sus manos eran tres dedos puntiagudos y con unas afiladas uñas. Empezó a rugir y a querer zamparme. Yo, como siempre, me quedé paralizada ante estos bichos. Me recuperé al instante, pero el único avance que conseguí hacer fue ir lentamente hacia detrás e intentar defenderme colocando las manos delante de mi cara. Horrorizaba, le grité al engendro aunque no esperaba que me comprendiese, ni mucho menos que me respondiese;

-Eeh ¿pero es que no hay nadie normal en este jodido pueblo?

-¿Acaso tú te consideras normal? -aulló con una voz tridimensional.

No supe responder a eso. El suelo empezó a temblar y a resquebrajarse con cada paso que yo realizaba. Del suelo emergía una luz azul celeste. Finalmente en unos segundos, el suelo se destrozó  por completo. Caí.
Todo panorama a mi alrededor desapareció. Lo que ahora podía ver era un montón de objetos suspendidos en el aire; pianos, tazas de té, cartas, sillones, ruedas de engranajes de distintos tamaños... Además escuchaba gente hablando: "...Son unos pájaros hermosos... como tú." "Ve al País de las Maravillas..." "¡Mató a su familia!". "La he liado, -razoné- tendría que haber ido a por las jodidas píldoras y no a por aquel mierda gato." Hubo un fuerte estruendo. Había llegado al país de las Maravillas.

Eran muchas islas flotantes, con un tamaño considerable, en la mayoría de ellas había trozos de bosques, que posiblemente hubieran formado uno. Se encontraban sobre las nubes y flotando también había piezas de dominós. No quise cuestionarme esto, ya que mi locura resurgía de nuevo.

Capítulo 2


-Uf... Un viajecito muy perturbador. Pero, por suerte, he podido escapar de Melow... o de lo que sea ahora.

De fondo se escuchaba el cantar de los pájaros y el soniquete de un arroyo. Por el aire revoloteaban muchas mariposas azules. La resonancia del agua fluyendo era muy relajante. De hecho, el riachuelo se encontraba frente a mí. Para poder cruzar, se disponían las piezas de dominó a modo de puente.

-Me resulta muy familiar este sitio... -manifesté en voz alta. Quizás para darme más confianza.
Me disponía a cruzar cuando vi una enorme sonrisa en el aire. Me temí lo peor. Poco a poco hizo el espectáculo y apareció por completo. Era el gato de Cheshire.

-Ya iba siendo hora Alice... -su pelaje era de un gris metálico claro y estaba delgado, huesudo. En realidad no tenía pelo, era unos de esos gatos esfinge. Tenía tatuajes de motivos geométricos en la gran parte de su cuerpo. Sus ojos eran maliciosos y amarillos. La gran sonrisa ocupaba casi toda la cara, y al igual que sus ojos, era maligna. Las orejas eran picudas y tiesas. En la izquierda tenía un zarcillo plateado. Por todo su lomo había una larga filas de púas que le llegaban hasta la cola.


- ¡Maldito gato! ¡No intentes mangonearme! Estoy muy agobiada. -le advertí muy enfadada.

-Perrrrfecto. Cuando no lo estás no nos sirve de mucho...

-No me ayudas.

-Pero sabes que puedo hacerlo... -me replicó con una voz que hacía que un escalofrío me recorriera de arriba abajo.

-Me basto yo sola para asustarme, ¡gracias! Tenía la esperanza de no volver aquí nunca y de nuevo me encuentro en mis peores pesadillas.

-¡Pues abandona esa esperanza! En el País de las Maravillas se rige ahora una nueva ley. Por aquí se lleva la justicia severa. ¡Aquí corremos peligro! -y dicho esto desapareció. -¡Ah por cierto! -ahora solo se veía su cara.- Prueba a saltar, es una acción tan gratificante...

Y ¿por qué no? Salté. En ese momento, la fuerza gravitatoria hizo menos presión en mí de la que debía. Apenas pesaba, como dijo el doctor.
 Podía saltar grandes distancia hasta el suelo, pero como había muchos árboles no podía sobrepasarlos. Decidí andar hasta que llegué a un gran campo se setas. Todo era demasiado grande. Aunque yo tenía la altura de una niña de catorce años, un metro sesenta, todo me sobrepasaba un metro más. Recordé lo que me dijo mi padre: "Alice, la amanita muscaria es una apestosa seta. De consistencia esponjosa pero muy venenosa." Allí había varias y unos muros naturales demasiados altos como para poder saltarlos. ¿Podría usar la característica de esta y saltar? Fue como impulsarse en una cama elástica. Desde aquel muro pude ver un lago. Pero no uno cualquiera. Este se encontraba rodeado de árboles, como si cada vez me fuera adentrando más en el bosque. Entre dos ramas había una enorme tetera que generaba el estanque morado. En esta ponía bébeme. El gato volvió a aparecerse.

-Ya he pasado por aquí antes. -Haciendo memoria dije:- Las mejores fragancias se guardan en frascos pequeños.

- Te falta el bañador. Lo recomendable es sambullirse en esa piscina. -me recomendó.

Tras beber un poco y ponerme debajo de aquel chorro empecé a ver los efectos y me asusté:

-¡Eh! Estoy menguando... eso quiere decir... no desapareceré ¿verdad?

-Casi, pero el ser diminuta ayuda a ver las cosas que son invisibles cuando eres más grande... Ven acompáñame, debemos de ir a un viejo amigo tuyo...

Capítulo 3

-¿Nunca te has preguntado qué es exactamente el país de las maravillas? -dijo el felino mientras cruzábamos de unas islas a otras para poder ver de nuevo a mi viejo amigo.

-No. Sinceramente, ya me causa muchos problemas como para tener otro. -respondí mientras saltaba. El gato me había hecho otro descubrimiento, si saltaba pensando en algo desagradable la duración del salto se alargaba y por lo tanto era un sinónimo de volar pero por una corta duración. Si la distancia entra ambas isla era muy larga teníamos dos opciones; la primera era volar a lomos del gato. La segunda desvanecernos como solo el gato de Cheshire sabía.- ¿Qué es lo que ocurre en estos momento en el País de las Maravillas?

-Te lo contaré cuando lleguemos a la casa del Sombrerero Loco. Quizás él te ayude a comprenderlo.

-Otra pregunta... ¿qué se siente al vivir en un mundo de locos? -no sabía si respondería a aquella duda.

