Era sábado por la mañana e iba en dirección a la casa de los Peraplana. Cuando llegué allí para hacer el intento de volver a sacarle algo , vi a una multitud delante de la verja dorada del casón. Le pregunté a un tuerto que andaba por allí que qué había pasado y me dijo que no había visto casi nada -nunca tuve una mente muy lúcida-, y fui a preguntarle a una joven riquísima que estaba apoyada en la columna de al lado de la entrada.
La joven, que se llamaba Magdalena por cómo escuché que su madre la llamaba en tono de alerta por mi presencia, retrocedió dos pasos cuando me acerqué a ella, no sé si fue por el hedor que desprendían mis axilas o porque casi me caigo con el puto escalón de antes de la verja que los ricos se empeñan en tener. Cuando conseguí hablar con ella, me dijo sin querer echarme mucha cuenta:
-No hemos estado aquí desde el principio de todo, pero desde mi casa se ha escuchado el sonido como de un tiro de escopeta de caza desviada.
-Gracias guapa -le dije intentado no abrir demasiado la boca para no terminar de asustarla completamente.
Me colé por el agujero que había en los setos que hice en el anterior intento de hablar con Isabelita. Una vez que conseguí entrar, me estampé contra el mismo árbol que nunca me acuerdo que hay al doblar la esquina del jardín y me dispuse a observar el movimiento de dentro del hogar de los Peraplana por la ventana de la cocina. Vi que sacaban de allí en una camilla con las patas metálicas que llevaba encima una forma humana tapada con una manta que parecía papel Albar y papel celofán superpuestos en este mismo orden. Volví a colarme, por la ventana de la cocina, a la casa de Isabelita y me coloqué un traje de jardinero manchado de café que había en la esquina del lavadero.
Ya con el traje de gala puesto y después de haberme refregado dos naranjas ácidas por todo el cuerpo, me metí en el salón a preguntarle algo a la mujer que limpiaba la casa todos los sábados, y que este, tendría trabajo extra.
-Hola muñeca -dije no demasiado seguro de mí mismo-, ¿qué ha pasado aquí? Estaba fuera jardineando, haciendo jardines y regando las podadoras cuando escuché los gritos de la señorita Isabelita.
-Pues nada, que ha terminado por matarlo.
-Oh, lo sabía, era de esperar. Yo tampoco perdonaría unos cuernos de tales magnitudes.
-No, por eso no, zote. Ha sido por los... ya sabes, por los dolores de la señorita.
-¿Padecía de gases y estaba irritada? ¿Estrechez vaginal crónica? ¿Juanetes quizás?
-¡Capullo! Por maltratos.
-Ah sí, por eso. Bueno, me largo, que tengo que irme a...
-Adiós.
Qué bien -pensé para mis adentros- éstas mujeres son las que verdaderamente valen: hablan lo necesario y no se entretienen despidiéndose con un beso y medio.
Pero claro, con la muerte de Effer, Isabelita iría a la cárcel y se acabaría aquí la historia y mi exilio condicional del manicomio. Así que hice lo que primero se me ocurrió: me fui a la biblioteca de la casa y cogí dos o tres libros de los que más dorados tenían y me leí ocho páginas para poder inventarme alguna respuesta que concordara con la información que Merceditas Negrer me proporcionó la noche anterior. Tampoco me sirvió para mucho porque por una vez, reflexioné y dije:
¿Qué es la libertad sino lo que tú quieres hacer? Me niego a obedecer a mis autoridades y llevar todo lo que sé a sus oídos para que me vuelvan a meter en el manicomio... me niego a votar para obtener la misma mierda que siempre. Me largo de aquí, me largo a dónde no lleguen los panfletos que me obligan a vivir como un trozo de papel quiere que viva. Me voy a ir donde lo principal sea comer, si es necesario carne humana. Me niego rotundamente a diversificar mi naturaleza para ser lo que hoy en día, es natural.
Y así, termina esta historia. Conmigo en una bicicleta roja robada camino a Vallecas o a donde sea.
Aunque ahora que lo pienso, no. Mi historia no ha terminado, acaba de empezar.
Hodie mihi, cras tibi - 3ºESO C
domingo, 1 de junio de 2014
Alicia en el País de las Maravillas.
Mi hermana Lorina me despertó bruscamente:
-Alicia ¡despierta! ¡qué vienen los guardias!
Me desperté sobresaltada, me cogió la mano y empezamos a correr. Los guardias ya nos habían visto y nos teníamos que esconder o nos pillarían y a saber que nos podrían hacer. Mi hermana era la única que me quedaba, a mis padres los mataron cuando todo esto empezó, pero ella me protege y nunca dejará que me suceda nada.
-¡Corre, corre!- me decía nerviosa-. ¡Mira allí!
Había un hoyo y nos tiramos a él. Despistamos a los soldados y no consiguieron encontrarnos.
-¿Estás bien?- me preguntó mi hermana y empezó a buscarme a ver si tenía alguna herida a causa de la caída.
-Estoy bien- le contesté apartando sus manos-. ¿Y tú?
-Sí, sí... estoy bien...
Pero no era cierto cuando me acerqué a abrazarla noté un líquido viscoso saliendo de su costal. Estaba sangrando. Se había clavado un palo debajo de las costillas. Empecé a llorar desconsolada. Ella de inmediato me consoló prometiéndome que se pondría bien que no le pasaría nada, que solo necesitaba echarse un poco de agua y reposar.
Y eso hicimos, buscamos un río cercano y allí se enjuagó la herida. Ella seguía perdiendo mucha sangre. Me pidió que vigilara por si venía algún guardia, desde mientras ella se metió dentro del río para ver si el agua le podría cortar la hemorragia, su piel estaba empezando a empalidecerse.
