miércoles, 4 de diciembre de 2013

"Morirás en Chafarinas, Reencuentro"

La noche está asomándose. De repente, un timbrazo me saca de golpe de mis pensamientos. Voy a comprobar quién ha llamado a la puerta. Me acerco poco a poco a la mirilla. Mi cerebro no da crédito a lo que mis ojos ven: un muchacho de treinta y pocos años, de pelo ondulado y castaño claro, ojos color miel y una sonrisa bastante peculiar... ¿Cidraque? No. Ese hombre cojea del pie izquierdo. Además, es muy improbable que sobreviviese; la granada quedó bastante cerca de él. Con algo de miedo, me aventuro a preguntar:

- ¿Quién es?

- ¡Venga tío! ¿En serio que no me reconoces? - al ver que yo no le respondo, prosigue - ¡Soy Cidraque, hombre! 

Mi corazón se ha parado de improviso. Tengo una expresión indescifrable en el rostro y no me creo nada de esto. No podía ser él. Él no...

- Jaime, ¿no vas a abrirle a un viejo amigo? Encima que te he hecho un regalo... 

Deja de hablar cuando le abro la puerta. Sin comerlo ni beberlo, lo abrazo fuertemente, con algunas lágrimas por las mejillas. Creo que no correspondió a mi gesto al instante; había logrado sorprenderle. 

- ¿Dónde te has metido estos siete años? - pregunto ilusionado.

Aún sigo sin comprender por qué motivo estoy tan emocionado. Bueno, a veces actúo sin pensar.

- Verás... Es muy largo de contar...

- Toma asiento y cuéntamelo con pelos y señales. - le interrumpo; estoy deseoso de conocer su historia.

Nos hemos sentado en el sofá. Lo miro fijamente, no pestañeo, ni respiro. Ahora soy todo oídos y hasta que no acabe el relato no procederé a hacer nada más. 

- ¿Recuerdas cuando estábamos en la mili, jugando a ser detectives? - tras esbozar una última sonrisa, su rostro se torna serio, como si contase un cuento de terror digno de Edgar Allan Poe. 

- No me agrada pensar en ello, y mucho menos contarlo - continua -. Pero, en fin, es lo que hay.


**OPCIONAL: Si es apetecible, se puede poner esta banda sonora que ambienta un poco la historia. Gracias: http://www.youtube.com/watch?v=nu29m-CXOOY**


  » Cuando presenciamos la obtención del maletín, por parte de Contreras, yo estaba en una colina subido. Allí lo veía todo con mejor perspectiva. Bereci y yo estábamos atónitos. Aunque ese sentimiento pasó de ser curiosidad a miedo; vi la embarcación estrellarse contra la colina. Todo se estremeció mientras la hierba ardía y los escombros ascendían a toda velocidad hacia nosotros. El corazón me latía con fuerza y muy rápido. Comencé a correr por la ladera arrastrando al vasco, que estaba completamente paralizado por el terror. Le gritaba, pero él ni se inmutaba. Sin querer, me tropecé y los dos rodamos hasta la playa. Creo que el cayó unos metros más allá de donde yo aterricé. Estaba inconsciente. Pero, al acercarme al él, esa idea cambió. Le cogí la cara para intentar reanimarlo. Le abrí los párpados y me encontré con los ojos de un muerto. Algunas lágrimas se me escaparon. Lo deposité con delicadeza sobre la arena y me largué de allí, incrédulo. Me dirigía hacia ninguna parte.

La desesperación y el temor me hicieron gritar. Escuché un disparo detrás de mí que, por suerte, no me dio. Al girarme, me percaté de la identidad del tirador: Contreras. Me apuntaba a la cabeza. Él también había sido alcanzado por la explosión. Su uniforme estaba sucio y rasgado, apretaba los dientes y tenía los ojos inyectados en sangre. Sin quitar el arma de su posición se acercó a mí. Yo no me atrevía a moverme; cualquier movimiento sería la diferencia entre la vida y la muerte. Me golpeó la espinilla e, irremediablemente, caí al suelo. Alcé la vista hacia él. Me volvió a patear, esta vez en la cara, partiéndome la nariz. 