-¿Y qué se siente al vivir en un mundo cuerdo, cuando eres una loca?


Me quedé callada. Eso me había molestado. ¿Quién se creía ese maldito gato para insultarme de ese modo? Pero le daría la razón si me pusiese a discutir con un gato. Lo único que hice fue sonreír y quizás eso le molestó más al gato que cualquier respuesta ofensiva.

-Bueno... ¿Y cómo debería llamarte? Se que te llamas Gato de Cheshire, pero ¿es ese tu nombre propio? -pregunté. Realmente esa pregunta me corroía desde la primera vez que fui a aquel extraño mundo. Es como decir que ese gato pertenece a Cheshire pero ¿tendrá su propio nombre?

-No, pero si te hace ilusión puedes llamarme Chessur -dijo mientras alzaba el vuelo. Aterrizamos en una isla más grande que las demás.

De nuevo nos adentramos en el bosque. Andamos un poco y finalmente pude ver una casa vallada. No se si solo me lo parecía a mi o el patio era más grande que la misma. La última vez que pisé aquella casa estuve en el patio, pero esta vez todo era más misterioso. Chessur me condujo hasta la casa y antes de entrar me lamió el brazo, de esta manera el también pudo hacerse más pequeño. Entramos en la casa y un criado, aparentemente humano pero tenía una cabeza de rana, nos condujo hasta donde todos se hallaban reunidos. Se encontraban la mayoría de personas y animales que conocí mi anterior vez.

-¡Alice! ¡Que alegría verte de nuevo -fue el Sombrerero quien habló. Era alto, con un cabello naranja y despelucado. Su cara era blanca, tenía las cejas del mismo color que su cabello, pero más pobladas. Sus ojos eran de un color realmente extravagantes, verde lima. Alrededor de estos tenía sombra de ojos roja y azul. Lo más significativo del él era su típico sombrero, algo estrafalario al igual que su manera de ser. En mi opinión era una belleza misteriosa.- Toma asiento querida, ¡Chessur! Tú también.

-Alice, ¿No tenías algo que preguntarle al Sombrerero? -dijo el felino mirándome con su rara sonrisa.

-¡Oh por favor! Llámame Hatta si lo prefieres...

-De acuerdo -afirmé.- Quería preguntar ¿qué es lo que ocurre en estos momento en el País de las Maravillas?

Se montó un jaleo durante unos minutos. Algunos de los allí presente empezaron a hacerse preguntas unos a otros. Y otros se horrorizaban por la duda que yo acababa de lanzar. Hatta hizo que reinara el silencio lanzando varias tazas de té.

-Te lo contaré todo ahora mismo. ¡Silencio! -gritó mirando uno a uno acusadoramente.- Todo empezó cuando vinisteis la última vez ¿te acuerdas Alice? El juicio por las tartas... ¿te acuerdas, verdad? Todas las ejecuciones que el rey salvaba... Bueno pues la Reina descubrió que pasaba y mandó cortar la cabeza de su marido. Como comprenderás, nadie se puede perdonar a sí mismo, por lo que murió. Ahora la Reina realiza una dictadura en todo el País de las Maravillas.

-Haz memoria Alice... ¿qué te comenté en el Valle de las Lágrimas? -intervino Chessur.

-Umm... -cavilé dándome pequeños toques en la mejilla con el dedo índice.- "En el País de las Maravillas se rige ahora una nueva ley. Por aquí se lleva la justicia severa."

-Exacto -dijo el gato sonriendo maliciosamente.

-Alice, es por eso por lo que has vuelto al País de las Maravillas. Tenemos que ir a buscar a Absolem. Tenemos el más oscuro presagio para ti. Pero eso te lo ha de decir él.

Capítulo 4


Absolem era una oruga azul muy sabia. Creo que lo único que recuerdo de la primera vez que estuve en el País de las Maravillas es mi encuentro con el bicho. Su cuerpo estaba cubierto de franjas que se iban alternando. Unas celestes y otras azul marina. Tenía un pequeño monóculo que le daba un aspecto más envejecido. Fumaba cachimba.
Sin embargo, cuando me acompañó Chessur algo había cambiado en él. Ahora estaba formando la crisálida. Paró cuando me vio.

-¡Alice, la niña que nos trae esperanza! -anunció entusiasmado.- Chiquilla prepárate, el oscuro final llega. Deberás de luchar por el honor de tu locura y si consigues vencer a la Reina Oscura tú misma podrás escoger tu final; podrás proclamarte reina o vivir de nuevo en la mediocridad. Si quieres combatir estos pasos has de seguir; infíltrate en la corte de la malvada Reina y gánate su confianza. Después mediante pócimas que Hatta y Chessur se comprometerán a realizar, tú las irás añadiendo gota a gota en su manjar. Cuando sea la batalla final estará tan débil que ni siquiera protegerse podrá. En ese momento entraremos todos y habrá una emboscada. Cortaremos su cabeza... ¡Todo el país lo desea! -Y dicho esto siguió realizando su larva.

***

-Ya lo has oído. -dijo el sombrerero.

-¿Lucharás por tu honor? -Me incitó Chessur

-No he vuelto para buscar pelea...

- ¿Ah, no? ¡Qué pena! Porque hay una que te está buscando.

-¿Qué otro remedio me queda? Si lucho contra él, quizás pueda volver a la realidad. -comenté asolada.

-¿Y es eso realmente lo que quieres...?

Nunca llegué a contestar a aquello. Me quedé dormida y soñé con mi vida perfecta.

Capítulo 5


Tras el periodo de varios meses entrenado, llegó el momento de pasar a la acción. Chessur me dejó a los alrededores del castillo.

-Bueno Alice, según lo acordado te tengo que dejar aquí.

-Chessur puede que no te vuelva a ver hasta dentro de unos meses... ¿Te acuerdas de la pregunta que te realicé en el camino a la casa del Sombrerero loco...?

-Sí, me preguntastes que qué se sentía al vivir en un mundo de locos y yo te respondí con otra pregunta.

-Bueno, pues me voy ya. Me creía que eras más agradable. -Y dicho esto me di la vuelta y me dirigí al castillo. Iba medio enfadada. Ese gato solo respondía, hacía o hablaba lo que le convenía. Estaba cuestionándome qué le diría a la reina cuando escuché:

-¿Sabes? La locura es un placer que solo los locos conocemos. Por esa razón me gusta vivir en mi entorno.

