La llegada a Madrid fue muy distinta a la entrada en Barcelona. La ciudad me gustaba desde el principio, me transmitía un aire limpio, y lo único que había hecho había sido verla desde la ventanilla del coche. Me había alquilado un pequeño piso no muy lejos del centro y más cerca aun del trabajo. El apartamento no era muy grande y lo compartía con otra persona más. De hecho, era chico, la cocina y el salón estaban en la misma habitación. El cuarto de baño era microscópico y para llegar a la ducha tenías que pasar entre el lavabo y el inodoro de puntillas y de lado, y eso que yo no estoy gorda. Pero era muy barato, así que no me importaba el espacio a cambio de ese precio tan bajo. Mi compañero de piso se llamaba Raúl, era madrileño, pero había querido independizarse de su madre aunque la visitaba muy a menudo, porque estaba muy sola desde la muerte de su marido. Raúl me había caído muy bien desde el principio, mejor dicho desde el primer choque de miradas. Tenía un precioso color miel que desprendía alegría, ganas de vivir... no sé que era exactamente todo lo que sus ojos reflejaban, pero yo me había quedado embobada e impregnada de aquel tono amarillento. Mi nuevo compañero de piso y yo coincidíamos mucho en el apartamento, él era periodista así que salía por las mañanas a entrevistar y luego volvía a la hora de comer, (hacía una comida muy buena, se me caía la baba al ver el resultado) si no estaba hecha ya la comida, preparaba almuerzo para dos. Después de comer se ponía a trabajar en la máquina de escribir y luego por la noche salía a dar una vuelta.
A mi me iba bastante bien en el trabajo, pero lo que me alegraba el día era volver a casa a la hora de almorzar y encontrarme a Raúl sentado en la cocina comiendo, comida deliciosa y sentarme a su lado. La verdad que nos conjuntábamos muy bien, siempre que estábamos juntos me ubicaba como en otro sitio, me hacía muy feliz escuchar sus historias. Además me quedaba observando su preciosa sonrisa y su barba, que estaba pelada, siempre tenía la cantidad justa. Cuando él acababa de comer esperaba a que yo terminase. La verdad es que era muy bueno, y siendo sincera me encantaba, me atraía especialmente.
Un viernes, me esperó a que acabara de trabajar y me llevo a un bar muy tranquilo, estaba a las afueras de la ciudad, parecía de pueblo y la comida estaba muy buena. Nos pedimos las cosas más carnívoras, chorizo al fuego, morcilla, huevos fritos, patatas fritas con una salsa que no sabría adivinar cual es, y como no, cervezas. Nos llenamos bastante y luego al coger el autobús de vuelta al centro dimos un paseo hasta llegar al piso.
Sentía como me iba gustando más y más, cada vez le veía más cualidades y no le veía ningún defecto. Me parecía la persona perfecta, lo estaba queriendo bastante. Sería porque me hacía feliz, o porque me alimentaba muy bien, o quizás porque se preocupaba de mi, porque siempre quería hacerme sonreír, o tal vez porque al verlo me iba de Madrid, porque había hecho mi vida feliz por primera vez, o porque simplemente era él, y no le hacía falta ningún complemento. Solo él, así me gustaba.
Estábamos en pleno invierno, la calefacción no funcionaba, ni las cuatro mantas me servían para poder protegerme del frío. Raúl me escuchó estornudar y vino al cuarto ya que yo siempre me acostaba antes que él.
- ¿Tienes frío? -me preguntó con su incesable sonrisa en la cara.
- Sí, la verdad es que tengo bastante frío.
Sin decir nada más se metió en la pequeña cama y me abrazó. Sentía sus latidos en mi pecho, su suave respiración. Teníamos que pegarnos mucho para no caernos, por lo que su nariz tocaba la mía. Me quedé mirándole los ojos. Él sonreía y yo también. Me besó la frente, tras ese se encaminaron muchos más. Hasta que me besó la boca, estaba nerviosa. Después del primero vinieron muchos más. No hicimos nada más, nos quedamos abrazados hasta que nos dormimos.
Cuando desperté a la mañana siguiente el seguía dormido. Lo observé, no había visto en mi vida algo más bonito. Sentía que por fin mi vida tenía sentido. Me quedé mirándolo hasta que se despertó, nos levantamos y fuimos a desayunar.
Una noche que había salido con los compañeros de trabajo llegué muy tarde. "Seguramente Raúl ya estaría dormido" pensé. Llegué a mi cuarto y me acosté en la cama. Pero escuchaba unos chillidos, y la cama vibrar. Venían del cuarto de Raúl, estaba con alguien más, y, era una mujer. No podía dormir. ¿Por qué me había engañado así? A la mañana siguienteestaba desayunando y me levanté para hablar con él. No había nadie más. Le pregunté que con quien había estado anoche, y él, con toda la tranquilidad me dijo que con una que había conocido anoche, como casi todos los viernes. Me quedé sorprendida, nunca había escuchado nada, no me esperaba eso de él. Había lanzado a la mierda mi forma de verlo, había destrozado la noche pasada. Solo había sido una más. A partir de ese día no estuvimos tan cercanos, eramos amigos pero yo no quería seguir en aquel piso. Cuando miraba sus ojos y su sonrisa, sabía que lo seguía queriendo, pero él, él no sentía nada. No tenía sentido seguir sufriendo así.
Un día después de mucho tiempo, vino a hablarme mientras almorzaba, me pidió perdón, sabía que la había cagado y que me había hecho sufrir. Me dijo que quería cambiar, cambiar conmigo. Incluso se le escapó alguna gota. Lo miré a los ojos, el color miel se había acentuado con las lágrimas. Sin decir nada y pensando en todo me fui a mi cuarto. Tenía la ilusión y la esperanza de que todo fuese bien, y lo que él decía hoy, fuese así para siempre, no solo un día.
Un día en el trabajo Juan me llamó. Me extrañó bastante la llamada.
- ¿Si?
- ¿Sobrina? Tenía algo que decirte... -su voz era suave, no como la que yo recordaba de él en Barcelona. Se notaba también algo de tristeza en su tono.
- Dime tito.
- La abuela, acaba de morir...
No contesté nada, la noticia me dejó perpleja. Colgué el teléfono y me puse a buscar el horario de autobuses. Me fui a la estación y cogí el de las tres.
Al bajarme del autobús, vi a Raúl buscándome. ¿Qué hacía en Barcelona? Cuando bajé, me dio un abrazo y me eché a llorar. Él sabía lo que pasaba.
- Tranquila pequeña, aquí estoy. Aquí estaré siempre en lo bueno, y sobre todo en lo malo.
No contesté. Me guió hasta su coche. En el trayecto a Aribau me contó que llamó a la empresa y le dijeron todo lo que había pasado y que vino corriendo. Al llegar a la calle me trajo todo tantos recuerdos. Subimos los escalones del edificio y llegamos al apartamento. En el salón todos sentados alrededor de el ataúd en el que estaba la abuela. No pude aguantarme y me agarré a Raúl mientras las lágrimas salían sin cesar de mis ojos y corrían todas las mejillas. Él estaba ahí y sabía que siempre lo estaría. No hacía falta palabras. Besé el cristal en el que se veía la cara de mi abuela, me protegería, guiaría y seguiría conmigo desde el cielo, como siempre.
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