Habría pasado eso de una hora y mi hermana estaba relajada dentro del río, pero un soldado se estaba acercando, no quería molestarla por lo que decidí ir a distraer al guardia, la peor decisión que tomé en toda mi vida. Corrí y me alejé del río tanto como me fue posible y empecé a hacer ruidos para atraer al hombre. Lo conseguí y satisfecha por mi trabajo recién realizado fui a por mi hermana.
Me desconcerté al ver aquella imagen, no me lo podía creer, todo había sido culpa mía... Dos soldados estaban justamente al lado de Lorina examinando su cuerpo. Uno le hizo una señal al otro y este sacó un cuchillo, lo empuñó y decidió cortarle la vena yugular. Pero no puede más tuve que ir a socorrer a mi hermana:
-¡Noooo! ¡No le hagáis daño!- exclamé desconcertada.
Pero ya era demasiado tarde el agua se teñía de rojo y el cuerpo de mi hermana flotaba y la corriente la arrastraba. Yo caí al suelo desconsolada, los guardias corrieron hacia mi y me atraparon, ya no me quedaban fuerzas para seguir luchando.
Me metieron en una celda alrededor de la cual había varios niños más o menos de mi edad también encarcelados. Me arrojaron con desprecio dentro. Mi llanto volvió a ser más fuerte de nuevo. Me puse en la esquina de atrás sentada, rodeándome las piernas con los brazos.
Pasaron varias horas, no sé cuantas serían, pero eran muchas porque mi llanto ya se había calmado. Justo en ese momento vi al conejo con el que esta tarde me crucé. Pasó a toda velocidad por la puerta de la cárcel. Pero tan rápido como pude me acerqué a la verja para ver a donde se dirigía, pero era demasiado tarde ya no estaba. Me angustié todavía más.
Llegó la hora de cenar y un soldado vino a recogerme pero me negué a ir. Me asomé a la reja y me di cuenta que había sido la única que no había querido ir. Justo cuando me di la vuelta y la sorpresa fue impresionante al encontrarme con el gato de Cheshire y su enorme sonrisa.
-¿Qué haces aquí pequeña?
Empecé a lloriquear no sé si por miedo o por alegría de ver a un ser conocido.
-Alicia ¡despierta! ¡qué vienen los guardias!
Me desperté sobresaltada, me cogió la mano y empezamos a correr. Los guardias ya nos habían visto y nos teníamos que esconder o nos pillarían y a saber que nos podrían hacer. Mi hermana era la única que me quedaba, a mis padres los mataron cuando todo esto empezó, pero ella me protege y nunca dejará que me suceda nada.
-¡Corre, corre!- me decía nerviosa-. ¡Mira allí!
Había un hoyo y nos tiramos a él. Despistamos a los soldados y no consiguieron encontrarnos.
-¿Estás bien?- me preguntó mi hermana y empezó a buscarme a ver si tenía alguna herida a causa de la caída.
-Estoy bien- le contesté apartando sus manos-. ¿Y tú?
-Sí, sí... estoy bien...
Pero no era cierto cuando me acerqué a abrazarla noté un líquido viscoso saliendo de su costal. Estaba sangrando. Se había clavado un palo debajo de las costillas. Empecé a llorar desconsolada. Ella de inmediato me consoló prometiéndome que se pondría bien que no le pasaría nada, que solo necesitaba echarse un poco de agua y reposar.
Y eso hicimos, buscamos un río cercano y allí se enjuagó la herida. Ella seguía perdiendo mucha sangre. Me pidió que vigilara por si venía algún guardia, desde mientras ella se metió dentro del río para ver si el agua le podría cortar la hemorragia, su piel estaba empezando a empalidecerse.
Habría pasado eso de una hora y mi hermana estaba relajada dentro del río, pero un soldado se estaba acercando, no quería molestarla por lo que decidí ir a distraer al guardia, la peor decisión que tomé en toda mi vida. Corrí y me alejé del río tanto como me fue posible y empecé a hacer ruidos para atraer al hombre. Lo conseguí y satisfecha por mi trabajo recién realizado fui a por mi hermana.
Me desconcerté al ver aquella imagen, no me lo podía creer, todo había sido culpa mía... Dos soldados estaban justamente al lado de Lorina examinando su cuerpo. Uno le hizo una señal al otro y este sacó un cuchillo, lo empuñó y decidió cortarle la vena yugular. Pero no puede más tuve que ir a socorrer a mi hermana:
-¡Noooo! ¡No le hagáis daño!- exclamé desconcertada.
Pero ya era demasiado tarde el agua se teñía de rojo y el cuerpo de mi hermana flotaba y la corriente la arrastraba. Yo caí al suelo desconsolada, los guardias corrieron hacia mi y me atraparon, ya no me quedaban fuerzas para seguir luchando.
Me metieron en una celda alrededor de la cual había varios niños más o menos de mi edad también encarcelados. Me arrojaron con desprecio dentro. Mi llanto volvió a ser más fuerte de nuevo. Me puse en la esquina de atrás sentada, rodeándome las piernas con los brazos.
Pasaron varias horas, no sé cuantas serían, pero eran muchas porque mi llanto ya se había calmado. Justo en ese momento vi al conejo con el que esta tarde me crucé. Pasó a toda velocidad por la puerta de la cárcel. Pero tan rápido como pude me acerqué a la verja para ver a donde se dirigía, pero era demasiado tarde ya no estaba. Me angustié todavía más.
Llegó la hora de cenar y un soldado vino a recogerme pero me negué a ir. Me asomé a la reja y me di cuenta que había sido la única que no había querido ir. Justo cuando me di la vuelta y la sorpresa fue impresionante al encontrarme con el gato de Cheshire y su enorme sonrisa.
-¿Qué haces aquí pequeña?
Empecé a lloriquear no sé si por miedo o por alegría de ver a un ser conocido.
-Quiero volver con ustedes, ahora estoy
sola... Quiero irme contigo, con el Conejo Blanco, con el
Sombrerero...