Sonreí. Sabía que tras haberme dado la vuelta yéndome al castillo el gato se había quedado pasmado. Seguramente, se habría quedado pensando que a lo mejor no me volvía a ver y se habría arrepentido.

***

El castillo era enorme y lleno de corazones rojos. Llamé al timbre y nadie respondió. Toqué de nuevo y no pasó nada. Decidí saltar, no creo que ocurriese nada malo. Al hacerlo me situé en un balcón, abrí las puertas y entré. Era la habitación de la Reina; era enorme, roja, negra y blanca. Un gran espejo estaba decorado con motivos de un baraja de cartas. La cama tenía un dosel digno de una reina y al igual que todo el castillo y la habitación, era rojo. Me acerqué a la cama pues había un bulto. Cogí la sábana lentamente y destapé a la persona allí postrada. Era la Reina. Cual fue mi sorpresa, que descubrí que era una adolescente. Se despertó:

-¿Alice? -dijo medio adormilada. Se dispuso a gritar a los guardias, pero pude pararla.

-Perdona mi majestad. No llame a nadie. Estoy aquí porque me han traído de nuevo. Me han dicho que una gran guerra se acerca. Tuve que elegir bando y... aquí estoy.

-Umm, no te creía capaz de hacer lo que vas a hacer. Tendrás que cortar muchas cabezas... ¿Eres consciente?

-Sí mi majestad. No creo que falte mucho para la batalla, un mes o cosa así y me gustaría servirle y aprender de usted...

-Me parece perfecto. -dijo interrumpiéndome.- Necesito una princesa digna de mi sucesión. Y si aceptas, serás tú. Mi marido y yo habríamos tenido un hijo de no ser porque me traicionó.


Desde esa conversación la Reina me nombró su sirvienta personal. Tenía acceso directo a todo; información, armas, comida... Hatta y Chessur me enviaron las pócimas y yo fui notando cómo la Reina se iba debilitando.

Capítulo 6

Llegó el día. Nos armamos hasta los dientes. La Reina apenas podía sostenerse por sí misma. Un jinete, que era una carta con armadura roja, se montó en su caballo para poder acompañarla. Aún estando enferma, la Reina era hermosa: tenía la tez pálida, el pelo corto con flequillo y de un color marrón chocolate. Los ojos eran verde y la boca del mismo color que todo su castillo.

-Alice -me indicó que me parase un momento.- Me gustaría entregarte esto, es un colgante. Como has visto, en el País de las Maravillas la gravedad ejerce muy poca presión en nosotros, es por esto por lo que puedes saltar tanto. -Hizo una pausa para coger aire y continuó.- Si llevas este colgante, podrás disiparte y convertirte en miles de mariposas. Volar. Y con tan solo pensarlo, volverás a tu forma original. Quiero que lo lleves en esta guerra y si sientes que te encuentras en peligro huye, yo me quedaré luchando. Si gano, vuelve al palacio. Si pierdo, reclama mi trono.

Tras una larga caminata llegamos a un tablero de ajedrez. Nos pusimos unos en frente de otros. Me di cuenta de que nos disponíamos como fichas de ajedrez. 

-Majestad, me tengo que ausentar un momento.

-Vuelve pronto Alice.

Había muchas cartas preparadas para luchar. La Reina Blanca se encontraba tras sus jinetes. Busqué rápidamente a Chessur y a Hatta.

-¿A quién buscas? -dijo el felino apareciéndose.

-Chessur, podemos empezar ya la batalla.

La Reina Blanca habló. Contó la historia del País de las Maravillas pero la Reina Roja se hartó e inició la batalla.
Los jinetes rojos y los blancos se enzarzaron. La Reina Blanca, escoltada por los jinetes y a la que acompañábamos Chessur, Hatta y yo misma, fue a pelear contra su hermana. Mientras esquivábamos, pude ver a los gemelos rollizos peleando para ganar. Pero justo en el momento en el que me disponía a seguir mirando alrededor, a uno de los dos le atravesaron con una lanza.

-¡Reina Blanca! -gritó su hermano.

La soberana dirigió su mirada y con un solo movimientos de manos, el hombre herido sanó. 
Llegamos junto a la Reina Roja. Ella no paraba de mirarme y yo no dejaba de sonreirle. No tenía miedo.

-Alice -me llamó La Reina Blanca.- Haz lo que los oráculos esperan de ti.

En ese momento pasó una mariposa azul, de la misma especie que había visto durante todo aquel extraño viaje. Se posó en mi hombro y me dio las debidas instrucciones.
En mi cintura llevaba toda clase de armas, cuchillos, espadas... La voz grave y persuasiva del insecto me habló.

-La espada Vorpal es rápida y afilada. Y siempre está preparada para actuar. -Y recitó:- "La espada Vorpal saja y raja. ¡Los deja secos! Basada en el poema clásico." -Yo ya me estaba temiendo lo peor.- Mientras que las Reinas pelean, haz que el gato te lama una mano, así podrás volverte invisible durante un determinado momento. Conviertete en mariposas y sitúate en la espalda de la reina. Clávale el cuchillo. Seremos libres en cuanto lo hagas.

Mis movimientos fueron veloces y limpios. Todo salió a la perfección y creo, que aunque yo no hubiese querido, una fuerza actuaba sobre mí empujándome a realizarlo.

Capítulo 7

-¡Alice! -gritaron todos.- ¡Lo has hecho!

En ese momento estaba aturdida. Había matado a la Reina Roja. La misma mariposa azul se me posó en el hombro:

-Enhorabuena Alice.

En ese momento reconocí su voz. Era Absolem que ya en su última etapa de la vida. Recordé la mariposa que había visto y creí entenderlo:

-¿Eras tú las mariposas que he visto por el camino?

-No, era mi hermano, Absoleto. Es mayor que yo, por lo que le pedí que te guiara. Gracias a él pudiste venir de nuevo al País de las Maravillas, encontrar al gato y verme a mi. ¿Qué harás finalmente Alice? ¿Reinarás nuestro País o te irás de nuevo a la mediocridad?

-Me quedaré, pero con dos condiciones, no quiero que en este reino halla ningún tipo de peleas, discusiones o muertes sin ningún motivo. La segunda, me gustaría que cada vez que quisiese pueda volver a mi mundo.