- Te dije que dejaras el caso... ¡Imbécil! - me insultó mientras me pegaba de nuevo - ¡Creía que no me defraudarías...! No me esperaba esto de ti - tras una pausa añadió -. Has visto demasiado, así que ahora me veo obligado a matarte; no quiero que esto salga a la luz. Lo siento, Cidraque.

Sabía lo que iba a pasar: el desgraciado apretaría el gatillo. Cerré los ojos esperando a que la Muerte me acogiera en su seno. Sonaron un pequeño estruendo y un grito agónico, ahogado por un llanto. Eso tenía una explicación razonable; la bala no me había acertado a mí. Cuando visualicé la escena, estaba León, desangrado con un agujero en el cuello. Cogí la pistola del cadáver y, sin dudarlo dos veces, descargué todas las balas sobre el capitán, antes de que lo hiciese él. Sentí náuseas al ver el resultado del tiroteo: la cara desfigurada con varios orificios y un ojo fuera de su lugar. Rodó hasta mi pie. Sin razonar, lo cogí y lo lancé lejos; la furia me devoraba por dentro.

Agarré el maletín con la droga y huí hasta el pasadizo. Allí me topé contigo y, debido a tu insensatez y a la tensión del momento, arrojaste la granada. No cayó muy cerca de mí, por lo que los daños fueron mínimos. Caminé con esfuerzo para reencontrarte pero, tras intentar hacerte entrar en razón, me rechazaste y repetiste la acción. Esta vez, sí sufrí más. La onda expansiva me alcanzó, llevándome lejos junto a muchos despojos. Estuve inconsciente durante unos segundos muy valiosos. Cuando recobré el sentido, estaba tirado entre muchos escombros. Me clavaba rocas en la espalda y en los codos, pero no era eso lo que me dolía tanto. Dirigí mi vista hacia mi pie izquierdo, totalmente atrapado. Una enorme piedra estaba casi aplastándolo. Tiré de él, pero no había manera de sacarlo de ahí. El pavor extremo se apoderó de mí cuando advertí que el túnel estaba siendo inundado por el agua del mar. Me revolví, chillé, me dejé las cuerdas vocales. Traté de retirarme de esa zona pero no podía. Aquello era una muerte segura... A no ser que me atreviese a cometer una atrocidad que me acompañaría por siempre. Me armé de valor y tomé entre mis manos un peñasco afilado. Me quité la camisa e hice un torniquete entorno a mi pierna. En ese instante era un cautivo de la inseguridad, pero el agua empezaba a alcanzarme; era sacrificar un pie o sacrificar la vida. Comencé a golpearme el tobillo con fuerza, mientras gemía y lloraba. Cuando pude rescatarlo, el líquido ahogaba mi boca, impidiéndome respirar.

Con una fuerza y esfuerzo sobrenaturales, me puse en pie y corrí, estando cojo, hacia donde creía que estaba la salida. Seguro que tuve más tiempo para escapar que tú, Jaime, pues los pedruscos habían formado un dique, dejándome una posibilidad entre mil de escapar. Llegué a la escalera y, casi en la cima, una ola gigante me arrasó. Lo único que creo recordar antes de despertar milagrosamente en una choza, es que estaba tendido en la playa, rodeado de agua, lleno de cortes y heridas mortales.

Mis salvadores fueron unos contrabandistas que, por el maletín, me permitieron seguir con vida. Estuve casi siete años con ellos, traficando droga de aquí para allá, pero eso es confidencial. Con el dinero que gané te compré ese Ferrari. Espero que eso sea un obsequio para que me perdones por no haber podido hacerte saber de mi existencia durante tanto tiempo.»


Yo sigo con mi estúpido llanto. Mi amigo se había salvado. Era un traficante de drogas pero, me da igual. Lo perdono... Lo perdono porque la amistad está por encima de todo eso.

- ¿Ya has dejado el negocio de la droga?

- Sí, gasté todos los ahorros en el coche. Y en un pequeño "caprichito"... - comenta Cidraque.

- ¿Qué "caprichito" es? - pregunto, siguiéndole el juego.

- Mañana a las 10, te espero en la Plaza con tu Ferrari... ¡Nos vamos a Las Vegas!


FIN 

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