-Pues ya sabes que camino coger,
enhorabuena.
Y empezó a desaparecer poco a poco
dejando por último aquella deslumbrante sonrisa que había iluminado
mi asquerosa celda.
-¡No te entiendo! ¿Qué camino he de
coger?- dije golpeando el suelo donde él había estado.
-¡Tú!-Una voz áspera me hablaba por
detrás- ¿Se puede saber con quién estás hablando?
El guardia no era como los demás...
era una carta. Tal y como vi esta tarde. Me quedé sorprendida y sin
habla.
-¿Es que no me piensas contestar?
Yo no me digné a contestarle, abrió
la celda y me sacó afuera. Empezamos a recorrer pasillos repletos de
gente encarcelada. Y la carta gritaba:
-¡Mirad a esta pequeña, a su edad y
ya está loca!
Ignoré su comentario y me preguntaba
por qué nadie se sorprendía de ver a una carta arrastrando por el
suelo a una niña.
Me llevó hacia el centro de una
habitación redonda con una guillotina en el medio. No podía apartar
la vista del suelo no fuese a ser que pisase alguna cabeza, pues
había muchas de ellas rodando por aquel lugar. Colocaron mi cabeza
en aquel artefacto que chorreaba sangre. Justo en ese momento escuché
un grito agudo y vi a la Reina de Corazones:
-¡¡Qué le corten la cabeza!!
El metal rozó a gran velocidad con sus
postes de madera produciendo un ruido de muerte. Un gran estruendo
estalló en la habitación. Cerré los ojos de golpe y justo al
abrirlos vi al conejo pero esta vez estaba más tranquilo, me estaba
esperando. Me levanté y me puse a su lado justo, en ese momento los
dos corrimos juntos hacia una intensa luz, la cual llegaba a aquel
jardín que había visto a través de la puerta pequeña que me fue
imposible pasar.
Continuación "Reunión con un círculo rojo"
Saliste corriendo y la puerta se cerró detrás de ti. No sabías quien era esa extranjera, ni qué hacía aquí. Sólo conocías su nombre: Jenny.
Sin saber que hacer, fuiste a tu pequeño apartamento. Todo estaba tal y como lo habías dejado: la ropa por el suelo, el frigorífico casi vacío... Pero te daba igual. Fuiste directamente a la ducha, de ahí a la cama, y de ésta a tus pensamientos. Te propusiste descubrir que le sucedió a la inglesa, puede que por pena o puede que por curiosidad, pero da igual. Cuando te despertaste, sólo conocías un lugar en el que la extranjera hubiera estado, y ese era Zagreb, el restaurante.
Antes de ir a ningún lado, fuiste al bar en el que siempre desayunabas. Tomaste lo de siempre: un café con leche y dos bollos alemanes de los que desconoces el nombre. Mientras desayunabas, diferenciaste, entre toda la cháchara del bar, a dos individuos hablando sobre algo inquietante:
- ¿Sabes lo que ha pasado en el nuevo restaurante ese? - lograste traducir
- ¿Que ha pasado?
- Deberías verlo con tus propios ojos.
No sabías por qué, pero tenías un mal presentimiento. Cogiste tu coche, buscaste las llaves de tu bolsillo, metiste las llaves... pero todo en vano, puesto que no tenías gasolina. Aunque estaba lejos, con perseverancia conseguiste andar dos pasos hasta el taxi más cercano, pero cuando llegaste, no podías creer lo que estaba ante tus ojos.
Todo estaba precintado, con cintas que decían BUNDESPOLIZEI (supusiste que decía "policía"). Un escalofrío te recorrió todo el cuerpo. Pese a que había agentes guardando la zona, saltaste todas las cintas y entraste al negocio.
Viste una mancha roja en el suelo, seguramente sangre, rodeando un cuerpo familiar. De repente, oíste un sonido metálico: una navaja había caído de tus ensangrentadas manos.
La maldición cumplida. (Continuación de "La Catedral")
«Demonios... Ojos rojos que me observan... Fauces abiertas que desean devorarme... Se acercan lentamente hacia mí; los siento, percibo su presencia. Uno de estos acaricia toda mi piel como buscando... Oh no... Otra vez no...»
Eso fue lo último que pude pensar antes de que un espíritu maligno tomase el control de mi cuerpo. Quitó a mi alma de su lugar y se colocó él. Así, tan simple, pero también tan injusto. Yo no era consciente de lo que hacía, hasta que desperté después de este extraño trance.
Me encontré tirado en una habitación de la casa en la que me alojaba. Repentinamente, un olor llegó a mi nariz... Olor a sangre... ¿Qué había hecho? Me miré los brazos y descubrí en ellos una figura grabada: una T inscrita sobre una Y... Mi marca de francmasón... Enfocando la vista un poco más allá vi un cadáver. ¿Que qué hacía allí? Fácil de responder. Me habían poseído, de nuevo. Me aproximé a él y le levanté la camisa.
Mi marca rasgada en sus músculos pectorales... como siempre.
Puede parecer mentira, pero me acabé acostumbrando a este tipo de incidentes. Tenía claro los pasos que debía seguir: limpiar la sangre, descuartizar al muerto, deshacerme de él, vendarme las heridas e irme inmediatamente del lugar en el que me hallase. Pero aquella vez nada fue según lo planeado.
Escuché un sonido detrás de mí y, seguidamente, una voz familiar.
—Telmo... –las palabras se helaron en su boca.
—Jakob... ¿Qué haces aquí?
Mi desdichado casero se agachó al lado del cuerpo inerte.
—Erik de Viborg... Fue un gran templario y un gran padre para ti... –dije mientras mantenía una mirada indiferente–. Pena que le haya llegado la hora.
—¡Fíjate en tus manos! ¡Lo has matado tú! –estalló Jakob– ¿Y ni te inmutas?