Epílogo


De esta forma conseguí ser la reina del País de las Maravillas. Descubrí otras muchas cosas, pero hasta el momento todo está bien por aquí. El sombrerero sigue con sus mismas locuras y el Gato de Cheshire me ha enseñado diversos trucos. El primer día que vine aquí, todo estaba oscuro y sangriento. Ahora, todo está más claro, todo se ve mejor, pero no puedo enmendar el destrozo que hizo la Reina Roja. De momento, no he querido visitar La Tierra, no hay nada que me ancle a aquel lugar y aquí cada día conozco nueva gente. ¿Quién sabe? Puede que la próxima vez te vea a ti hablando con Chessur o Hatta.


Espero verte pronto por estas tierras.



Alice Liddell.





"La Máquina del Tiempo, El Último Regreso"

          El reloj sigue su curso igual que siempre. Yo estoy en mi casa haciéndome estas preguntas sobre el paradero de El Viajero a través del Tiempo. Posiblemente haya muerto; no creo que se quedase tres años en el futuro. A pesar de tener la mirada perdida en las agujas, ahora me doy cuenta de que son las cinco... Saldré a pasear.

          Mi mente está siendo comida por la curiosidad, aunque esta está aumentando; enfrente de la casa del Viajero, he visto sangre. El corazón se me ha disparado. ¿Puede ser él que ha regresado? Voy a ver. Doy unos pasos más y me adentro; la puerta está entreabierta. Tengo mucho miedo, no sé si podré ir a ver que ocurre...
          –—¿Estás bien? –corro hacia lo que parece ser un cadáver, pero juraría que se ha movido...– ¡Eh!
          De repente, se voltea hacia mí, y su cara pálida me mira. Soy consciente de que El Viajero a través del Tiempo tenía el rostro blancuzco... Pero no tanto como hoy...
          —¿Qué te pasa? –me está aterrando esta situación... Mejor intento curarlo.
          —No te preocupes por mí... Estoy bien... –dice, mientras ando con él en brazos– Tan solo me encuentro un poco mal... No me hacen falta tantos cuidados...
          Comienzo a notar que su cuerpo se enfría... Tendría que dejarlo en ese sofá y echarle una manta por encima.
          —Vete... –no para de repetir lo mismo.
          —No, me quedaré aquí hasta que te recuperes...
          —¡Vete maldita sea...! –interrumpe forcejeando un poco, sin lograr infligirme miedo.
          No voy a abandonarlo; diga lo que diga. Tampoco quiero gastar más voz, por lo que tan solo me limito a negar con al cabeza.
          —Bien... Ya que insistes en quedarte, te contaré cómo llegué aquí...
          —Vale... Eso puede darme alguna pista a la hora de salvarte... Porque te estás muriendo ¿no?
          —Esto será lo último que puede que haga en esta vida, por lo que la Máquina del Tiempo, te la dejo a ti como herencia –indica él, sin responder a mi pregunta–. Bueno, me remonto tres años atrás, cuando regresé al futuro. Esta vez, los marcadores de los días no fueron tan lejos, pues la Máquina me llevó al año 2.740. Al llegar me encontré con algo inverosímil: la niebla no se disipaba. Me pareció extraño. Salté del sillín. Di una mirada circular, esperando divisar algún edificio, pero todo estaba destruido. Comencé a sentirme mareado y débil, posiblemente por culpa de las sustancias tóxicas del aire. Caí al suelo de bruces. Entonces comprendí que no podía permanecer allí, que debía irme, pero, de repente, unas manos me taparon la nariz y la boca. Eso fue lo último que recuerdo antes de desmayarme.

          Cuando volví a abrir los ojos me habían atado de manos y piernas, y encerrado en una habitación oscura. Grité para ver si llamaba la atención. A los cuatro chillidos, alguien acudió a mí... Aunque prefiero que no lo hubiera hecho. Era un hombre alto, fuerte, vestido con ropas extrañas y oscuras. Solo pude verle los ojos, grises y de mirada burlesca; llevaba una prenda en la cara. Cuando se la quitó, pude observar que poseía una cicatriz que le atravesaba el rostro.
          —Te has despertado... –me saludó con un tono chistoso.
          —¿Quién eres y qué hago yo aquí?
          —Soy alguien que no tienes que conocer y estás aquí para responder a mis preguntas, si no quieres perder el trasto que venía contigo... O incluso tu vida...
          —¿Qué? No pienso hacer nada de lo que...
          —Hay un veneno que recorre tu sistema y que te matará en una hora... –su voz interrumpió mis quejas.
          Se me heló la sangre. Aunque luego pensé que las preguntas podrían no ser muy difíciles... ¡Qué equivocado estaba!
          —Lo primero... ¿Quién te envía? –quiso saber.
          —¡Nadie! Yo tan solo vine y... –mi mandíbula recibió un fuerte puñetazo– ¿Por qué me pegas?
          —Mientes.
          —¡Yo te digo la verdad! –me defendí.
          Preferí callarme, pues el individuo sacaba de una funda lo que parecía ser una pistola, pero mucho más compleja y, posiblemente, mortífera que las de hoy en día. Apuntó a uno de mis pies y posó la yema de su dedo sobre el gatillo.
          —Repito: ¿quién te envía? –cuestionó de nuevo, mirándome a los ojos de un modo amenazador. 
          Tragué saliva. La situación me daba miedo. No quería que disparase, pero no sabía qué responder. Gracias a mi capacidad de deducción, me percaté de que estaba en medio de una guerra, en la que había dos o más bandos. Tiempo después descubriría que esta hipótesis era falsa. En ese instante, se me ocurrió suplicarle, pero tal vez me quedaría cojo de por vida. Entonces se me vino a la mente una idea... ¿Llevaba tres años inconsciente? Traté de contenerme y mantener mis labios pegados, pero no pude. 
          —¿Cuánto tiempo llevo sin sentido? –en ese momento escuché un estruendo– ¡Aaaahh!

          En efecto, pasó lo que usted está pensando ahora mismo: una bala me alcanzó el pie. A pesar de lo que me dolía aquello, insistí en mi pregunta, lo cual llevó a recibir más tiros en el mismo lugar. Cuando fue a accionar el arma otra vez no ocurrió nada porque, milagrosamente, se había quedado sin munición. Me examinó sorprendido y con odio ardiendo en sus pupilas. Se agachó a mi lado, me cogió el pelo y me dio un cabezazo contra la pared. Acercó su boca a mi oreja.

