Alicia fue a merendar como su hermana le dijo. El día continuó y acabó siendo como otro cualquiera. Durante años, Alicia llevó una vida feliz hasta que, cuatro años después, las brasas de la chimenea incendiaron una cortina del salón de su casa. Alicia, que había salido al jardín, observó como ardía su casa, con su familia aún en el interior. Sólo se puedo salvar un pequeño osito chamuscado que protegió con su vida. Se vió obligada a hospedarse en el orfanato, mayoritariamente obligada por la ley, pero el trágico accidente la marcó de por vida. Se sentía culpable por lo sucedido, y de una forma u otra, sus remordimientos siempre acababan manifestándose de la misma forma.
En el psicólogo, Alicia narraba las numerosas visitas a su país imaginario, llegando a tal punto que pasó a ser parte de su vida cotidiana. Para ella, existían dos realidades: el país de las maravillas y el mundo real. Cuantas más veces visitaba el país en sus sueños, mejor conocía a sus criaturas y habitantes. Entre todas sus visitas, destaca una en la que Alicia recuerda haber sido ejecutada. Esta historia, como la mayoría que contaba Alicia, estremecía a los psicólogos, que ya se habían dado por vencidos con su caso.
Alicia abrió los ojos en medio de un bosque, cosa normal porque cada vez que despertaba, se encontraba en un lugar diferente. Gracias al tiempo y la experiencia, pudo reconocer el bosque. Se trataba ni más ni menos que el bosque en el que se encontraba la mesa del té del sombrerero y la liebre. En todos esos cuatro años, siempre los había encontrado allí, en la misma postura, esperando a que Alicia llegara. Durante ese tiempo, forjaron una amistad "un tanto peculiar". El sombrerero era un hombre bajito, más bien cabezón con pelo corto cubierto por un sombrero más grande que la propia Alicia. Muchos decían que estaba loco. Él, por lo contrario, afirmaba que estaba perfectamente sano. La liebre de mayo siempre acompañaba al sombrerero. Hicieron las paces con el Tiempo, quien con anterioridad les obligó a no poder avanzar de la hora del té. Aun así, continúan en ese estado, según ellos, por amor al té. Para sorpresa de Alicia, éstos no estaban en su mesa, como normalmente deberían.
Alicia sabía que ocurría algo, por lo que preguntó al gato de Cheshire, a quien cogió un gran cariño porque le recordaba a su difunta gata Dina. Éste siempre la intenta ayudar, más indirectamente que directamente. Aun así, no le desea mal alguno a Alicia. En efecto, el gato estaba allí, tan risueño como el primer día.
- ¿Sabes donde están este par? - dijo Alicia, refiriéndose al sombrerero y a la liebre
- Donde todos los demás - respondió el gato, aún sin haberse hecho visible del todo
- ¿Y dónde es eso?
- En el tribunal
- ¿Ha ocurrido algo?
Pero el gato ya había desaparecido. A Alicia no le quedaba más remedio que dirigirse al castillo.
Por el camino, pasó por las casas de varios conocidos: el conejo blanco, la duquesa, incluso la seta de la lombriz, pero ni una sola alma en esos lugares.
Al llegar, Alicia encontró a todo el mundo alrededor de la reina, quien, nada mas verla, gritó:
- ¡Ahí está! ¡Atrápenla! ¡Que le corten la cabeza!
Y en efecto, el tiempo no le afectó en nada a la reina. Seguía aplicando la sentencia de muerte muy a la ligera. Lo que Alicia no se esperaba es que, al contrario que otras veces, le hicieron caso. Los naipes, soldados de la reina, aprisionaron a Alicia y la ataron de manos y pies. Ella estaba confundida, pensando qué hizo mal. Tras un rato, decidió preguntar:
- ¿A qué se debe esta bienvenida?
- ¡Calla, criminal! - gritó uno de los soldados que la mantenían cautiva
- ¡Se te culpa de robo a la casa real, insolente! - respondió la reina, haciendo callar a todos los demás
- Pero acabo de... - intentó objetar Alicia
- ¡Silencio!
Alicia fue arrastrada en contra de su voluntad al estrado, en el que le obligaron a declarar.
- Acabo de llegar, lo juro - intentó excusarse Alicia
- ¡Mentira! ¡Yo la vi corretear con algo en las manos hace un rato! - testificó un gorrión un poco más pequeño que Alicia
- Señor gorrión, cuentenos lo que vio - mandó el rey, intentando apaciguar a todos
- Cuando salí de mi casa, a eso de las 9 de la mañana - comenzó a declarar, mirando su reloj de bolsillo - vi a Alicia dirigirse hacia este mismo castillo. Parecía tener mucha prisa, por lo que desistí de interponerme. Después, la volví a ver recorriendo el camino inverso, con algo brillante en las manos aunque no pude identificar de qué se trataba.
- ¡Mi collar! - gritó la reina
- Puede - contestó el gorrión
- ¡No tienen pruebas! - se defendió Alicia
- Ciertamente, yo también la vi por la mañana. - salió el conejo blanco al paso - Como muchos saben, soy el consejero de su majestad... - alardeó el conejo - Siempre estoy muy ocupado en el castillo, realizando tareas que no comprenderían. Pues, a eso de las 10, vi a Alicia entrar al castillo. Como cualquiera supondría, pensé que no podría hacer nada malo, así que le permití pasar. Cierto es que no la vi salir, pero el testimonio del gorrión corrobora que robó el collar de su majestad y, acto seguido, salió corriendo con él.
- Os estoy intentando decir que...
- ¡Silencio!
El juicio duró varios días, teniendo cada habitante un testimonio que agravaba aún mas la situación de Alicia. Ella desistió negarse, por que, de todas formas, nadie le haría caso. Cuando el último testigo finalizó, la reina y el rey se juntaron y cuchichearon algo inentendible. Tras la finalización del corro, Alicia fue llevada a la guillotina, la cual extrañamente nunca se había usado. Antes de que cayera la hoja, Alicia cerró los ojos.
Cuando los abrió, se encontraba en el orfanato, tal y como todos los días. Extrañamente, en el siguiente sueñó que Alicia tuvo, nadie recordaba nada sobre el incidente.
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