—He hecho cosas peores... Además, estaba infectado de una fiebre mortal, deberías darme las gracias por acortarle el sufrimiento.
—¿A quién se le ocurre meter a un asesino en su propia casa...? –hablaba consigo mismo, ignorándome– ¿Lo matas o no lo matas? ¿Lo matas o no lo matas? ¿Lo matas o no lo matas...?
A partir de ahí se dedicó a insultarme en su idioma, así que no lo pude entender. Aproveché ese momento de desatención para pensar en cómo había llegado hasta aquí.
Nada más abandonar Kerloc´h me dirigí a Normandía, donde trabajé en tres construcciones. Pasaron unos cuatro años hasta que me dispuse a esculpir en mi cuarto edificio. Esta vez ayudaba en Copenhague. Al frente de las obras estaba Jakob de Viborg, un joven un poco mayor que yo, muy parecido a su progenitor, que me había acogido en su hogar. Él no tenía idea de lo que a veces me ocurría por las noches... La maldición de Coberán de Carcassone. Consistía en que, cuando estaba durmiendo, y solo en ocasiones, me levantaba sonámbulo y mataba a quien sea. Llevaba aguantando eso desde que murió el condenado aquilano.
—Lo mejor será que te vayas –el anfitrión interrumpió mis pensamientos.
—¿Por qué?
—Has acabado con todos mis vecinos, incluso con un gran amigo tuyo, y no me extraña que yo sea tu siguiente víctima.
—No soy yo quien elige a quién matar.
—¿Cómo?
—Deja que te cuente algo... Mi verdadera historia...
Tras relatarle toda mi vida, di unos pasos hacia el cadáver y extraje de él la daga. Con esta en mano, me encaminé hacia Jakob. Lo que acababa de confesar no podía salir de esa habitación de ninguna manera.
—Estoy maldito por el mismo diablo... –susurraba con voz tenebrosa; quería infundirle miedo, pues ese podría ser un juego divertido... para mí.
—Aléjate.
Seguí avanzando sin importarme lo que él me ordenaba.
—¡Aléjate de mí!
Lo acorralé contra la pared. Parecía indefenso, como una oveja enfrente de más de cien lobos. Dibujé una pequeña sonrisa gélida en mis labios. Posé la hoja de mi arma en su cuello, provocando que el joven cerrara los ojos y empezara a temblar.
—Por favor... –suplicaba, casi llorando– Por favor no me mates haré lo que sea...
—¿Lo que sea?
—Lo que sea –repitió entredientes afirmando mis palabras.
—Está bien –me separé un poco de él, pero sin darle una opción de escape–. Entonces quiero que cuando la catedral esté terminada, se disponga un altar de sacrificio donde realizaré unos cultos para librarme del conjuro.
—Dios no quiere sacrificios... –replicó el danés.
—Pero Satán sí.
—¡No pienso contribuir en esto!
Sin articular palabra le hice un corte no muy profundo en el cuello. Como era de esperar, la sangre manaba de la herida de forma exagerada, tiñendo el suelo de rojo... y mi brazo también. Sonreí. De algún modo, la maldición me había hecho más fuerte, ya no tenía que reprimir arcadas cada vez que presenciaba escenas así. No solo sonreía por eso, sino porque me era gracioso ver cómo Jakob se ponía las manos en la garganta, como intentando detener la hemorragia. Me había convertido en un monstruo, y eso me gustaba.
«De nada te servirá, ¡estúpido!», pensaba mientras lo observaba retorcerse de dolor en el suelo. Me quité la camisa e hice vendas con ella, como Erik me enseñó. Me acerqué un poco a Jakob con el jirón de tela entre mis dedos.
—Te estás muriendo... ¿Por qué no me pides ayuda? –quería jugar con él. Era un juego macabro, pero yo disfrutaba siendo el que movía las piezas, que en este caso solo había una.
—Telmo..., no me hagas esto... –arqueé una ceja.
—¿Y las palabras mágicas?
—Te odio...
—Hummmm... Esas no son...
El danés gritó con las pocas fuerzas que le quedaban, y se revolvió furioso.
—¡Cúrame, maldita sea! –me exigía.
Aproximé mi boca a su oído y le susurré.
—Tendrás que suplicar...
—Deja de hacerme esto..., maldito hijo de...
—Shhhhh... –posé mi dedo índice sobre sus labios manchados. Lo miré de arriba a abajo– Hay que ver cómo estás –comenté cogiendo la tela de su ropa–, cubierto de sangre completamente. ¿Y sin embargo no haces nada?
Ladeó la cabeza, seguramente para que yo no advirtiese dos lágrimas que corrían por sus mejillas.
—Por favor... –balbuceó.
—¿Qué? –inquirí, a pesar de que me había enterado perfectamente.
—Por... favor...
—Más fuerte...
—¡Por favor, sálvame de una vez, joder! –bramó a todo pulmón.
—Shhhhh... –volví a hacer, tapándole la boca con una fría carcajada– Vas a llamar la atención.
Lo solté con desprecio. Intercambiamos una larga mirada, sus ojos claros con los míos oscuros. En el espacio que nos separaba se entablaba una batalla de sentimientos contradictorios, pero uno de ellos era mutuo, el odio. Esbocé otra de mis sonrisas. Era la primera vez que torturaba a alguien de esa forma... y era un buen espectáculo. Además, guardaba cierto rencor hacia él, así que eso me hacía disfrutar más. Me encantaba verle sufrir... Suena cruel, pero era la verdad. Debía acabar aquello en contra de mi voluntad; se estaba prolongando demasiado. Por fin, agarré la venda que estaba a mi lado. La puse sobre el arañazo, y esta se empapó enseguida. Repetí la acción varias veces. Cuando se me agotaron sin conseguir ningún beneficio, justo lo que pretendía, me levanté.