          —Llevas aquí tres años, pues entraste en coma. Te he estado cuidando en la medida de lo posible para que me dijeras cómo funcionaba tu Máquina del Tiempo. Sí, sé para qué es. No eres el único listo en esta sala ¿sabes? Vi en unos recuadros muchos números y pensé que se correspondían con días... También sé que eres del pasado... Del siglo XIX, si no me equivoco... –tras una breve pausa siguió hablando– De no ser por mí serías un saco de huesos roídos por ratas de cloaca... Y ahora... ¿Así me lo agradeces? ¿Sin contestar?
          No estoy seguro de si era responsable de lo que hizo, pero agarró mi cuello, ahogándome. Sentí cómo sus uñas se clavaban en mi carne, desgarrando mi piel. Después, como un resorte, se levantó y se dirigió hacia la puerta. Colocó la mano sobre ella, y se quedó con la vista perdida. Tras unos minutos así, volvió a mí su cabeza. 
          —Odio a las personas como tú. Tan egocéntricas, tan avariciosas... Por algo he matado a la mayoría de la gente y no me remuerde la conciencia.
          Cerró con estrépito y me abandonó en la oscuridad, el silencio y la soledad.

          Estuve un rato razonando y barajando las formas de escapar que tenía a mi disposición. Eché en falta mi bolsa con provisiones; me la robó el desconocido. Me di cuenta de algo en mi bolsillo: una caja de cerillas. No supe por qué me las dejó, posiblemente no sabía que estaban ahí. Encendí una y me arrastré con esfuerzo hacia la puerta; uno de mis pies estaba destrozado. Iluminé la cerradura y, para mi sorpresa, era un simple picaporte. La abrí, aún con las manos atadas, y me largué de allí. A pesar de que pasaba por unos pasillos oscuros sin más, a mí me parecía que yo era un personaje de un relato de terror. De repente, sentí cómo la llama de la cerilla llegaba a mis dedos. Me quemó, por lo que la dejé caer al suelo sobre un líquido inflamable. Seguro que eso fue preparado así, por si intentaba escapar. Vi que el fuego ardía ante mí, pero no se extendía. Traté de ponerme recto y así atravesar la llamarada. No sé que se me pasaba por la cabeza. Salté para llegar al otro lado y, con algo de suerte, tan solo me quemé un poco el pie herido. Sin voltear la mirada atrás, proseguí con mi huida. Entré por un pórtico a una sala en la que estaban mi secuestrador y la Máquina del Tiempo. Este percató mi presencia y se giró. Llevaba la misma pistola de antes, cargada. Se acercó a mí, me cogió por el cuello de la camisa y me estampó contra la pared, de nuevo.
          —Haz funcionar la máquina –me ordenó.
          —¿Por qué iba a hacerlo?
          —Porque te mataré si no lo haces.
          —Si me matas no podrás usarla... –le advertí con una sonrisa.
          Volvió a golpearme. Esta vez, me reparé en que la parte de atrás de mi cabeza sangraba debido a los impactos que había recibido. 
          —Mira, por si no lo sabes, soy, quizás, el último humano vivo. Tan solo te pido el favor de volver al pasado y de arreglar esto... No quiero seguir con esta soledad... Ponte en mi situación al menos...
          —Hagas lo que hagas en el pasado, no cambiará el futuro. Además, no eres el último superviviente; hay más, solo que ya no son como tú. Están evolucionando a seres gráciles o a seres inmundos, por lo que la especie humana como la conocemos, se extinguirá contigo.
          —¿Cómo sabes el paradero del mundo?
          —Porque ya lo he visto –respondí, con un nudo en la garganta.
          Me soltó. Iba a correr hacia la Máquina pero me retuvo por el brazo. Sus ojos me miraron, no hacían falta palabras para saber qué quería decirme. Aquel desdichado hombre pretendía volver a mi siglo, con o sin mí. Se lo negué. Me miró con odio. Pensé que me dispararía, pero, en vez de eso, cogió un frasco que guardaba en el bolsillo y lo tiró, derramando el líquido que había dentro de él.
          —Eso era tu antídoto –susurró.
          Entonces, mi corazón se olvidó de latir. No me creía que por el simple hecho de no llevarle conmigo me condenase a morir. No era justo, y sigue sin parecérmelo. Fui a descargar mi ira a puñetazos, pero las piernas me fallaron y caí al suelo. Con lágrimas, me subí a la Máquina. Divisé a aquel ser que cargaba sobre su espalda el fin de la humanidad. 
          —Si yo muero por tu culpa, tú morirás por mi culpa.
          Cuando sus palabras terminaron, la inmensa niebla me volvió a invadir. 

          —Y, de esta forma, he llegado aquí.
          —No te ofendas, pero... No me parece muy creíble...
          En este momento he parado de hablar debido a que el Viajero a través del Tiempo está convulsionando y vomitando sangre por la boca. Las cuerdas vocales no me funcionan, no puedo gritar y, sin ningún porqué, mis ojos no quieren parar de contemplar aquello. Creo que los cerraré... No lo soporto más.

          Parece que ya no se escucha nada... Veo que el pobre hombre yace muerto, con toda su cara y el suelo de color rojo. Miro hacia la puerta del laboratorio. Ese maldito artefacto ha causado ya demasiados males, es hora de acabar con él.

            

       

Yerma

Al matar a su marido todo el mundo fue a ver lo que había pasado.

Muchacha: Yerma, ¿cómo has podido matar con tus propias manos a tu marido?

Yerma: Yo ya no consideraba marido a ese hombre, él no me quería.

Muchacha: Bueno, pero al menos podrías haber hablado con él de vuestros problemas, sin tener que llegar a esto.

Yerma: yo intentaba hablar, siempre lo he intentado y él nunca me echaba cuenta, ya estaba harta de escuchar todos los días la misma historia.

Yerma al día siguiente decidió marcharse de allí, decidió volver a Madrid, no podía continuar en aquel lugar que tan malos recuerdos le traía.

Alicia en el país de las maravillas.

(Quitando la parte en la que Alicia vuelve con su hermana)

Mientras tanto Irene.

Irene, la hermana mayor de Alicia, se levantó para ir a dar una vuelta y estirar las piernas. "Me duele todo el cuerpo de llevar tanto tiempo sentada" pensó mientra se ponía de pie. "Voy a ir a tomarme un café, me hace mucha falta." En la blanca cafetería en la que se encontraba había cuadros de cartas. La reina de corazones salía representada como una mujer real con una gran corona. De hecho todas las cartas parecían personas.

