Han pasado varios meses desde que puse la denuncia, desde que encarcelaron al Pantasma, al Puti y al Lejía. Hace ya seis meses desde que Clara se fue.
Ahora dirijo una prestigiosa empresa de investigación. Mis dos socias, María Gual y mi hermana, me ayudan en todos los casos. Siempre conseguimos resolver el misterio, por muy complicado que parezca.
Hace unos días, estaba en el cobertizo sin hacer nada, mirando los pósters de policías famosos colgados en la pared, escuchando el Without you. Oí unos pasos apresurados que se dirigían hacía allí. La puerta se abrió de golpe y mi corazón se aceleró, pensando que podía ser... Era María.
- Flanagan, tengo algo que decirte.
- Pues dilo ya, estoy muy liado.
- Estar sentado, escuchando música y mirando a la nada, no es estar ocupado. - dijo ella, en tono burlesco.
- Bueno, ¿me vas a decir para qué has venido?- empecé a enfadarme.
- El juicio es pasado mañana. Te han llamado para declarar.
- Eso ya lo sé. Así que, si no tienes nada más que decirme, deberías marcharte para continuar investigando el asunto del ladrón de dulces.
- Clara está aquí.- respondió tranquilamente.
Me levanté de la silla y salí corriendo al jardín. Llevaba mucho tiempo esperando este momento. Casi no podía respirar y, entonces, la vi... Estaba más guapa que cuando se marchó. Llevaba una falda corta (demasiado a mi parecer) y una chaqueta de cuero. No llevaba maquillaje; ella no necesitaba añadidos para gustarme.
- Clara, ¿qué haces aquí?
- El juicio se acerca y he venido a ver a mi padre.
- Me alegro de que hayas vuelto a visitarme.
- Sólo estoy aquí porque quería pedirte disculpas. Llevabas razón.
- No tienes que disculparte. Sólo hice lo que me pareció correcto.
Nos fundimos en un abrazo, que me hubiera gustado que no acabara nunca.
Ella se marchó, me dijo que tenía que ayudar a su madre con las maletas. No volví a verla hasta el día del juicio.
Cuando me llevaron a declarar, no sabía lo que iba a contar. Tenía argumentos suficientes como para que todos permanecieran en la cárcel durante una larga temporada. Sin embargo, ¿y si perdía a Clara? Si explicaba que su padre me tuvo secuestrado, ella no volvería a dirigirme la palabra.
¿Qué podía hacer?
Conté lo relacionado con la foto, para incriminar al Pantasma; ese hombre debía estar entre rejas. También hablé del episodio ocurrido en la Tasca. Pero, llegó el momento más difícil:
- Señor Juan Anguera, ¿tiene usted algo que decir acerca del señor Longo?- preguntó el juez.
Miré a mis padres, quienes me dirigieron una mirada de apoyo. Dirigí la vista hacia Clara. Ella me miraba con ojos llorosos y, entonces, afirmó con la cabeza. Me di cuenta de que había decidido que su padre debía entrar en prisión. Sin embargo, esas lágrimas...
Finalmente, conté la historia del secuestro, aunque argumenté que el Pantasma había obligado a Tomás a retenerme.
Una vez acabado el juicio, y antes de que dieran el veredicto, fui a ver a Clara.
- ¿Cómo estás?- le pregunté.
- Bien.- dijo llorando.
- Escúchame atenta, yo no quería enviar a tu padre a la cárcel.
- Lo sé, pero él es culpable. Te hizo daño y eso lo tendrá que pagar.
En ese momento, el juez anunció el veredicto:
- Este jurado ha decidido que D. Miguel Pascual, conserje del Instituto Catalonia, sea declarado culpable de pedofilia y venta de droga a menores; se le imponen veinte años de cárcel. Que D. Jordi Vidal, alias el "Puti", sea declarado culpable de abuso a menores y chantaje; se le imponen diez años de cárcel. Que D. Tomás Longo, alias "Lejía"...
Miré a Clara. Ambos estábamos esperanzados de que quedara liberado. Estaba difícil, pero no perdíamos la ilusión.
- Sea declarado culpable de venta de droga y secuestro bajo coacción; se le imponen cinco años de cárcel.
Clara rompió a llorar. Corrí hacia ella y la abracé. Sentí que me necesitaba y yo iba a estar con ella, apoyándola todo el tiempo que su padre estuviera entre rejas. Compartiría sus alegrías y lloraría con ella, si hacía falta, porque, si ella caía y yo no conseguía levantarla, me derrumbaría a su lado.
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