—No he podido hacer nada –mentía mientras me encogía de hombros–, lo siento.
Eché a andar hacia la puerta, dispuesto a dar la noticia de que el jefe de la construcción, el hijo del señor de Viborg, se había suicidado tras descubrir el cadáver de su padre. Y, luego, claramente, diría que antes de morir, me dejó al mando de la construcción. La vía estaba libre.
Una vez en el umbral, volteé la vista, por última vez. Contemplé al muerto, y a su lado a Jakob, cuya vida acabaría pronto. Deduje esto debido a que estaba jadeando, temblando de frío y a la vez sudando de calor, con los ojos desorbitados, pero fijos en mí. Sus rasgos trazaron una mueca triunfal.
—Arde en el infierno, maldito.
No comprendía por qué lo decía hasta que sentí algo dentro de mí. Con una gesto de sorpresa en el rostro, miré mi torso y advertí un espada, roja por mi sangre, que me atravesaba el estómago de parte a parte. La persona que se hallaba detrás de mí, se deshizo de mi cuerpo moribundo lanzándolo al suelo cerca de los dos daneses. Me coloqué boca arriba para averiguar la identidad de mi asesino... o asesina, en este caso. Valentina, la hija del maese Hugo...
—¿Qué te crees que haces? –le espeté.
Ella, rápida como un rayo, casi me parte por la mitad de un certero corte en el abdomen. Pude observar, incrédulo, cómo mis vísceras se escapaban de mí. Me dejé caer rendido a sus pies. Sabía que mi hora había llegado. Valentina alzó su arma y la clavó velozmente en el centro de mi cara.
Y así fue cómo morí. ¿Que cómo estoy contando esto? Fácil de responder. Ahora soy yo una de esas almas que vaga por el mundo buscando a quién poseer... y a quién destrozarle la vida, como me pasó a mí. Y tengo muy clara mi primera víctima... Muy clara...
Eso fue lo último que pude pensar antes de que un espíritu maligno tomase el control de mi cuerpo. Quitó a mi alma de su lugar y se colocó él. Así, tan simple, pero también tan injusto. Yo no era consciente de lo que hacía, hasta que desperté después de este extraño trance.
Me encontré tirado en una habitación de la casa en la que me alojaba. Repentinamente, un olor llegó a mi nariz... Olor a sangre... ¿Qué había hecho? Me miré los brazos y descubrí en ellos una figura grabada: una T inscrita sobre una Y... Mi marca de francmasón... Enfocando la vista un poco más allá vi un cadáver. ¿Que qué hacía allí? Fácil de responder. Me habían poseído, de nuevo. Me aproximé a él y le levanté la camisa.
Mi marca rasgada en sus músculos pectorales... como siempre.
Puede parecer mentira, pero me acabé acostumbrando a este tipo de incidentes. Tenía claro los pasos que debía seguir: limpiar la sangre, descuartizar al muerto, deshacerme de él, vendarme las heridas e irme inmediatamente del lugar en el que me hallase. Pero aquella vez nada fue según lo planeado.
Escuché un sonido detrás de mí y, seguidamente, una voz familiar.
—Telmo... –las palabras se helaron en su boca.
—Jakob... ¿Qué haces aquí?
Mi desdichado casero se agachó al lado del cuerpo inerte.
—Erik de Viborg... Fue un gran templario y un gran padre para ti... –dije mientras mantenía una mirada indiferente–. Pena que le haya llegado la hora.
—¡Fíjate en tus manos! ¡Lo has matado tú! –estalló Jakob– ¿Y ni te inmutas?
—He hecho cosas peores... Además, estaba infectado de una fiebre mortal, deberías darme las gracias por acortarle el sufrimiento.
—¿A quién se le ocurre meter a un asesino en su propia casa...? –hablaba consigo mismo, ignorándome– ¿Lo matas o no lo matas? ¿Lo matas o no lo matas? ¿Lo matas o no lo matas...?
A partir de ahí se dedicó a insultarme en su idioma, así que no lo pude entender. Aproveché ese momento de desatención para pensar en cómo había llegado hasta aquí.
Nada más abandonar Kerloc´h me dirigí a Normandía, donde trabajé en tres construcciones. Pasaron unos cuatro años hasta que me dispuse a esculpir en mi cuarto edificio. Esta vez ayudaba en Copenhague. Al frente de las obras estaba Jakob de Viborg, un joven un poco mayor que yo, muy parecido a su progenitor, que me había acogido en su hogar. Él no tenía idea de lo que a veces me ocurría por las noches... La maldición de Coberán de Carcassone. Consistía en que, cuando estaba durmiendo, y solo en ocasiones, me levantaba sonámbulo y mataba a quien sea. Llevaba aguantando eso desde que murió el condenado aquilano.
—Lo mejor será que te vayas –el anfitrión interrumpió mis pensamientos.
—¿Por qué?
—Has acabado con todos mis vecinos, incluso con un gran amigo tuyo, y no me extraña que yo sea tu siguiente víctima.
—No soy yo quien elige a quién matar.
—¿Cómo?
—Deja que te cuente algo... Mi verdadera historia...
Tras relatarle toda mi vida, di unos pasos hacia el cadáver y extraje de él la daga. Con esta en mano, me encaminé hacia Jakob. Lo que acababa de confesar no podía salir de esa habitación de ninguna manera.
—Estoy maldito por el mismo diablo... –susurraba con voz tenebrosa; quería infundirle miedo, pues ese podría ser un juego divertido... para mí.
—Aléjate.
Seguí avanzando sin importarme lo que él me ordenaba.
—¡Aléjate de mí!
Lo acorralé contra la pared. Parecía indefenso, como una oveja enfrente de más de cien lobos. Dibujé una pequeña sonrisa gélida en mis labios. Posé la hoja de mi arma en su cuello, provocando que el joven cerrara los ojos y empezara a temblar.