- ¿Qué desea tomar? -Preguntó la camarera muy amablemente.

- Un cortado por favor.

Irene se sentía a gusto en esa pequeña cafetería. Era muy tranquila y le quitaba un poco de todo el estrés que llevaba encima desde la semana pasada. Se paró a pensar en su pequeña hermana Alicia, la quería muchísimo y de hecho muchas veces le había salvado el pellejo. Mientras pensaba en ella le salía una suave sonrisa. "No quiero separarme de ella nunca más" pensó, "no me iré más tanto tiempo fuera. Ella me necesita y yo a ella más." Irene había estado estudiando en París el año anterior y no había visto a su hermana en los trescientos sesenta y cinco días que abarcaba todo el periodo. Se habían echado mucho de menos pero se habían estado llamando todas las semanas. Desde que Alicia tubo el accidente Irene se dio cuenta que no quería separarse de ella nunca más.

El café le sentó muy bien. Después de tomárselo se había quedado mirando el fondo de la taza durante bastante tiempo. Es curioso, los restos que habían quedado del líquido parecían hacer unas orejas de conejo. Es cierto que Irene tenía muchísima imaginación y que de cualquier cosa podía sacar una imagen. Decidió ir al edificio de al lado y subir a la planta décima. Algo le llevaba allí. Era un enorme bloque blanco. Entre los pasillos había muchísima gente vestida también con trajes albos. Había armonía y cierto miedo en el ambiente. Irene quería ir subiendo por las escaleras. Aunque quería llegar a aquel piso pronto, también quería no llegar nunca. Subía los escalones pausadamente. "Pum, pum" el ruido de los pasos al ascender le retumbaba en los oídos. "Voy a ir antes al baño" pensó Irene. Giró a la derecha y entró en el pequeño servicio. Quedó mirando su imagen en el espejo y a continuación se echó un poco de agua sobre la cara. "Hay que seguir subiendo. Vamos allá, con fuerza". Ya iba por el noveno piso. Mientras caminaba no paraba de mirar a la gente de su alrededor. Los observaba con tristeza. Irene iba encaminándose hacia la habitación 102. Abrió la puerta y entró en un pequeño pasillo. Al terminar el pasillo se sentó en un incómodo sillón marrón. Enfrente de él una cama y a su lado un hombre vestido de blanco.

- ¿Ha hecho algún movimiento doctor? -le preguntó Irene al hombre que había a su lado.

- Aún no. Alicia todavía sigue en coma, no ha habido ningún cambio en ella.

El paseo Australiano de Nancy

Pues aquí estoy, en Australia. Y te preguntarás "¿Qué haces allí?". Te lo contaré: confundí un 1 con un 7. El vuelo que debía tomar era el 347, pero con las prisas, tomé el 341. Mi destino: España. El destino del avión: Sydney. Y lo peor de todo es que no saldrá ningún avión hasta dentro de un tiempo, por una tormenta dicen. Incluso yo misma me pregunto para qué escribo esta carta, si no te la podré enviar. Pero supongo que es una forma de matar el tiempo. Me acaban de contar que el próximo vuelo no saldrá hasta dentro de una semana. ¿Y qué hago yo en Sydney por una semana? Tendré que aprovechar el tiempo.

Lo he decidido. Haré de esta carta una especie de mini-diario para explicarte todo lo que he visto. De momento, he alquilado una habitación y voy a dormir todo lo que queda de día. El cambio horario es demasiado duro.

Un nuevo día. Para desayunar, me han servido huevos con tostadas y demasiadas salchichas para mi gusto, pero da igual. Nada me va a quitar el buen ánimo que tanto me ha costado conseguir. Tengo pensado visitar todas las zonas turísticas que pueda antes de que caiga la noche. Y a qué otro lugar voy a ir que no sea la ópera.

¡Es increíble! Deberías verlo con tus propios ojos, Betsy. La ópera es preciosa desde fuera, y en el interior es todavía mas bella. No habría sido mala idea haber hecho la tesis sobre este lugar. Bueno, suficiente ópera por ahora.

No me había fijado, pero el puente es igual de bello. Puede que sólo sea un amasijo de hierros, pero tiene algo especial. Además, me encanta el olor a mar del puerto.

He tenido que comprar otro cuadernito porque me quedaba sin hojas en el antiguo. La gente parece muy simpática en esta ciudad. Me sorprendió que la dependienta, una mujer ya mayor, comenzara a hablar inglés. Hasta el momento no les prestaba mucha atención y creía que hablaban australiano. Cada día se aprende algo nuevo.

Hoy iré a visitar los museos más importantes. Según el aeropuerto, mañana deberían de tener un avión listo. No me lo creo, pero la fe es lo último que se pierde. Próxima parada: el museo australiano.

No se que le ven a estas obras. Algunas me dan miedo. Por ejemplo, hay un esqueleto de un caballo y encima, uno de un humano. También he visto una colección de mariposas encerradas en un expositor de cristal. ¿No sería mas bello dejarlas libres? Aunque, la que más me ha impactado se llama no tiene nombre. Se trata de dos mujeres (u hombres, no lo sé) y un búho, pero no parecían tener iris ni pupilas. Quiero salir de aquí ya.

He estado en ese museo más de lo que debería. Aquí atardece muy temprano en comparación a España. Me es difícil levantarme antes de las 7.

Me han comentado que mañana sí que tendrán el avión listo. El mismo cuento de ayer. Hoy, al menos, me han dejado escoger el desayuno, creo que porque es sábado. Me he tomado unas tostadas con mermelada. Las echaba de menos. Hoy voy a acompañar a un grupo de turistas a dar una vuelta por la ciudad en general. Creo que vamos a visitar otra vez el museo y la ópera, pero da igual.

En efecto, hemos hecho el mismo recorrido que yo ya hice. Aun así, siempre es bonito ver la ópera.

¡Al fin! Ya estoy de camino a casa. Antes me he parado en una tienda de recuerdos y te he comprado una miniatura de la ópera. Quiero que veas lo bonita que es.






No pidas sardinas fuera de temporada.

Gracias a aquel crimen fui conocido por muchas personas. Los policías no se creían que yo lo hubiese podido resolver todo aquello solo, por lo que me premiaron con una medalla y un título honorífico. Decían que era una gran apuesta para el futuro. Satisfecho volví mi casa, pero por mi cabeza empezaron a rondar unas cosas horribles: ¿qué pasará cuando salgan de la cárcel, me matarán, me secuestrarán...? No lo sabía. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Dejando mis pensamientos lejanos a un lado me dirigí al hospital a visitar a Elías.

Seguía en aquella cama, pero ya tenía conocimiento y podía hablar con otras personas.
-Gracias, de verdad no sé cómo agradecertelo- me dijo nada más llegué.
-De nada- le contesté un poco sonrojado-. ¿Cómo estás?
-Ya me encuentro mejor, me sacaron de la UCI la noche pasada.
-¿Qué vas a hacer cuando salgas de aquí?
-Visitaré todo el mundo con mi moto, fotografiaré cada momento. Te mandaré las fotos más alucinantes.
-Que bien. Felicidades por tu decisión. Yo no sé que haré- contestó con pausa e inseguridad-. Seguramente que monte un negocio de espionaje. ¡Me han dado un título honorífico!

Nada más terminar esta frase una enfermera entró en la habitación, y le comunicó:
-Elías, ¿estás preparado para ir a ver al médico?
-Sí- le respondió-. Tío me voy, deseame suerte. Adiós, Juan- me dijo riéndose.

Esas últimas palabras paralizaron mi corazón, recordé la última vez que vi a Clara.
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------
 Me desperté sobresaltado. Miré la alarma. Llegaba tarde. Me vestí apresurado. Sin desayunar me monté en el coche y me dirigí a mi trabajo. Entré.
-Señor Flanagan- me saludó mi secretaria-. Ha llegado un nuevo caso, está en su oficina.
-Vale, gracias- le contesté con una sonrisa.

Mi despacho era muy poca cosa. Tenía unas cortinas roídas por abajo, una mesa y unas sillas de un oferta de IKEA, un ordenador antiguo y le faltaban objetos decorativos. Encima de mi escritorio estaba el informe que lo cogí inquieto. Empecé a leer: "Ha desaparceido una chica de 28 años. Vivía en el pueblo Zarzalejo." Ha continuación venía un detallada descripción seguida de una imagen actual. "No puede ser" pensé. Era Clara. Leí y releí todas las pruebas que tenía la policía. Llevaba más de tres semanas desaparecida.

Me dirigí al pueblo a una dirección que venía en la ficha policial. Era muy pequeño y tenía una distribución muy dispersa. La casa era muy sencilla y austera. Llamé a la puerta.
-¿Quién es?- Preguntaron desde el otro lado de la puerta.
-Soy Juan Anguera, también conocido como Flanagan. Soy el detective que lleva el caso de su hija.

La puerta se abrió y la mujer me abrazó llorando.
-La policía se ha rendido, y necesitaba ayuda, me aconsejaron que fuera a ti.
-Has hecho bien- le sonreí.

Aquella mujer desesperada me contó todos los avances de la policía, pero ninguno me parecía el correcto. La palabra "venganza" de repente recorrió mi mente. Me despedí de Amelia. Con rapidez me dirigí a los archivos policiales penitenciarios.

Casi tuve un accidente de tráfico pero, al fin, llegué. Entré ne la comisaría del pueblo. Me identifiqué y pude acceder a todos sus documentos. Empecé a leer. Hace algo más de un mes un criminal se había dado a la fuga. El Pantasma estaba libre. Pedí permiso para visitar la celda del individuo, pero ya era demasiado tarde. Aunque me cocedieron un pase para mañana a primera hora. Desilusionado fui a mi casa dónde trataría de nuevo todas mis dudas con mi almohada.

El despertador sonó, pero yo me había adelantado. No concilié el sueño en toda la noche, pero se me habían ocurrido algunos lugares donde podría estar secuestrada Clara. Aunque, antes de nada, fui a buscar más pistas a la cárcel.

Al llegar enseñé mi permiso, por lo que me admitieron el paso. Aquel mugriento lugar daba asco. Tenía un ambiente frío y seco. Nadie estaba con nadie, cada uno tenía sus propios problemas. Me acompañaron por un pasillo muy poco ilumidado y estrecho en el que en ambas paredes tenían grandes puertas de metal. Al final de la calle había una última celda, pero esa no era la de mi destino sino la que estaba a su izquierda. El guardia abrió la puerta, esta chirrió con gran fuerza. Su interior se encontraba vacío. Tenía un olor respugnante, había una única cama, que se encontraba totalmente destrozada; no había ventanas, solo una bombilla que parpadeaba.
-No...
-Hostia- grité asustado.
-No han tocado nada- terminó de contarme el guardia.
-Perdón por el sobresalto, pero es que no me lo esperaba.
-No pasa nada- empezó a reirse-. Le dejo solo para que lo investigue.
-Vale. Gracias.

No sabía por dónde empezar, estaba todo muy desordenado. En las paredes no había nada, debajo de la cama tampoco. Busqué en el interior de los colchones, de las almohadas.... Nada. Me tiré al suelo, llevaba más de tres horas buscando, estaba exahusto. Giré la cabeza y percibí algo extraño. Había garabatos grabados en las vigas de madera de la cama. Me acerqué. Era mi nombre. Acompañados de unas "dulces" palabras: muerte, maldito, demonio... Me aterrorizé, yo era la verdadera víctima.
-Es hora de que te vayas.
Me volvió a asustar, y más en mi nuevo estado de ánimo.
Acepté y me fui.

De camino a mi casa, tuve una idea. Sin pensármelo dos veces me dirigí a aquel lugar. Parecía que hubiese estado inhabitado durante años. Entré, todo estaba recubierto de polvo, el Pantasma no volvió a entrar en su casa. Fui a la cocina para fijarme en el interior del frigorífico. Me quedé paralizado, había una foto de Clara, tenía la cara destrozada con un gran moratón en el ojo. Empecé a llorar. Había una nota: "Te espero en la casa del Lejía". Me apropié de un cuchillo y salí corriendo.

Desde el descampado, pude ver un tragaluz cuyo interior estaba iluminado. Entré a hurtadillas por la ventana de la cocina. En la sala alumbrada no había nadie. Mis piernas empezaron a temblar, la respiración se me entrecortaba y alzé el cuchillo en modo ataque. Registré la casa, solo quedaba una habitación, me traía muy malos recuerdos y por eso lo dejé para la última, allí me tuvieron retenido durante un día. Escuché un ruido en el interior y sin pensar quien estaría detrás, abrí la puerta.
Era Clara, ambos empezamos a llorar de emoción. La abrazé, no me importaba si alguien me atacaba por la espalda. La desaté, tenía rasgos por todo el cuerpo de haber sufrido una pelea. Le acaricié la cara. Ella me miraba a los ojos, yo la miré. Finalmente me besó, esos fueron los mejores instantes de mi vida. Pero todo lo bueno se acaba.
-¡Nooo!- Gritó desesperada.