—Por favor... –suplicaba, casi llorando– Por favor no me mates haré lo que sea...
—¿Lo que sea?
—Lo que sea –repitió entredientes afirmando mis palabras.
—Está bien –me separé un poco de él, pero sin darle una opción de escape–. Entonces quiero que cuando la catedral esté terminada, se disponga un altar de sacrificio donde realizaré unos cultos para librarme del conjuro.
—Dios no quiere sacrificios... –replicó el danés.
—Pero Satán sí.
—¡No pienso contribuir en esto!
Sin articular palabra le hice un corte no muy profundo en el cuello. Como era de esperar, la sangre manaba de la herida de forma exagerada, tiñendo el suelo de rojo... y mi brazo también. Sonreí. De algún modo, la maldición me había hecho más fuerte, ya no tenía que reprimir arcadas cada vez que presenciaba escenas así. No solo sonreía por eso, sino porque me era gracioso ver cómo Jakob se ponía las manos en la garganta, como intentando detener la hemorragia. Me había convertido en un monstruo, y eso me gustaba.
«De nada te servirá, ¡estúpido!», pensaba mientras lo observaba retorcerse de dolor en el suelo. Me quité la camisa e hice vendas con ella, como Erik me enseñó. Me acerqué un poco a Jakob con el jirón de tela entre mis dedos.
—Te estás muriendo... ¿Por qué no me pides ayuda? –quería jugar con él. Era un juego macabro, pero yo disfrutaba siendo el que movía las piezas, que en este caso solo había una.
—Telmo..., no me hagas esto... –arqueé una ceja.
—¿Y las palabras mágicas?
—Te odio...
—Hummmm... Esas no son...
El danés gritó con las pocas fuerzas que le quedaban, y se revolvió furioso.
—¡Cúrame, maldita sea! –me exigía.
Aproximé mi boca a su oído y le susurré.
—Tendrás que suplicar...
—Deja de hacerme esto..., maldito hijo de...
—Shhhhh... –posé mi dedo índice sobre sus labios manchados. Lo miré de arriba a abajo– Hay que ver cómo estás –comenté cogiendo la tela de su ropa–, cubierto de sangre completamente. ¿Y sin embargo no haces nada?
Ladeó la cabeza, seguramente para que yo no advirtiese dos lágrimas que corrían por sus mejillas.
—Por favor... –balbuceó.
—¿Qué? –inquirí, a pesar de que me había enterado perfectamente.
—Por... favor...
—Más fuerte...
—¡Por favor, sálvame de una vez, joder! –bramó a todo pulmón.
—Shhhhh... –volví a hacer, tapándole la boca con una fría carcajada– Vas a llamar la atención.
Lo solté con desprecio. Intercambiamos una larga mirada, sus ojos claros con los míos oscuros. En el espacio que nos separaba se entablaba una batalla de sentimientos contradictorios, pero uno de ellos era mutuo, el odio. Esbocé otra de mis sonrisas. Era la primera vez que torturaba a alguien de esa forma... y era un buen espectáculo. Además, guardaba cierto rencor hacia él, así que eso me hacía disfrutar más. Me encantaba verle sufrir... Suena cruel, pero era la verdad. Debía acabar aquello en contra de mi voluntad; se estaba prolongando demasiado. Por fin, agarré la venda que estaba a mi lado. La puse sobre el arañazo, y esta se empapó enseguida. Repetí la acción varias veces. Cuando se me agotaron sin conseguir ningún beneficio, justo lo que pretendía, me levanté.
—No he podido hacer nada –mentía mientras me encogía de hombros–, lo siento.
Eché a andar hacia la puerta, dispuesto a dar la noticia de que el jefe de la construcción, el hijo del señor de Viborg, se había suicidado tras descubrir el cadáver de su padre. Y, luego, claramente, diría que antes de morir, me dejó al mando de la construcción. La vía estaba libre.
Una vez en el umbral, volteé la vista, por última vez. Contemplé al muerto, y a su lado a Jakob, cuya vida acabaría pronto. Deduje esto debido a que estaba jadeando, temblando de frío y a la vez sudando de calor, con los ojos desorbitados, pero fijos en mí. Sus rasgos trazaron una mueca triunfal.
—Arde en el infierno, maldito.
No comprendía por qué lo decía hasta que sentí algo dentro de mí. Con una gesto de sorpresa en el rostro, miré mi torso y advertí un espada, roja por mi sangre, que me atravesaba el estómago de parte a parte. La persona que se hallaba detrás de mí, se deshizo de mi cuerpo moribundo lanzándolo al suelo cerca de los dos daneses. Me coloqué boca arriba para averiguar la identidad de mi asesino... o asesina, en este caso. Valentina, la hija del maese Hugo...
—¿Qué te crees que haces? –le espeté.
Ella, rápida como un rayo, casi me parte por la mitad de un certero corte en el abdomen. Pude observar, incrédulo, cómo mis vísceras se escapaban de mí. Me dejé caer rendido a sus pies. Sabía que mi hora había llegado. Valentina alzó su arma y la clavó velozmente en el centro de mi cara.
Y así fue cómo morí. ¿Que cómo estoy contando esto? Fácil de responder. Ahora soy yo una de esas almas que vaga por el mundo buscando a quién poseer... y a quién destrozarle la vida, como me pasó a mí. Y tengo muy clara mi primera víctima... Muy clara...
—FIN—
Cuarto acto. La muerte de la tercera generación.
(Han pasado 5 años. El edificio sigue muy viejo, pero, por fin están haciendo lo que todo el mundo requería; un ascensor, aunque solo está en construcción. Son las doce de la mañana. Se escuchan estruendos y gritos que proceden del III. CARMINA HIJA tiene 23 años y está teniendo una fuerte discusión con sus padres. De repente, CARMINA HIJA abre la puerta con mucha fiereza y sale hacia el pasillo.)
CARMINA HIJA. ¡No podéis retenerme! El hecho de que mamá no pudiera salir finalmente con Fernando, no quita para que yo no pueda estar con su hijo!
CARMINA. No te permito que digas eso sobre mí.
URBANO. ¡Carmina, ven aquí ahora mismo! ¡Tú no vas a ir a ninguna parte! (Muy cabreado la coge del brazo y la arrastra hasta su casa.)
(Ya han pasado otras doce horas. Es media noche cuando FERNANDO HIJO hace su primera aparición. Sale vestido todo de negro y va avanzando hacia la puerta III medio en cuclillas.)
FERNANDO HIJO. (Llamando sutílmente a la puerta III) ¡Carmina! ¡Ahora, date prisa o nuestra oportunidad se esfumará!
(Unos segundos después sale CARMINA HIJA. Lleva una pequeña maleta. Preocupada mira a FERNANDO HIJO.)
CARMINA HIJA. ¿Lo llevas todo? ¿Dinero también? Fernando ¿estás seguro de que deberíamos de marcharnos?
FERNANDO HIJO. (Mirándola) Sí, lo llevo todo, incluso el dinero. Y... sí, tengo trabajo y te tengo a ti. Nos vamos ahora, lejos de aquí y finalmente cuando tengamos nuestro futuro más asentado, si nos place vendremos de visitas. Pero ahora, vámonos.
(CARMINA HIJA va cerrando con mucho cuidado la puerta de su casa. Con una mirada nostálgica hecha un último vistazo a su abuela, durmiendo en el sofá con la ventana abierta. Cuando CARMINA HIJA suelta la puerta un fuerte viento llega desde la abertura y hace que la puerta de un portazo. Esto alerta a la misma PACA y a los demás vecinos)
FERNANDO HIJO. ¡Carmina corre! Tu padre te cogerá y no podrás venirte conmigo.
PACA. (Llega corriendo, como puede, al quicio de la puerta.) ¡Carmina, vuelve aquí ahora mismo!
(Los dos enamorados bajan a toda prisa la escalera. Viendo que no puede hacer otra cosa, PACA los persigue escalera abajo agarrándose como podía a la barandilla. Esta, que está en muy mal estado, se rompe debido a la fuerza con la que PACA se apega a ella. PACA cae brutalmente dando una voltereta. Este estruendo hace que un SEÑOR BIEN VESTIDO salga de la puerta IV y baje hasta donde está PACA. URBANO sale furioso hacia abajo, pasando de largo de su madre tendida en el suelo.)
SEÑOR BIEN VESTIDO. Perdone Urbano, pero su madre tiene un pulso muy lento, de hecho, apenas lo siento. (Se aparta porque , URBANO dándole prioridad a la madre, la sostiene.)
CARMINA. (Bajando las escaleras con sumo cuidado y sollozando.) Mi Carmina, mi Carmina... Urbano vamos para casa. Señor, ¿puede ayudar a mi marido a llevar a Paca a casa?
SEÑOR BIEN VESTIDO. Claro señora. A la de tres; una..., dos... y tres. (URBANO, aún ofuscado y un poco confuso con la huída de su hija, mira hacia el zaguán. CARMINA sabiendo lo que le pasa por la cabeza le da un consejo.)
CARMINA. Urbano querido, deja que Carmina se vaya. Como dice el refrán "Si la quieres, déjala ir." Ahora mismo tenemos un problema más importante entre manos y nos estamos jugando la vida de una persona.
(URBANO le hecha cuenta a su mujer y cargan con el cuerpo de la anciana escaleras arriba. FERNANDO estaba en la puerta II con ELVIRA con los ojos rojos. URBANO junto con el SEÑOR BIEN VESTIDO, depositaron el cuerpo de PACA en el sofá. URBANO sale de la casa y se dirige, con mal talante, a ver a FERNANDO, que sigue apoyado en el quicio de la puerta con la mirada perdida.)
URBANO. ¡Tú! ¡Estarás orgulloso! ¡Ahora mi niñita se ha ido! ¡No volverá más! Y todo por culpa de tu miserable hijo. (Dice con desprecio y cogiéndole por el cuello del pijama.) Ni mi familia ni la tuya se tratarán más... ¿Lo has entendido? (URBANO suelta con desprecio a FERNANDO. Este sin tener las fuerzas suficientes para defenderse y ni si quiera soltarle unas palabras ofensivas, se levanta tranquilamente, sin perder la mirada evasiva, y se mete en el II).
(El escenario cambia totalmente. Ahora todo el decorado refleja un salón de una casa. Con muebles muy antiguos, pero por su apariencia, no muy caros. Hay un pequeño sofá, el cual está rodeado por mucha gente. Una pequeña mesa es el centro de la escena. El salón no esta muy decorado, como era habitual en otras casa, sino que solo había un cuadro colgado en la pared contraria a la del sofá y un jarrón con unas flores exóticas. Paca es el centro de atención, está tumbada a lo largo en el armatoste.)
URBANO. (A TRINI) ¿Como está nuestra madre?
TRINI. (Mira a URBANO y se le nota preocupada.) Ninguno podemos sentirle el pulso y está un poco pálida... (Hace un giro brusco pero sutil y mira hacia otra parte.)
URBANO. (Acercándose a PACA.) No puede ser... (Le coge la mano para tomarle el pulso. Empieza a ponerse nervioso.) No, esto no a podido ocurrir... (Apoya la oreja sobre el pecho izquierdo de la anciana. A los segundos, lanza un grito y enfurecido se dirige hasta su cuarto, de tres puertas, la de la derecha. Nadie habla, solo se escucha el sollozo de las tres mujeres que se encuentran en escena: TRINI, ROSA y CARMINA. Las luces se van atenuando hasta dejar el escenario totalmente oscuro.)