Sentí una gran punzada en mi espalda. Todo se volvió borroso. Caí hacia atrás. Ella lloraba, yo me desangraba, él se quedó paralizado. Me empezó a besar, como si con eso me fuese a salvar. Era la pura y fría realidad.






sábado, 1 de marzo de 2014

El tragaluz

ÉL: Hace ya varios meses presentamos un experimento. Con él queríamos conseguir que las personas de nuestro siglo llegaran a comprender que la vida nunca ha sido fácil. Para llegar a la paz de la que ahora gozamos, la población tuvo que sufrir mucho.

ELLA: Durante la Guerra Civil española murieron entre seiscientas cincuenta y ochocientas mil personas, incluidos soldados y ciudadanos no militares. Miles de víctimas fueron niños, que fallecieron a causa del hambre. ¿Creen ustedes que la mayoría de estas personas eran culpables de lo que estaba sucediendo en el país?

ÉL: Claramente, no. Sólo era gente que estaba en el sitio equivocado, en el momento erróneo. Nuestro experimento pretendía que todos fuéramos conocedores de estas desfachateces, que lo único que hacen es ensuciar el nombre de la raza humana.

ELLA: Ahora, vamos a ver cómo continuó la historia. ¿Qué ocurrió después? Dejamos el relato en el momento en que el padre había ingresado en prisión por el asesinato de su hijo mayor. Mario y Encarna iban a casarse, mientras que la madre aún no podía asimilar bien todo lo que estaba ocurriendo.

ÉL: Disfruten de lo que va a suceder a continuación:


MARIO: ¡Encarna! El niño está llorando y no sé qué hacer.

ENCARNA: Ya voy. Vicentito, tienes que dejar de llorar todo el día.

MARIO: Por cierto, esta tarde voy a acompañar a mi madre a la cárcel. Vamos a hacerle una visita a mi padre.

ENCARNA: Pero, él sigue bien ¿no?

MARIO: Sí, pero iremos a verle para pasar con él un rato. Desde que está allí se siente muy solo.

ENCARNA: Comprendo. No te preocupes, ve sin problemas. Mientras, yo iré a casa de la señora Gabriela para charlar un poco.

MARIO: Como quieras. Después iremos al cementerio para llevar flores a la tumba de Vicente. ¿Te apetece venir?

ENCARNA: No sé. No me parece bien llevar allí al niño.

MARIO: Déjalo esta tarde con la señora Gabriela. Así te despejarás. Además, a ella le encanta tener visitas.

ENCARNA: Está bien, iré con vosotros.

(Se apagan las luces. Cuando vuelven a encenderse, aparecen Mario y su madre entrando en la cárcel. El padre está sentado, con una postal en la mano y una lupa.)

MADRE: Hola, cariño. ¿Cómo estás?

PADRE: Miren lo que he encontrado en la postal. Este chiquillo que está aquí, en la esquina, parece Vicentito.

MARIO: (Dirigiéndose a su madre.) Creo que sigue igual de paranoico.

MADRE: Ya lo veo. (Dirigiéndose a su esposo.) Querido, ese no es Vicente.

PADRE: Sí lo es y sostiene en sus brazos a Elvirita. Hay que ir a buscarlos antes de que suban al tren. ¡Rápido! Hay que salir de aquí.

MARIO: Padre, ya es tarde. Vicente y Elvirita se han ido y no volverán. Ese de la foto puede ser cualquiera que pasara por allí. Quizás es el hijo del señor del bigote que está junto a él.

PADRE: No. Estoy seguro. Es Vicentito. voy a buscar mis tijeras para recortarlo. ¿Dónde estarán?

MADRE: Querido, aquí no te permiten coger las tijeras. Mira, te he traído ensaimadas, para que te sientas como en casa.

(Después de la merienda.)

MARIO: Madre, será mejor que nos vayamos. Se está haciendo tarde.

MADRE: De acuerdo. Ahora, vamos a ver a tu hermano.

(Aparecen Mario, su madre y Encarna. El decorado es un cementerio. La madre sostiene un ramo de flores.)

MADRE: Vicente, aquí estamos, tu hermano, Encarna y yo. Venimos a visitarte y te traemos un ramo de tus flores favoritas, aquellas que siempre tenías en tu oficina. (Rompe a llorar.)

MARIO: Encarna, acompaña a mi madre al coche. Yo enseguida os alcanzo.

ENCARNA: Claro. Vamos doña Remedios.

(Encarna y la madre abandonan la escena.)

MARIO: Buenas tardes, Vicente. He venido para acompañar a mamá. Ella tenía muchas ganas de traerte flores y hablar un rato contigo. Encarna también ha venido. ¿Sabes?, nuestro hijo se llama como tú; para que veas que ninguno de los dos te guardamos rencor. Estás siempre presente en nuestras oraciones y no hay un solo día en el que no pensemos en tí. Espero que llegues a perdonarme. Por mi culpa, ahora estás bajo tierra. Las personas no apreciamos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Yo tenía al mejor hermano del mundo. Nos costaba ponernos de acuerdo, lo reconozco; es más, rara vez opinábamos igual. Siempre discutíamos, nos desafiábamos; pero, a pesar de nuestras diferencias, no he querido ni querré a nadie como a tí. ¿Me perdonarás algún día?

(En ese momento, dos desconocidos pasan por el lugar, entretenidos en una conversación.)

HOMBRE: Pues, después de todo, terminaron perdonándose.

MUJER: Era de esperar. Se querían mucho.

(Después de oírlos, Mario siente que su hermano le ha perdonado. Mira al cielo con una sonrisa y abandona la escena.)


ÉL: La representación ha terminado.

ELLA: Como moraleja, podemos concluir que uno de los regalos más grandes que te puede dar la vida es tener un hermano a tu lado.

ÉL: No vas a conseguir mayor tesoro. Guárdalo, protégelo y quiérelo hasta el fin de tus días.

ELLA: De lo contrario, si él no está, te sentirás vacío, porque se habrá ido una parte de tí.

(Baja el telón.)