CARMINA HIJA. ¡No podéis retenerme! El hecho de que mamá no pudiera salir finalmente con Fernando, no quita para que yo no pueda estar con su hijo!
CARMINA. No te permito que digas eso sobre mí.
URBANO. ¡Carmina, ven aquí ahora mismo! ¡Tú no vas a ir a ninguna parte! (Muy cabreado la coge del brazo y la arrastra hasta su casa.)
(Ya han pasado otras doce horas. Es media noche cuando FERNANDO HIJO hace su primera aparición. Sale vestido todo de negro y va avanzando hacia la puerta III medio en cuclillas.)
FERNANDO HIJO. (Llamando sutílmente a la puerta III) ¡Carmina! ¡Ahora, date prisa o nuestra oportunidad se esfumará!
(Unos segundos después sale CARMINA HIJA. Lleva una pequeña maleta. Preocupada mira a FERNANDO HIJO.)
CARMINA HIJA. ¿Lo llevas todo? ¿Dinero también? Fernando ¿estás seguro de que deberíamos de marcharnos?
FERNANDO HIJO. (Mirándola) Sí, lo llevo todo, incluso el dinero. Y... sí, tengo trabajo y te tengo a ti. Nos vamos ahora, lejos de aquí y finalmente cuando tengamos nuestro futuro más asentado, si nos place vendremos de visitas. Pero ahora, vámonos.
(CARMINA HIJA va cerrando con mucho cuidado la puerta de su casa. Con una mirada nostálgica hecha un último vistazo a su abuela, durmiendo en el sofá con la ventana abierta. Cuando CARMINA HIJA suelta la puerta un fuerte viento llega desde la abertura y hace que la puerta de un portazo. Esto alerta a la misma PACA y a los demás vecinos)
FERNANDO HIJO. ¡Carmina corre! Tu padre te cogerá y no podrás venirte conmigo.
PACA. (Llega corriendo, como puede, al quicio de la puerta.) ¡Carmina, vuelve aquí ahora mismo!
(Los dos enamorados bajan a toda prisa la escalera. Viendo que no puede hacer otra cosa, PACA los persigue escalera abajo agarrándose como podía a la barandilla. Esta, que está en muy mal estado, se rompe debido a la fuerza con la que PACA se apega a ella. PACA cae brutalmente dando una voltereta. Este estruendo hace que un SEÑOR BIEN VESTIDO salga de la puerta IV y baje hasta donde está PACA. URBANO sale furioso hacia abajo, pasando de largo de su madre tendida en el suelo.)
SEÑOR BIEN VESTIDO. Perdone Urbano, pero su madre tiene un pulso muy lento, de hecho, apenas lo siento. (Se aparta porque , URBANO dándole prioridad a la madre, la sostiene.)
CARMINA. (Bajando las escaleras con sumo cuidado y sollozando.) Mi Carmina, mi Carmina... Urbano vamos para casa. Señor, ¿puede ayudar a mi marido a llevar a Paca a casa?
SEÑOR BIEN VESTIDO. Claro señora. A la de tres; una..., dos... y tres. (URBANO, aún ofuscado y un poco confuso con la huída de su hija, mira hacia el zaguán. CARMINA sabiendo lo que le pasa por la cabeza le da un consejo.)
CARMINA. Urbano querido, deja que Carmina se vaya. Como dice el refrán "Si la quieres, déjala ir." Ahora mismo tenemos un problema más importante entre manos y nos estamos jugando la vida de una persona.
(URBANO le hecha cuenta a su mujer y cargan con el cuerpo de la anciana escaleras arriba. FERNANDO estaba en la puerta II con ELVIRA con los ojos rojos. URBANO junto con el SEÑOR BIEN VESTIDO, depositaron el cuerpo de PACA en el sofá. URBANO sale de la casa y se dirige, con mal talante, a ver a FERNANDO, que sigue apoyado en el quicio de la puerta con la mirada perdida.)
URBANO. ¡Tú! ¡Estarás orgulloso! ¡Ahora mi niñita se ha ido! ¡No volverá más! Y todo por culpa de tu miserable hijo. (Dice con desprecio y cogiéndole por el cuello del pijama.) Ni mi familia ni la tuya se tratarán más... ¿Lo has entendido? (URBANO suelta con desprecio a FERNANDO. Este sin tener las fuerzas suficientes para defenderse y ni si quiera soltarle unas palabras ofensivas, se levanta tranquilamente, sin perder la mirada evasiva, y se mete en el II).
(El escenario cambia totalmente. Ahora todo el decorado refleja un salón de una casa. Con muebles muy antiguos, pero por su apariencia, no muy caros. Hay un pequeño sofá, el cual está rodeado por mucha gente. Una pequeña mesa es el centro de la escena. El salón no esta muy decorado, como era habitual en otras casa, sino que solo había un cuadro colgado en la pared contraria a la del sofá y un jarrón con unas flores exóticas. Paca es el centro de atención, está tumbada a lo largo en el armatoste.)
URBANO. (A TRINI) ¿Como está nuestra madre?
TRINI. (Mira a URBANO y se le nota preocupada.) Ninguno podemos sentirle el pulso y está un poco pálida... (Hace un giro brusco pero sutil y mira hacia otra parte.)
URBANO. (Acercándose a PACA.) No puede ser... (Le coge la mano para tomarle el pulso. Empieza a ponerse nervioso.) No, esto no a podido ocurrir... (Apoya la oreja sobre el pecho izquierdo de la anciana. A los segundos, lanza un grito y enfurecido se dirige hasta su cuarto, de tres puertas, la de la derecha. Nadie habla, solo se escucha el sollozo de las tres mujeres que se encuentran en escena: TRINI, ROSA y CARMINA. Las luces se van atenuando hasta dejar el escenario totalmente oscuro.)
Telón.
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